El tan mentado «acuerdo» entre el presidente Pervez Musharraf y Benazir Bhutto ensombreció el regreso triunfal a Pakistán este jueves de la dos veces elegida y dos veces destituida primera ministra, tras nueve años de exilio.
El decreto "de reconciliación nacional", promulgado por Musharraf el 5 de este mes, un día antes de las elecciones presidenciales, concedió inmunidad a Bhutto y a otros dirigentes políticos por cargos de corrupción.
Benazir Bhutto fue destituida de la jefatura de gobierno por primera vez en 1990 por el presidente Ghulam Ishaq Khan (1915-2006) por esa causa, y por segunda vez en 1996, a manos del jefe de Estado Farooq Leghari, que gobernó de 1993 a 1997.
Los legisladores de su Partido Popular de Pakistán (PPP) dieron legitimidad a la reelección del presidente Musharraf, aprobada el 6 de este mes, un día después del acuerdo, al no retirarse de sala en la votación. El resto de los parlamentarios opositores boicoteó por la designación.
El decreto permitió a Bhutto regresar sin correr el riesgo de ir presa por las causas pendientes en su contra. Ella alega que las acusaciones no fueron confirmadas por ningún tribunal.
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La opinión pública se muestra dividida al respecto.
Para un sector de la ciudadanía, el decreto representa una forma pragmática de avanzar hacia un proceso de democratización.
Otro sector está indignado por lo que el abogado de la Corte Suprema de Justicia Zahid F. Ebrahim calificó de "soborno indecoroso" y de "blanqueo" de la corrupción.
Ebrahim advirtió que Pakistán vive el preludio de una democracia meramente nominal, que sirve a los intereses de Estados Unidos en su "guerra contra el terrorismo" y a los de Musharraf para permanecer en la presidencia.
Según una versión del acuerdo que circuló en Islamabad, una llamada telefónica de Washington a última hora resolvió el asunto.
Las especulaciones al respecto se basan, en parte, sobre la crisis política suscitada tras la suspensión del presidente del tribunal supremo, Iftikhar Chowdhry, dispuesta por Musharraf en marzo.
El hecho originó manifestaciones de abogados en reclamo de su restitución, que crearon un contexto desventajoso para Musharraf.
Las protestas se prolongaron por cuatro meses, y la situación empeoró por los intentos del gobierno de amordazar a la prensa mediante ataques de la policía y la presentación repentina de proyectos de ley restrictivos.
Tras su restitución, dispuesta por la Corte Suprema en julio, Chowdhry comenzó a estudiar casos de detenidos-desaparecidos. La independiente Comisión de Derechos Humanos de Pakistán presentó 150 denuncias judiciales al respecto.
Al menos 3.000 personas están desaparecidas, muchas tras ser detenidas en nombre de la "guerra contra el terrorismo".
El regreso de la primera mujer que ha gobernado un país musulmán también fue opacado por la situación en las áreas tribales del noroeste de Pakistán, fronterizas con Afganistán.
Bajo fuerte presión de Washington, Islamabad lleva adelante una agresiva campaña militar para combatir lo que ha denominado la "talibanización" de la zona, en referencia al movimiento islamista Talibán, que dominó Afganistán entre 1996 y 2001.
El último bombardeo del ejército pakistaní en la frontera provocó un éxodo de residentes de la zona y un recrudecimiento de la actividad insurgente.
"La ética de la venganza en las áreas tribales implica que por cada civil asesinado, habrán 10 parientes que querrán desquitarse con el ejército pakistaní", señaló el líder del partido Tehreek-e-Insaaf (Movimiento por la Justicia), Imran Khan.
"Si no hay solución militar en Iraq, tampoco la hay en Pakistán", sentenció. Khan es uno de los que desdeña el "compromiso político" de Benazir Bhutto con el ejército.
Los partidarios del PPP están encantados con la llegada de su líder y viajaron en autobuses y camiones a esta meridional ciudad portuaria para recibirla.
Con el eslogan "Roti, Kapra, Makan" (Pan, vestimenta y vivienda), el PPP siempre apuntó a los pobres.
"Pero la Benazir que sus partidarios acuden en masa a recibir a pie, en bicicleta y en autobuses no es la misma" de antes, advirtió el abogado Ebrahim.
"Sigue siendo un símbolo de la lucha contra la tiranía, pero ¿cómo se traducirá eso cuando esté en el poder? ¿Invertirá en salud y educación? ¿Detendrá las privatizaciones y la reducción del personal del Estado? Ella blande su consigna, pero no tocó ninguna de esas cuestiones esenciales", subrayó.
Aun así aparecieron cientos de carteles, en particular en la zona de la residencia palaciega y fortificada que tiene la ex primera ministra en Karachi.
El gobierno de la ciudad trató de quitarlos, pero la policía se negó por cuestiones de seguridad.
De todos modos, Karachi sigue empapelada con la imagen sonriente de Bhutto, vestida con túnica, pantalones anchos y el tradicional velo, así como con fotografías de su padre, Zulfiqar Ali Bhutto (1928-1979).
Zulfiqar Ali Bhutto, fundador del PKK, fue presidente (1971-1973) y primer ministro (1973-1977) de Pakistán, y terminó sus días en la horca en 1979 tras un polémico juicio, acusado de autorizar el asesinato de un opositor político.
Bhutto nunca cubrió su cabeza cuando regresó en 1986 a Pakistán, tras un par de años de exilio. El gesto fue interpretado como una señal hacia las fuerzas religiosas que se oponen a que una mujer lidere los designios del país.
"No le hizo ningún favor a las mujeres pakistaníes al llevar la dupatta", el velo islámico tradicional en esta región, señaló el conocido cardiólogo M. Sharif.
Bhutto, educada en la estadounidense Universidad de Harvard y en la británica de Oxford, admitió hace poco, en entrevista televisada, que era más "conveniente" no tener que usar dupatta.
La ex primera ministra comenzó su carrera política en 1977, empujada por las persecuciones que sufrió cuando el general Zia-ul-Haq destituyó a su padre y arremetió contra la oposición. Dos años después, el dictador ordenaba la ejecución de Zulfiqar Ali Bhutto.
En su autobiografía "Daughter of the East" ("Hija de Oriente", en inglés) relata su padecimiento bajo arresto domiciliario e incomunicada en una cárcel hasta que Zia-ul-Haq le permitió abandonar el país en 1984.
En 1986, el dictador autorizó su ingreso al país y le permitió desarrollar cierta actividad política en su "democracia controlada".
Pero hoy la situación es diferente a la de entonces, cuando su llegada provocó euforia por constituir un desafío al régimen. Ahora Bhutto vuelve mediante un acuerdo con el jefe del ejército, quien detenta el poder político desde hace casi una década.
Tres meses después de la muerte de Zia-ul-Haq, junto al embajador estadounidense Arnold Rafael, en un misterioso accidente de avión en agosto de 1988, Bhutto fue elegida primera ministra por un estrecho margen y debió hacer varias concesiones al poderoso ejército.
En 1999, Musharraf llegó al poder tras un golpe de Estado contra Nawaz Sharif, protegido de Zia-ul-Haq y dos veces primer ministro de Pakistán (1990-1993 y 1997-1999), quien canjeó su celda por el exilio en Arabia Saudita y su alejamiento de la política por 10 años.
Pocas horas después de su llegada a Islamabad el 10 de septiembre, el líder de la Liga Musulmana de Pakistán fue devuelto a Arabia Saudita. Así quedó trunco el intento de Sharif de retornar al ruedo político pakistaní.
Esta vez, el gobierno permitió el retorno de Bhutto, aunque Musharraf le pidió que lo demorara. Ella se negó, y el presidente le advirtió que podría ser el blanco de un ataque suicida.
Ella replicó: "No creo que ningún musulmán verdadero me ataque, porque soy una mujer y el Islam prohíbe atacar a las mujeres. En segundo lugar, el Islam prohíbe el suicidio."
De todos modos, Bhutto viajó en vehículos blindados y las autoridades implementaron fuertes medidas de seguridad. Se cerraron las escuelas por el caos en el tráfico causado por la llegada de decenas de miles de simpatizantes.
Pero su regreso todavía puede verse opacado si la Corte Suprema dictamina que el decreto de Musharraf es inconstitucional.
El propio presidente puede sufrir un duro revés si el alto tribunal confirma los cuestionamientos a su designación como jefe de Estado mientras era comandante del ejército.
El país puede caer en una crisis política mayor, en especial tras el anuncio de Musharraf de que colgará "pronto" el uniforme militar.