POLITICA-EEUU: Presidencia de Bush en fase terminal

El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, debió mirar por momentos con envidia a su par ruso Vladimir Putin durante la cumbre que los reunió en la residencia de verano junto al mar que su padre tiene en Kennebunkport, en el estado de Maine.

La buena imagen que Putin disfruta en Rusia le garantiza una gran influencia política durante los nueve meses que le restan a su mandato.

No es el caso de Bush, cuya popularidad alcanzó el punto más bajo, según encuestas que se difundieron en la última semana, y cuya influencia incluso dentro de su propio Partido Republicano parece declinar a la velocidad de la luz.

Esto quedó en evidencia, con efecto devastador, cuando la semana pasada 37 de los 49 senadores republicanos abandonaron la lealtad partidaria e ignoraron los deseos del presidente en una votación clave.

En consecuencia, los planes de Bush para implementar una profunda reforma migratoria en los restantes 18 meses de su mandato parecen condenados al fracaso.

La votación marcó la derrota del proyecto más importante, y quizás el más sencillo, de los cuatro que Bush identificó como sus prioridades a nivel nacional para su segundo periodo presidencial.

Los otros se referían a la reforma de la seguridad social, reducciones de impuestos y legislación destinada a desalentar las demandas colectivas, casos judiciales en que gran número de personas con una demanda común inician una querella en conjunto contra una empresa o contra el Estado.

Según el diario The Washington Post, Bush está ahora "prácticamente cero a cuatro".

Pero la derrota de su proyecto de ley sobre la inmigración fue sólo uno de una serie de episodios que erosionaron en la última semana la fuerza política residual que Bush podía disfrutar antes de la llegada del verano en este país.

La semana pasada comenzó con una declaración de independencia, y total frustración, de dos senadores republicanos claves: Richard Lugar, ex presidente de la influyente Comisión de Relaciones Exteriores, y George Voinovich.

Ambos se distanciaron de la decisión de Bush de mantener su actual política en Iraq hasta después del próximo otoño (boreal).

Un discurso de Lugar en el recinto del Senado, calurosamente apoyado por el ex presidente de la Comisión de Defensa John Warner, envió un mensaje claro.

Bush, sus comandantes militares y los diplomáticos en Bagdad no tienen más que 75 días —hasta mediados de septiembre— para producir un cambio total en su política sobre Iraq o enfrentarse con una irresistible presión política en el Congreso legislativo para comenzar a retirar las tropas de ese país, a principios de 2008 como máximo.

Luego, Lugar comparó ese discurso con su ruptura con el ex presidente Ronald Reagan (1981-1989) cuando éste vetó en 1980 una ley en contra del apartheid, el régimen de segregación racial institucionalizada que rigió en Sudáfrica en perjuicio de la mayoría negra hasta 1994.

Lugar jugó un papel fundamental en la decisión del Congreso de dejar sin efecto el veto presidencial, la única vez que ocurrió tal cosa durante los ocho años de Reagan en la Casa Blanca.

El viernes pasado, la semana terminó con la expiración del periodo de cinco años en los que Bush disfrutó del llamado "fast-track" (vía rápida) para la aprobación de tratados comerciales con otros países. Según este mecanismo, los legisladores pueden aprobar o rechazar los acuerdos, pero no enmendarlos.

Los líderes del opositor Partido Demócrata en la Cámara de Representantes (diputados) aprovecharon la ocasión para reclamar el rechazo de dos acuerdos comerciales pendientes, uno con Colombia y el otro con Corea del Sur.

La renovación del "fast-track" era otra prioridad del gobierno de Bush que ahora parece haberse ido por la cañería.

Como si estos contratiempos no hubieran sido suficientes, el diario The Washington Post publicó una serie de artículos de investigación sin precedente sobre el papel que juega el vicepresidente Dick Cheney. En ella retrata al presidente como el joven "delfín" de Cheney, quien desempeña un papel análogo al del cardenal Richelieu en el siglo XVII en Francia.

El cardenal Richelieu (1585-1642) fue la figura política y religiosa más poderosa de Francia. Entre otros cargos, se desempeñó como primer ministro del rey Luis XIII, quien lo nombró en ese puesto en 1624. Siempre fue el poder detrás del trono.

Los conocedores de los secretos del poder en Washington tenían esa impresión desde hacía mucho tiempo, pero los detalles operativos de esa relación habían sido hasta ahora relativamente borrosos.

David Broder, veterano columnista político de The Washington Post y uno de los más prestigiosos en Estados Unidos por décadas, señaló que los artículos revelan a un vicepresidente "que usa la amplia autoridad que le confiere un presidente complaciente para torcer el proceso de toma de decisiones hacia sus propios fines, frecuentemente por sobre la voluntad de otros miembros del gabinete y funcionarios del Ejecutivo".

La serie de artículos, que abastecen de nuevos granos al molino de los comediantes y conductores de programas nocturnos de televisión, no tiene otro efecto que socavar aun más la posición de Bush.

La imagen del presidente, en las últimas encuestas de opinión, cayó al nivel más bajo de su historia y sus niveles de popularidad se están aproximando a los del ex presidente Richard Nixon (1969-1974) en vísperas de su renuncia a causa del escándalo de espionaje en el edificio Watergate, donde funcionaba la sede del Partido Demócrata en Washington.

Los artículos coincidieron con la insistente actitud de Cheney, motivo de burla generalizada, de argumentar que él no debe atenerse a ciertas reglas sobre información secreta dado que, argumentó, como presidente del Senado, posición que ocupa por ser vicepresidente, no forma parte del Ejecutivo.

Esto sólo logró aumentar el nivel de burla que hace blanco en el gobierno.

La popularidad de Cheney también tocó fondo. En una encuesta que la cadena televisiva CBS realizó la semana pasada, sólo 28 por ciento de los entrevistados aprobaron la forma en que desempeña su cargo.

A principios de 2006 su popularidad era de 36 por ciento y había llegado a 56 por ciento en agosto de 2002, el mes en que lanzó su campaña para ganar apoyo con miras a la invasión de Iraq.

La misma encuesta de CBS indica que apenas 27 por ciento de los entrevistados tenían una opinión positiva acerca de Bush, apenas un punto porcentual por encima de su peor nivel, registrado la semana previa en un sondeo de la revista Newsweek.

La cadena televisiva Fox News, cuyas mediciones han mostrado generalmente cifras más benignas que las restantes, también reportó el nivel más bajo hasta el momento: 31 por ciento de aprobación.

La popularidad de Bush cayó debajo de 50 por ciento en la mayoría de las encuestas entre su reelección, en noviembre de 2004, y el inicio de su segundo mandato dos meses más tarde. Nunca volvió a recuperarse desde entonces.

Se trata, según The Washington Post, de "el más prolongado rechazo por parte del pueblo estadounidense" a un presidente en la historia moderna del país.

Aunque el vehemente rechazo de la derecha republicana al proyecto de ley de inmigración de Bush ayuda a explicar su caída en las encuestas, Iraq continúa siendo el factor más importante para explicarla.

En la encuesta de CBS, 23 por ciento de los entrevistados dijeron estar de acuerdo con su manejo de la guerra en Iraq, mientras que 70 por ciento de los consultados manifestaron su descontento, entre ellos un tercio que se identificaron como republicanos.

Aún más: una enorme mayoría, 77 por ciento, respondió que la guerra estaba yendo "algo mal" (30 por ciento) o "muy mal" (47 por ciento).

Cuarenta por ciento de los entrevistados dijeron que las tropas deben ser retiradas, mientras que 26 por ciento afirmaron que se debe reducir su número. Un sondeo de la cadena de noticias CNN mostró cifras similares.

A 16 meses de las elecciones presidenciales, los republicanos que tienen cargos electivos coinciden cada vez más en que el tándem Bush-Cheney se ha convertido en una seria amenaza para sus aspiraciones políticas.

A medida que los comicios se acercan, la presión para romper lanzas con la Casa Blanca —salvo que haya un gran cambio en Iraq— se volverá irresistible. Tal como ocurrió la semana pasada con el proyecto de ley sobre inmigración.

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