Suele decir que «nadie sabe qué es la poesía» y que «un poeta no escribe cuando quiere sino cuando ella lo dispone». Pero por fortuna las musas acuden con frecuencia hasta el escritorio del prolífico y multipremiado poeta argentino Juan Gelman, distinguido este jueves con el premio Miguel de Cervantes.
Capaz de convertir en poesía el dolor de la muerte y la nostalgia del exilio, Gelman recibió la noticia en México, donde vive desde 1989. «Fue una conmoción», dijo este hombre de 77 años que se exilió por la dictadura militar (1976-1983), padeció el asesinato de su hijo mayor, la detención y desaparición de su nuera y el secuestro de su nieta a manos de la represión.
«No encuentro las palabras», dijo el poeta aún desconcertado, en una entrevista telefónica desde México con la agencia española EFE. «Es una emoción intensísima para alguien que ha pasado la vida leyendo a Cervantes», destacó sobre el anuncio, lanzado más temprano por el ministro de Cultura de España, César Antonio Molina.
Hijo de una pareja de inmigrantes judíos de Ucrania, Gelman nació en 1930 en Buenos Aires. Influenciado por su abuelo materno, comenzó a escribir cuando apenas tenía 11 años. Como su padre, él también perteneció al Partido Comunista hasta ser expulsado en 1964. «Me echaron por haberme ido», recordó hace poco con ironía.
Para 1956, con apenas 26 años, publicó su primer libro titulado «Violín y otras cuestiones». Poco después fue «El juego en que andamos» (1959) y el muy apreciado «Gotán» (1962), donde ya vaticinaba, mucho antes de tener que abandonar su país por la persecución política, que había que «aprender a resistir».
Conciente de las dificultades de vivir de la poesía, Gelman aportó su talento al periodismo. Contaron con sus trabajos, y en algunos casos hasta la dirección, las revistas Panorama y Crisis, los diarios La Opinión, Noticias y Página 12, entre otros medios de Argentina.
También fue corresponsal en Buenos Aires de la agencia de noticias IPS (Inter Press Service), según él mismo recordaba en una entrevista con el diario Página 12 en marzo de 2006, y luego su jefe de redacción en los años 70.
Fue desde esa corresponsalía en 1975 que viajó a Europa antes del golpe de Estado de marzo de 1976, que dio inicio a la sangrienta dictadura de siete años, y no pudo regresar hasta la recuperación democrática.
Gelman era un militante muy comprometido de la insurgencia izquierdista peronista Montoneros. Encontró refugio primero en Italia y luego en España, Francia, Nicaragua y, finalmente, se estableció en México.
Sobrevivió así a la persecución, pero recibió el golpe más duro de su vida cuando secuestraron a su hijo. Con apenas 20 años, Marcelo Gelman fue secuestrado en 1976 junto a su esposa, Claudia García Irureta Goyena, de 19 años y embarazada de ocho meses y medio. Sobrevivientes vieron a ambos en el centro de detención ilegal conocido como Automotores Orletti.
Marcelo fue asesinado poco después del secuestro, pero su cuerpo fue identificado sólo en 1989. Había sido arrojado al río de la Plata dentro de un tonel de aceite con cemento.
Claudia, en cambio, fue trasladada a Uruguay en el marco del operativo de coordinación represiva de las dictaduras sudamericanas conocido como Plan Cóndor y el paradero de sus restos aún es desconocido.
Seguro de que su nuera fue asesinada, Juan Gelman emprendió la búsqueda en los años 90 en Uruguay de su nieta. Ante la negativa del entonces presidente de Uruguay, el centroderechista Julio María Sanguinetti (1985-1990 y 1995-2000), de investigar el caso, el poeta lanzó una campaña internacional de reclamo apoyada por cientos de firmas de personalidades.
En 2000, luego de asumir el gobierno uruguayo el liberal Jorge Batlle (2000-2005), lograron encontrar a una joven, llamada Macarena, que había sido inscripta con nombre falso. El hombre era policía y ocupó un cargo jerárquico.
Se confirmó que la hija de Marcelo y Claudia era esa joven, quien recuperó así su verdadera identidad: Macarena Gelman García Irureta Goyena.
Desde entonces, el poeta reclama los restos desaparecidos de su nuera. Un equipo técnico contratado por el gobierno izquierdista de Tabaré Vázquez hace excavaciones en varios lugares donde pueden estar enterrados los cuerpos de Claudia y de otra treintena de detenidos-desaparecidos uruguayos.
En vísperas de recibir la buena nueva del premio, Juan Gelman había recibido otra noticia conmocionante. La justicia federal de Argentina resolvió el miércoles finalmente elevar a juicio oral la causa contra los ex jefes de las dictaduras de este país y de otros estados vecinos, responsables por las víctimas del Plan Cóndor, entre ellos su hijo, su nuera y su nieta sobreviviente.
«La poesía es una situación más o menos inevitable. Para el lector es evitable. Para el que la escribe no», se justificaba hace unos meses al explicar sus dificultades para expresarse durante los días aciagos del exilio. Pero ese dolor no le impidió escribir ya una treintena de libros que guían hoy a jóvenes poetas de la región.
La cosecha de premios, como suele ocurrir, llegó cuando el autor ya había entrado en la edad madura. En 1997 fue reconocido en Argentina con el Premio Nacional de Poesía y aprovechó la ceremonia para denostar las consecuencias sociales de las políticas neoliberales que aplicaba el entonces presidente Carlos Menem (1989-1999).
En 2000 recibió el galardón Juan Rulfo. «Sigo trabajando con la palabra porque es expresión y esperanza», subrayó durante la entrega en la capital azteca. El jurado había dicho que el autor «con una poesía de duelo o de exilio, abre un espacio expresivo, renueva la poética latinoamericana y marca un camino a jóvenes poetas del continente».
Tres años después obtuvo en Italia el premio LericiPea, que se otorgó por primera vez a un poeta latinoamericano. «La voz poética más auténtica, viva y dramática de América latina», falló entonces el tribunal.
Al recibirlo, Gelman, con su elegante humildad, sorprendió al admitir que «nadie sabe qué es la poesía», aunque intentó luego acercarse a una definición. «La poesía desvela la realidad, velándola», dijo.
«La salud de la poesía latinoamericana no corre riesgo, crece y se renueva. El riesgo es de los poetas», comentó. «El ser humano ha creado las lenguas y hace cosas que luego no puede nominar», reflexionó.
Apenas un año después obtuvo en España el premio Teresa de Avila, un galardón nacional que por primera vez fue otorgado a un argentino. Detrás llegó el aviso del premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velaverde que México le ofreció por primera vez a un artista extranjero, acogido como a un nativo.
En 2005, hubo lugar todavía para tres más. El premio Iberoamericano Pablo Neruda, entregado por el entonces presidente chileno Ricardo Lagos en una emotiva ceremonia en el Palacio de La Moneda (sede del gobierno). Y otro en ausencia, cedido en Buenos Aires por la Fundación el Libro, durante la Feria del Libro.
La Fundación, que organiza cada año la feria en Buenos Aires, lo homenajeó por la publicación de «País que fue será», considerado el mejor libro que vio la luz en 2005. Y por fin el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, que por primera vez se otorgó a un argentino.
Una mirada retrospectiva indicaba que Gelman era un candidato firme a obtener el Cervantes, máximo reconocimiento de la lengua hispana ya entregado a sus compatriotas Ernesto Sábato, en 1979, a Jorge Luis Borges (1899-1986), en 1984, y Adolfo Bioy Casares (1914-1999), en 1990. Para él fue una sorpresa.
La cadena internacional de noticias CNN lo entrevistó este jueves brevemente. El autor dijo que no sólo la política era una de sus obsesiones. El autor de «Carta a mi madre» confesó que también el amor, la muerte y la niñez eran fantasmas que lo acompañaban y se negó a recomendar un libro a quien no conozca su obra.
«Si el lector quiere correr riesgos, que lo haga por cuenta propia», sentenció.