IRAQ: Los señores de la guerra esperan su turno

La violencia sectaria en Iraq se redujo considerablemente desde que Estados Unidos elevó su presencia militar allí en febrero, según la mayoría de los analistas. Pero nadie puede asegurar si la reconciliación nacional está más cerca o más lejos que nunca.

Los defensores de ese despliegue de unos 30.000 soldados adicionales, con la intención de ayudar a pacificar Bagdad y la provincia de Al-Anbar, afirman que la estrategia contra la insurgencia supervisada por el general David Petraeus ha superado las expectativas más optimistas.

Los escépticos, en cambio, creen que la táctica de "comprar" a los insurgentes y grupos tribales con dinero y otros tipos de apoyo puede haber creado las condiciones para una guerra civil aun más violenta, particularmente cuando las tropas de Estados Unidos comiencen su retirada en diciembre.

Hoy se encuentran en Iraq unos 175.000 soldados estadounidenses.

Marc Lynch, analista de la Universidad George Washington, cree que la estrategia de Petraeus de reducir la violencia a través de acuerdos con los poderes locales dominantes lleva a la creación de un Estado de "señores de la guerra", en el que el control estará en manos de "milicias, pandillas y tribus", con un gobierno central meramente nominal.
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Incluso los partidarios de la "escalada" ("surge", como denomina el gobierno de George W. Bush su estrategia de aumento de tropas) admiten que el desenlace permanece poco claro.

Michael O'Hanlon, del Instituto Brookings y ex funcionario de la presidencia de Bill Clinton (1993-2001), irritó a muchos de sus ex colegas cuando apoyó esa medida y aplaudió sus resultados en un debate realizado en el Congreso legislativo en septiembre. Sin embargo, él mismo mantiene algunas reservas.

Esta semana, O'Hanlon declaró al diario The New York Times que "en términos militares" los avances en la reducción de la violencia "son impresionantes".

Pero admitió que "nadie sabe si esta tendencia se mantendrá en ausencia de reconciliación nacional" y ante "las reducciones de tropas estadounidenses en 2008".

El presidente Bush dijo que espera reducir el número de soldados al nivel previo a la "escalada" —130.000— para julio próximo, mientras que el secretario (ministro) de Defensa, Robert Gates, ha indicado que preferiría llegar a 100.000 a fines de 2008.

La marcada disminución de la violencia ya no constituye motivo de grandes debates.

Según información difundida este domingo por el comando militar en Bagdad, la cantidad de ataques con coches bomba, minas, fuego de mortero, cohetes y disparos de armas pequeñas contra fuerzas estadounidenses e iraquíes y civiles cayó a menos de 600 a la semana durante el último mes, menos de la mitad de los registrados en junio y el nivel más bajo en casi dos años.

Además de reducir la violencia, las fuerzas de Petraeus se han anotado éxitos de importancia contra Al Qaeda en Iraq, particularmente en Al-Anbar y Bagdad.

Pero muchos analistas creen que esto se debe a que grupos insurgentes sunitas rompieron con Al Qaeda varios meses antes de la "escalada" y, en consecuencia, se aliaron con Estados Unidos para derrotar a su flamante enemigo común.

Pero esa alianza no se tradujo en una nueva relación con el gobierno del primer ministro Nouri al-Maliki, dominado por los chiítas, que, además, está inquieto por el cortejo de Petraeus a los insurgentes sunitas y las milicias tribales.

"El gobierno de Maliki ve a las milicias como una amenaza potencial", señaló Stephen Biddle, experto en defensa del Consejo de Relaciones Exteriores en Nueva York, quien acaba de volver de su segundo viaje a Iraq este año, donde se reunió con los jefes militares estadounidenses.

"En consecuencia no tiene ningún apuro" para incorporar a las fuerzas de seguridad a los 72.000 miembros de las milicias que reciben 300 dólares mensuales del ejército estadounidense, ni para aprobar en el parlamento leyes que, según Washington, aumentarían las posibilidades de una reconciliación nacional, fundamentalmente entre sunitas y chiítas.

La reticencia del gobierno para aprobar esa legislación, que contempla entre otras cuestiones un reparto equitativo de los ingresos por petróleo y la convocatoria a elecciones regionales, ha generado una creciente frustración en los funcionarios estadounidenses, en Washington y Bagdad.

El segundo de Petraeus, general Raymond Odierno, declaró la semana pasada al diario The Washington Post que la reducción de la violencia ofrece al gobierno una "ventana de oportunidad" para aproximarse a los sunitas, pero aclaró que resulta poco claro cuánto tiempo permanecerá abierta.

Odierno, quien ha reclamado al gobierno de Maliki que provea servicios esenciales a las comunidades sunitas para ganarse su confianza, agregó que si no se avanza en esa dirección "tendremos que revisar nuestra estrategia" cuando se reduzca el número de tropas al nivel existente antes de la "escalada".

Esta es también la opinión del coronel retirado Pat Lang, quien fue el máximo analista en materia de Medio Oriente en la Agencia de Inteligencia de Defensa. Aunque aplaudió la táctica de Petraeus, se muestra escéptico sobre el desenlace.

"Existe ahora una posibilidad de restaurar la unidad nacional, sobre la base de negociaciones y un poder compartido por sobre las divisiones religiosas y regionales", escribió Lang en su blog.

"Si Bagdad aprovecha esta oportunidad puede nacer un nuevo Iraq. Si no lo hace, están dadas las condiciones para un largo conflicto interno y externo", agregó.

Lynch cree que la "escalada" estaba condenada al fracaso desde un principio y que incluso puede haber empeorado las cosas a largo plazo. "La estrategia militar ha sido exitosa, pero su defecto fatal es que no estuvo vinculada a una política de reconciliación nacional", afirmó.

"No hay evidencia alguna de una reconciliación entre chiítas y sunitas", dijo Lynch, quien también mencionó declaraciones de líderes de milicias sunitas, que anunciaron una lucha contra el gobierno cuando Al Qaeda sea derrotada y las tropas de Estados Unidos se retiren.

Igualmente amenazante, en su opinión, es la posibilidad de que los jefes de las milicias, a quienes Biddle describió como "brutales y crueles", comiencen a exterminarse entre ellos.

Lynch mencionó recientes asesinatos como síntoma de crecientes rivalidades por el control del territorio y los recursos. La ciudad de Basora, predominantemente chiíta y rica en petróleo, se ha convertido en campo de batalla para diversas facciones de tipo mafioso.

"Veo más fragmentación que consolidación", agregó. Por lo tanto, le preocupa la posible constitución de un Estado de "señores de la guerra".

Biddle es más optimista, aunque admite que los avances podrían esfumarse fácilmente, particularmente si la retirada de tropas es muy rápida o de gran magnitud. Si no hay en Iraq alguien que haga respetar los acuerdos locales, advirtió, existe un alto riesgo de que la violencia derrumbe todo.

Por ahora, las fuerzas de Estados Unidos deberían dedicarse a lograr un "cese del fuego a nivel nacional", según Biddle, lo que transformaría su papel, pasando del combate al de una misión de mantenimiento de la paz.

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