REFUGIADOS-TANZANIA: ¿Debo quedarme o debo irme?

Justina Bkole, de 38 años, era apenas una pequeña cuando sus padres huyeron al oeste de Tanzania en 1972 para escapar de los enfrentamientos étnicos en la vecina Burundi.

Como miles de otros refugiados que hicieron la misma travesía, se quedó en Tanzania, lugar con el que ahora tiene fuertes lazos, aunque sus raíces estén en tierra burundesa.

"Aquí mis hijos pueden ir a la escuela, y tenemos qué comer. Pero todavía soy una refugiada, porque mi hogar está en Burundi, y fui obligada a abandonarlo", dijo Bkole, madre de cinco que ahora planta tabaco y maíz en una pequeña parcela de tierra.

Pero ahora podría regresar.

El presidente tanzano Jakaya Kikwete anunció que es tiempo de escribir el último capítulo de una de las más largas crisis de refugiados: los tres campamentos de Ulyankulu, Katumba y Mishamo, creados en el oeste de Tanzania para exiliados burundeses por el gobierno en Dar es Salaam y por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), serán cerrados para 2010
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Como consecuencia, los 218.000 habitantes de estos sitios —a los que se los conoce como "los refugiados burundeses de 1972"— y sus descendientes se enfrentan ahora a la disyuntiva de regresar a su patria o solicitar la ciudadanía tanzana.

Alrededor de 80 por ciento dijeron estar dispuestos a convertirse en ciudadanos de Tanzania, según una encuesta elaborada por la ONU, en tanto que otros 45.000 señalaron que regresarían a Burundi (algunos ya están en camino). Un pequeño número de exiliados pidieron refugiarse en un tercer país.

Bkole, por ejemplo, considera pedir la ciudadanía tanzana. "Estoy feliz aquí", afirmó.

Y prefiere esto a pesar de que los refugiados están confinados a los campamentos y deben buscar un permiso especial para salir, lo que significa que permanecen aislados "del resto de los habitantes, y muchos tienen poco sentido de pertenencia a Tanzania".

La vida para la mayoría de los tanzanos es humilde, y lo mismo ocurre en los campamentos. Es difícil obtener un trabajo. El desempleo afecta a 30 por ciento de la población, y sólo un cuarto de los niños, niñas y jóvenes en edad escolar asisten a un centro educativo.

Muchos refugiados sobreviven realizando trabajos poco tradicionales como sastrería, apicultura o venta callejera de alimentos.

Cerca de la mitad son pequeños agricultores, que producen tabaco, maíz, tapioca, cacahuetes, arroz y patatas.

Pero los habitantes de los campamentos disfrutan ciertos beneficios, como una mejor atención a la salud que los tanzanos.

"Los de Acnur son como nuestros padres. Nos dan amor, pero también hay leyes especiales que debemos respetar", dijo Thomas Mabruck, de 44 años, un maestro voluntario en Ulyankulu y padre de cinco.

"Un refugiado es alguien que ha debido partir por razones de guerra, pero ahora quiere ser residente en algún lugar", explicó.

La idea de regresar a Burundi es desalentadora para algunos, pues temen perder la seguridad que gozan hoy.

"Aquí la vida está bien. Si no me dan la ciudadanía (en Tanzania), ¿a dónde iré? Moriré. No tengo opciones", dijo un anciano granjero llamado Ananais.

No obstante, se han hecho tímidos esfuerzos para darles más opciones a los refugiados: los que regresan a Burundi reciben una subvención de 42 dólares y una ración de comida por seis meses, aunque no una garantía de que tendrán tierras.

Otro problema es el lenguaje. La mayoría de los refugiados hablan el kiswahili, idioma nacional tanzano, pero pocos entienden el francés, hablado en Burundi.

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, Antonio Guterres, realizó esta una visita de cuatro días a Tanzania esta semana en la que llamó a la comunidad internacional a recolectar 34 millones de dólares para reubicar a los habitantes de los campamentos.

El domingo, Guterres despidió al primer grupo de 252 refugiados del campamento de Katumba, que regresaron a Burundi después de 35 años.

"No hay lugar como el hogar. No es bueno ser un refugiado para siempre", dijo mientras era aplaudido por una multitud reunida en la estación de tren para despedir a los burundeses que volvían a su patria.

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