MERCOSUR: Un nudo más político que comercial

Los ministros de Economía de los cinco países del Mercosur se reunirán este jueves en Río de Janeiro para discutir, entre otros temas, una moneda regional común para reemplazar al dólar en el comercio transfronterizo.

Suena a debatir el sexo de los ángeles. Al fin y al cabo, el Mercosur atraviesa hace tiempo la crisis más grave de sus 15 años de vida, y si no consigue siquiera arreglar diferencias mucho más sencillas entre sus miembros, ¿cómo pensar en una aventura tan compleja como una moneda común que los europeos, por ejemplo, demoraron 50 años para concretar, y ni siquiera vale hoy para los 25 países de ese bloque?

Sin embargo, precisamente en la osadía de aventurarse está la salida —quizás única— que el bloque del Sur tiene si no quiere ver deshacerse la construcción que, en esos quince años, logró multiplicar por ocho la corriente de comercio (importaciones más exportaciones) entre sus cuatro socios originales (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) llevándola de 8.200 millones de dólares a 32.200 millones entre 1990 y 2004.

El Mercosur (Mercado Común del Sur) ha logrado también agregar un nuevo socio, Venezuela, y atraer a Chile, Bolivia, Perú, Colombia y Ecuador como asociados, si bien no miembros plenos.

Pero la crisis de los últimos tiempos no es consecuencia de los dolores de crecimiento. Todo lo contrario. Es consecuencia de los dolores del estancamiento, en Brasil primero, en Argentina después.

[pullquote]1[/pullquote]Cuando Brasil devaluó su moneda en 1999, los argentinos estaban entrando en la recesión que desembocaría en el fin del cambio fijo (la convertibilidad) junto a una brutal crisis económica, financiera y social. Las dos crisis causaron medidas defensivas de una y otra parte, que no tienen nada que ver con el comercio libre, que es, al fin y al cabo, el motor de la integración regional.

Hasta hoy, por ejemplo, la importación de calzados y de la llamada «línea blanca» (electrodomésticos) sufre restricción en Argentina, lo que a su vez causa honda irritación en los sectores empresariales brasileños.

El gobierno de Brasil intenta calmar los ánimos con una defensa filosófico-política del bloque: «El Mercosur es nuestro destino. No tendremos un país tranquilo si no hay una región tranquila», dice una y otra vez el canciller Celso Amorim.

Para los empresarios, la filosofía no basta. Quieren negocios y creen, además, que el Mercosur termina por ser un lastre en las negociaciones con Estados Unidos (en el marco del Área de Libre Comercio de las Américas) y con la Unión Europea, justamente los dos mercados más grandes del mundo.

[pullquote]2[/pullquote]Por su parte, los argentinos dicen —con razón, además— que las restricciones son indispensables para permitir al país recuperar su industria, devastada por los años de cambio fijo. Señalan el saldo comercial, que es hoy muy favorable a Brasil (9.900 millones de dólares de exportaciones brasileñas contra 6.200 millones de exportaciones argentinas en 2005).

¿Cómo, entonces, la moneda común puede ser favorable a la solución de los conflictos? Para el ministro brasileño de Desarrollo, Comercio Exterior e Industria, Luiz Fernando Furlan, sólo políticas macro-económicas convergentes eliminarían, por definición, problemas como el desajuste cambiario, las diferencias entre las tasas de intereses, etcétera.

Los países miembros no necesitarían, entonces, de medidas defensivas de unos contra otros.

Teóricamente es correcto. Pero, ¿cómo se arreglan divergencias tan agudas como las que separan a Argentina y a Uruguay por las llamadas «papeleras»? En ese caso, la única salida sería la construcción de instituciones regionales sólidas y confiables para todos los socios, lo que a su vez presupone un grado de confianza entre sus dirigentes, que hoy es casi nulo entre Tabaré Vázquez, el presidente uruguayo, y su par argentino Néstor Kirchner.

Suena a un círculo de hierro irrompible, incluso porque Brasil, líder natural por su peso económico, territorial y poblacional, está semiparalizado por los escándalos de corrupción, en primer lugar, y luego por el proceso electoral que finalizará en octubre.

Además, Brasil tiene ahora desconfianzas serias ante los gobernantes de Venezuela y de Bolivia, por la nacionalización del gas boliviano, acción de la cual el presidente Luiz Inácio Lula da Silva no fue avisado de antemano. Chávez sí lo fue, pero no transmitió la información a Brasilia.

Hay que notar que Lula quiere mantener las mejores relaciones con Estados Unidos, lo que puede verse dificultado por la retórica incendiaria de Chávez respecto del gobierno de George W. Bush.

Por tanto, las dificultades políticas son mucho más complejas que los desafíos económico-comerciales. Y llegar a la moneda común es una aventura por sobre todo política. Cómo desatar ese nudo es una cuestión para la cual no hay respuesta a la vista. Quizás se empiece a intentarla a partir de la reunión de este jueves en Río.

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