TURQUÍA-IRAQ: Un chispa sobre el polvorín

La tensión entre Turquía, Iraq y Estados Unidos se elevó esta semana. Fuerzas turcas bombardearon blancos civiles y posiciones del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) en territorio iraquí.

También en esos días —el miércoles y el jueves—, helicópteros del ejército lanzaron varios ataques a lo largo de la frontera turco-iraquí.

Los ataques, reportados por las agencias de noticias turcas Anadolu (estatal) y Dogan (privada) y confirmados por informes occidentales, parecen el preludio de una incursión al Kurdistán iraquí, probable tras el aval que el gobierno del primer ministro Recep Tayyip Erdogan recibió la semana pasada del parlamento.

Turquía intenta desbaratar las actividades del PKK contra sus bases militares y patrullas en la región, que, según Ankara, están organizadas con el apoyo de kurdos iraquíes y la tolerancia de Bagdad. El conflicto se ha cobrado hasta ahora 30.000 vidas en ambos bandos.

Se calcula que 3.000 kurdos turcos participan en operaciones del PKK en la zona. Este partido armado, creado en 1984, inicialmente aspiraba a formar un estado independiente, pero en los últimos años limitó su reclamo a la creación de una región autónoma dentro de Turquía.
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El PKK, cuyos combatientes se consideran a sí mismos luchadores por la libertad, son calificados de terroristas por Turquía, la Unión Europea y Estados Unidos.

La escalada de las hostilidades se mantiene desde comienzos de este año, causando decenas de muertes semanales, particularmente entre soldados turcos.

Desde la primavera boreal, el comando de las Fuerzas Armadas turcas presiona al primer ministro Erdogan para que autorice acciones punitivas en suelo iraquí a fin de desmantelar al PKK.

Pese al aval para las operaciones militares aprobado la semana pasada por parlamento, por 507 votos a 19, Erdogan todavía es reticente a apretar el botón.

Durante todo este tiempo, el primer ministro se ha inclinado por una solución pacífica y negociada que involucre a los insurgentes, a Estados Unidos y a Iraq.

Pero sus manos están atadas, y es posible que pronto deba darse por vencido, dado el ánimo beligerante de la opinión pública y de la prensa, y de sentimientos amargos por parte de los oficiales.

La estrategia del primer ministro hasta ahora fue pedir con fuerza al gobierno iraquí que vigile al PKK, y a Estados Unidos que se asegure de que esa vigilancia sea real.

Se trata de una maniobra para aplacar a sus ciudadanos, que lo apoyaron durante las elecciones legislativas de julio pero abrigan una solidaridad incondicional para con su ejército.

Mientras, una promesa aunque sea velada de invasión puede despertar expectativas en las secularistas Fuerzas Armadas, tras la designación de Abdullah Gul como presidente contra la feroz oposición del Estado Mayor del ejército.

Tanto Gul como Erdogan integran el Partido Justicia y Desarrollo (AKP), de origen islamista.

Erdogan sabe que Bagdad puede —o está dispuesto a— hacer muy poco. Desde el fin de la primera Guerra del Golfo (1991), Iraq septentrional ha estado fuera de su control militar, dado que la aplicación de la ley y la defensa recayeron en fuerzas locales kurdas, la Peshmerga.

Estas milicias no ocultan su afinidad con la lucha de sus hermanos de Turquía, en busca de la autonomía, y su reticencia ante el gobierno central de Iraq. Su lealtad es para Massoud Barzani, presidente del autónomo Kurdistán iraquí.

Pero el presidente de Iraq, Jalal Talabani, también es kurdo, nacido en la septentrional localidad de Kelkan y educado en las también norteñas Arbil y Kirkuk, en el área que las Fuerzas Armadas toman por blanco.

Desde 1961 Talabani lideró varios movimientos separatistas kurdos contra Bagdad. Durante la guerra Irán-Iraq (1980-1988) se alineó con los iraníes para promover la causa de su pueblo.

Aunque ha mantenido relaciones amistosas con Turquía, tras haber sido protegido por el ex presidente turco Turgut Özal (1989-1993) cuando era perseguido por el entonces presidente iraquí Saddam Hussein (1979-2003), es improbable que haga la vista gorda ante una invasión turca a su patria.

En una conferencia de prensa convocada el fin de semana para calmar al gobierno turco tras una emboscada del PKK en que murieron 12 soldados turcos, Talabani amenazó con clausurar las bases y oficinas de esas milicias, pero se negó categóricamente a entregar a miembros del PKK a Ankara.

Barzani, quien participó en la conferencia de prensa junto con Talabani, advirtió entonces que el gobierno regional se defenderá contra cualquier ataque de su vecino.

"No vamos a quedar atrapados en la guerra entre el PKK y Turquía, pero si el Kurdistán iraquí es tomado por blanco defenderemos a nuestros ciudadanos", dijo Barzani.

El presidente kurdo había logrado antes la aprobación de una condena en el parlamento regional, por 183 votos a 92, a la amenaza de Turquía de cruzar la frontera con Iraq.

Se advertía así, entre líneas, que una invasión a Iraq podría alentar la participación armada en el combate de otras facciones guerrilleras iraquíes, algo que no les gustaría ni a los kurdos ni a Bagdad, Ankara o Washington.

El primer ministro iraquí Nouri al-Maliki tendrá particular cuidado de no provocar a los kurdos, dado que la supervivencia de su gobierno depende del apoyo político de esta comunidad.

Como consecuencia, las esperanzas de Ankara de llegar a una solución que excluya una incursión militar ahora quedaron limitadas a la voluntad o capacidad de la Casa Blanca de influir sobre el gobierno iraquí..

La Casa Blanca está varada en una serie de dilemas. Los kurdos iraquíes han sido sus fuertes aliados en las dos guerras libradas contra el régimen de Saddam Hussein, y recibieron aliento y promesas de autonomía, así como de una posible independencia. Estados Unidos no puede quedar al margen si el Kurdistán iraquí es invadido.

Pero Washington necesita a Ankara, si bien la alianza entre ambos no es tan firme como durante la Guerra Fría. Turquía es útil precisamente ahora, a causa de una gran base que el ejército estadounidense tiene en la sudoriental localidad turca de Incirlik, vital para la logística que permite la ocupación de Iraq y adecuada para su evacuación.

La instalación de esta base fue aprobada por Erdogan para ganarse el apoyo del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, a fin de contrarrestar la iniciativa de un comité de la Cámara de Representantes en Washington, que prosperó este mes, de declarar como genocidio la masacre de 1,5 millones de armenios en 1915 y 1916 a manos del Imperio Otomano (1300-1922).

Por lo tanto, la posición negociadora del gobierno de Bush con Ankara es más débil de lo que le gustaría.

Con las nuevas sanciones, más severas, de Estados Unidos contra Irán, anunciadas el jueves, y con las frías relaciones con Siria, es probable que Bush evite frustrar a Turquía en una guerra contra el PKK, mientras preserva la lealtad de los kurdos, no sólo en Iraq sino también en Irán y Siria.

No hay cifras verificadas sobre las poblaciones kurdas, pero organizaciones internacionales, investigadores y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos calculan que podría haber 37 millones en todo el mundo.

De estos, aproximadamente entre 12 y 19 millones viven en Turquía, concentrados en 17 de sus 81 provincias del país, entre cinco y seis millones en Iraq, aproximadamente lo mismo que en Irán, y de dos a tres millones en Siria.

La superficie territorial total habitada por los kurdos, es de unos 500.000 kilómetros cuadrados, más del doble del territorio de Gran Bretaña.

Cualquier acción impulsiva por parte de Turquía podría fijar el reloj para otra bomba de tiempo en toda la región.

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