El babasú, palmera nativa abundante en la Amazonia oriental y en el norte y nordeste de Brasil, tiene gran potencial para producir biodiésel y biomasa energética, pero las mujeres que viven de su recolección temen perder su tradicional fuente de ingresos.
"La experiencia nos hace prever nuevas dificultades de acceso al babasú (Orbignya phalerata martins)", explica a Tierramérica Eunice da Conceição Costa, una de las coordinadoras del Movimiento Interestadual de Rompedoras del Coco Babasú en Imperatriz, municipio del sudoeste del estado de Maranhão.
Esas dificultades tienen sus raíces en el proceso agrario que vivió Maranhão desde 1969, cuando se aprobó la Ley de Tierras que impulsó la formalización de propiedades y la apropiación privada de extensas áreas públicas. Las cercas se multiplicaron, vedando la actividad extractiva, y los bosques fueron sustituidos por pastizales y siembras.
El Movimiento lucha por una ley nacional, ya existente en algunos municipios, para asegurar el libre acceso de las extractivistas al babasú y frenar la destrucción de este recurso natural indispensable para la economía popular.
Se calcula que 400.000 personas, casi todas mujeres, sobreviven extrayendo aceite del fruto y otros productos aprovechables del babasú en la alimentación, la construcción y la confección de artesanías.
Pero llegó hasta aquí la fiebre de los combustibles agrícolas, menos contaminantes que los derivados del petróleo. El biodiésel exige una escala industrial y producción mecanizada y puede atropellar la actividad tradicional.
"Es un riesgo para nosotras, quieren quitarnos el babasú", opina Maria Adelina Chagas, coordinadora general del Movimiento, organizado en los estados de Maranhão, Pará, Piauí y Tocantins.
Es factible producir ese combustible de babasú sin quitarles la fuente de ingresos a las rompedoras de coco, sino ampliándola, dice a Tierramérica Fernando Carvalho Silva, coordinador del Núcleo de Biodiésel de la Universidad Federal de Maranhão.
Se requiere un sistema más eficiente de recolección del coco y de extracción de sus almendras o semillas, que contienen el aceite.
El contenido oleaginoso del fruto es de sólo siete por ciento, pero es indispensable aprovechar toda la materia prima. La dura cáscara del coco tiene alto poder calorífico y puede usarse como carbón en la industria o la generación eléctrica. El mesocarpio es rico en almidón y se emplea para producir alimentos humanos y ganaderos.
La factibilidad del biodiésel depende así de una cadena de producción que asocie industrias de alimentos, fertilizantes, energía, insumos para cosméticos y otras, destaca Silva.
Además de estudiar las posibilidades del babasú, el grupo universitario desarrolla una planta piloto de combustible, de tecnología sencilla y barata, accesible para las comunidades rurales. Podrá producir entre 250 y 280 litros de biodiésel en cada operación, que durará dos días porque purificará el combustible por decantación, evitando centrifugadoras costosas, explicó el investigador.
El objetivo es darle viabilidad económica a la iniciativa, beneficiando a las rompedoras de coco, de quienes dependerá una decisión final sobre el proyecto que modificaría totalmente la economía del babasú, señala.
La abundancia de la palmera es suficiente para proveer de biodiésel a varios estados. Se calcula que los bosques nativos de babasú ocupan 18 millones de hectáreas, sobre todo en Maranhão. Su coco es el principal producto forestal brasileño después de la madera y representó 19,4 por ciento de la producción extractivista no maderera en 2005, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística.
Pero su extracción, muy rudimentaria, no cuaja con la producción energética. Además de la recolección manual del coco, las mujeres extraen cada almendra en una operación arriesgada. Sostienen el fruto entre los dedos de una mano, sobre el filo de un hacha apoyada en el suelo, y lo golpean con un palo sostenido por la otra mano.
"Ninguna máquina sustituye a las rompedoras de coco", porque no consigue el corte longitudinal que preserva las cuatro o cinco semillas contenidas en cada coco, sentenció Costa, destacando esa habilidad transmitida de madre a hija, que sin embargo no logra evitar los accidentes.
Cada mujer extrae por día un promedio de ocho kilogramos de semillas y gana unos siete reales (3,80 dólares), señaló Chagas a Tierramérica.
Es poco dinero, pero mucho más que el que da el biodiésel, lo que constituye otro obstáculo para que las rompedoras se sumen a la producción de ese biocombustible, apuntó.
Además, el programa gubernamental de incentivo al biodiésel en las regiones pobres del norte y nordeste no incluyó al babasú, observan Chagas y Silva.
No es así, refuta Edna Carmelio, asesora del Ministerio de Desarrollo Agrario. El Sello Combustible Social, concedido al biodiésel hecho con materias primas procedentes de la agricultura familiar, implica una reducción de tributos que abarataría en más de 10 por ciento el producto. Esto lo hace muy competitivo en el mercado de combustibles, afirma.
El gubernamental Programa Nacional de Producción y Uso del Biodiésel sólo menciona el ricino y el aceite de palma para el "estímulo máximo" de exención de dos tributos, porque son producciones con tecnologías ya dominadas. Pero también el babasú y otras materias primas pueden beneficiarse de este fomento si se comprueba su viabilidad en la agricultura familiar, acota Carmelio.
El sello social es "una defensa para las rompedoras de coco", que aleja el riesgo de que los bosques de babasú sean acaparados por el gran negocio agroenergético, asegura.
La petrolera estatal Petrobras, por ejemplo, sólo compra biodiésel certificado por ese sello. Además, la agricultura familiar, que incluye a las extractivistas, tiene acceso a créditos subsidiados que amplían sus ventajas, concluye la experta en biodiésel.
* El autor es corresponsal de IPS. Publicado originalmente el 28 de julio por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.