EEUU-IRAQ: Forzado cambio de estrategia bélica

Al elogiar una operación contra la red terrorista Al Qaeda en Iraq como un triunfo de su nueva estrategia militar, el general estadounidense David Petraeus hizo una interpretación muy favorable de un hecho que desafía la lógica de la ocupación militar en ese país.

Es probable que el drástico cambio en la occidental provincia iraquí de Anbar, donde los sunitas reemplazaron a las fuerzas estadounidenses y a las tropas en su mayoría chiitas en la tarea de brindar seguridad contra Al Qaeda, será un tema central en el informe que Petraeus, comandante estadounidense de las fuerzas multinacionales en Iraq, presentará el mes próximo.

También se convirtió en el tema favorito de quienes apoyan la guerra, desde el columnista de derecha Charles Krauthammer hasta el dúo de analistas Michael O'Hanlon y Kenneth Pollack.

Pero la nueva situación en Anbar no puede atribuirse a operaciones militares en Estados Unidos o a la presencia en la provincia.

Tras cinco años de infructuosas operaciones militares de Estados Unidos en Anbar, los acuerdos del ejército estadounidense con líderes tribales sunitas en esa provincia representan un reconocimiento de que esa fuerza dependía de los propios insurgentes, a los que una vez consideró enemigos, para reducir la influencia de Al Qaeda en ese territorio.
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Los sunitas "pueden entender quién es Al Qaeda mucho mejor que nosotros", admitió Petraeus en una entrevista con ABC News el 30 de mayo.

El aparente éxito del cambio de estrategia de Petraeus —pasar de depender de los efectivos sunitas para encargarse de Al Qaeda— podría ser usado como argumento contra la continuación de la presencia militar de Estados Unidos en Anbar.

El reconocimiento de que hay una alternativa mucho más efectiva a las operaciones militares estadounidenses para reducir la influencia de la red terrorista serviría para atacar el argumento de George W. Bush que se opone a fijar un calendario para la retirada de las tropas, lo que depende cada vez más de la amenaza de un refugio de Al Qaeda en Iraq.

Eso también contradiría la lógica de los intentos del opositor Partido Demócrata por incluir en una legislación para la retirada de tropas una importante excepción para los soldados estadounidenses que combaten el terrorismo en Iraq, una referencia a Al Qaeda en la provincia de Anbar.

En varias entrevistas de prensa realizadas en los últimos meses, Petraeus describió los nuevos acuerdos de seguridad como el resultado de un cambio en la idea que se tenía de los líderes tribales sunitas.

En una entrevista el 8 de junio en la cadena de noticias CNN, el militar dijo que, en pocos meses, "las tribus que hacían la vista gorda ante lo que Al Qaeda estaba haciendo en esa provincia ahora se oponen muy vigorosamente" a la red.

Pero el telón de fondo de los acuerdos en Anbar indica que fue el gobierno de Bush el que fue forzado a ajustar su política. Varias importantes organizaciones armadas sunitas, la mayoría de las cuales eran árabes nacionalistas, comenzaron a pelear contra Al Qaeda, una red dominada por extranjeros en Iraq ya en 2005.

Para comienzos de 2006, los sunitas estaban en guerra con Al Qaeda en buena parte de la provincia de Anbar.

Los líderes de organizaciones armadas sunitas anti-Al Qaeda realizaron reiteradas propuestas de cooperación a Estados Unidos contra la red islamista, así como contra milicias chiitas.

En diciembre de 2005, un representante de los insurgentes sunitas en Anbar pidió al máximo comandante estadounidense en Iraq, el general George Casey, que los ex soldados iraquíes del área reemplazaran a las fuerzas estadounidenses para brindar seguridad a la ciudad de Ramadi, según un informe publicado en el periódico Sunday Times, de Londres.

Pero Casey se negó, alegando que eso permitiría a los insurgentes sunitas apoderarse de la ciudad. El londinense The Times informó en septiembre de 2006 que los líderes sunitas en Anbar se quejaban de que las operaciones militares estadounidenses fortalecían a Al Qaeda al desarmar a sus fuerzas.

La razón por la que los militares de Estados Unidos se negaron a permitir que los sunitas controlaran la seguridad en sus propias provincias es que antes soldados y policías sunitas habían colaborado con los insurgentes de esa facción.

En abril de 2004, cuando rebeldes sunitas continuaron con la ofensiva, la cantidad de efectivos del "Cuerpo de la Defensa Civil" en las tres provincias sunitas se redujo 82 por ciento, de 5.600 a unos 1.000, según un informe de la Oficina de Auditoría General de Estados Unidos, porque unidades enteras se pasaron al bando de los insurgentes.

Así que fueron Petraeus y el comando de Estados Unidos, no la dirigencia sunita, los que cambiaron de estrategia.

Bajo los acuerdos negociados con líderes tribales, se dio a las fuerzas sunitas una autoridad de hecho sobre la seguridad local, sin ningún estatus oficial.

Los mismos acuerdos ahora fueron extendidos a otras provincias sunitas y a barrios sunitas en Bagdad.

El secretario de Defensa de Estados Unidos, Robert Gates, negó el domingo que Estados Unidos suministre armas a las milicias sunitas, pero confirmó que brinda entrenamiento y apoyo financiero.

Funcionarios estadounidenses dijeron que los reclutas sunitas para estas milicias son cuidadosamente investigados, y que deben firmar una declaración comprometiéndose a apoyar al gobierno.

Pero un informe publicado el 27 de julio en The Washington Post reveló cómo funciona realmente el proceso de investigación de sunitas en Bagdad.

El comandante de Estados Unidos en el distrito bagdadí de Rasheed, Ricky D. Gibbs, se reunió con "media docena de influyentes líderes sunitas" para discutir la formación de "grupos de protección de barrios", según el artículo, y recibió una lista de 250 nombres de residentes sunitas dispuestos a servir en la fuerza.

Rick Lynch, comandante de la Tercera División de Infantería, aseguró a los periodistas en junio que no se daría apoyo a ningún grupo sunita que haya atacado a las fuerzas estadounidenses.

Pero el comando de Estados Unidos tiene muy poca información sobre los insurgentes sunitas para saber si las guerrillas ingresaron al programa.

Rebeldes sunitas que siguen determinados a expulsar a las fuerzas de ocupación participan en las milicias patrocinadas por Estados Unidos.

Leila Fadel, de la red de periódicos McClatchy, informó el 7 de junio que miembros del antiestadounidense Ejército Islámico de Iraq colaboran con efectivos de Estados Unidos en el barrio sunita de Amariyah, en Bagdad, para expulsar a Al Qaeda.

Los rebeldes sunitas no reconocen su afiliación a las fuerzas estadounidenses, que acudieron a ellos porque, como explicó el comandante, encontrar a los atacantes de Al Qaeda era "como luchar contra fantasmas".

Pero Amariyah Abu Bilal, el líder de la célula del Ejército Islámico, dijo a Fadel que sigue comprometido con expulsar a las fuerzas de ocupación una vez que la red de Osama bin Laden haya sido derrotada.

Fadel y Nancy A. Youssef informaron el 17 de junio que algunos oficiales del ejército ven la nueva estrategia como un revés peligroso de la anterior política estadounidense de negarse a permitir que aquellos que tienen vínculos con los insurgentes obtengan acceso a órganos de la seguridad local.

Quienes se oponen al programa alegan, según Youssef y Fadel, que apoyar a las milicias sunitas "robustece la idea de que fuerzas iraquíes entrenadas por Estados Unidos no pueden controlar su país".

Las periodistas de McClatchy entrevistaron a seis diferentes oficiales estadounidenses que habían cumplido funciones en Iraq. Todos "sacudieron sus cabezas cuando se les preguntó sobre la idea de armar a los sunitas" y expresaron desconfianza en esa comunidad, a la que combatieron hace apenas meses.

Recién en diciembre pasado, el gobierno de Bush se mostró aterrado ante la idea de que Arabia Saudita realmente suministrara dinero y armas a milicias sunitas en Iraq si Estados Unidos se retiraba dejando a los chiitas en el poder, como advirtió el rey saudita Abdullah al vicepresidente estadounidense Dick Cheney durante una visita a Riyadh.

* Gareth Porter es historiador y experto en políticas de seguridad nacional de Estados Unidos. "Peligro de dominio: Desequilibrio de poder y el camino hacia la guerra en Vietnam", su último libro, fue publicado en junio de 2005.

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