El valor de «Araguaya, la conspiración del silencio», que lleva a la pantalla un episodio sangriento y poco conocido del período de la dictadura militar en Brasil, es más de osadía histórica que de calidad cinematográfica.
El primer largometraje de ficción del director Ronaldo Duque acompaña una tendencia de buena parte de la actual generación de cineastas brasileños de pretender "explicar" el país a través de la dramatización de hechos históricos y una numerosa producción de documentales, que lograron una mayor exhibición comercial en los últimos años.
En la actualidad, por ejemplo, dos salas de Río de Janeiro tienen en pantalla "Dom Helder Cámara, el santo rebelde", el documental sobre la vida de ese obispo católico ya fallecido que se hizo mundialmente conocido en los años 60 y 70 por su defensa de los pobres y de los derechos humanos desafiando a los militares en Brasil y a sus jerarcas conservadores del Vaticano.
Esa obsesión de informar más que emocionar y profundizar el drama humano, más complejo que las versiones sociológicas o políticas sobre hechos o realidades, puede ser un factor de la menor imaginación narrativa del cine brasileño en comparación, por ejemplo, con la creatividad actual de los cineastas argentinos.
"Araguaya" sigue una corriente que trata de rescatar hechos recientes que estuvieron ocultos por la censura o la naturaleza clandestina de la resistencia a la dictadura. Asume incluso su carácter semidocumental, incorporando en la primera parte testimonios de sobrevivientes de la llamada "guerrilla del Araguaia".
Entre esos sobrevivientes está el ex diputado José Genoino, quien presidía el gobernante Partido de los Trabajadores hasta que fue obligado a renunciar por el escándalo de corrupción que estalló hace un año, involucrando a los principales dirigentes de esa agrupación y a decenas de parlamentarios.
El filme cuenta en forma novelada el intento del Partido Comunista del Brasil, de orientación maoísta en la época, de establecer un movimiento guerrillero en la región de Araguaia, en la Amazonia oriental del norte de Brasil. La inspiración era principalmente Vietnam luchando contra la intervención estadounidense, según Genoino.
Casi todos los 69 los militantes enviados al área boscosa a partir de 1966 fueron muertos por el Ejército, 59 de ellos aún son considerados "desaparecidos", lo cual creó un movimiento de familiares y activistas de derechos humanos que reclaman la apertura de los archivos militares todavía secretos y la información sobre el destino de los cuerpos.
Un sacerdote francés, misionero en Araguaia en la década del 60, es el narrador que ve llegar a los "paulistas", así llamados porque la mayoría provenía de Sao Paulo, que van conquistando la amistad de los campesinos locales por el trabajo social, la asistencia médica y la convivencia solidaria, a veces desapareciendo por unos días en los bosques.
Son varios años de acercamiento a la población local, adaptación a la vida salvaje y entrenamiento militar, hasta que en 1972 tropas del Ejército iniciaron las operaciones que exterminaron la guerrilla en poco más de dos años. La orden de los generales, según el filme y comprobada por los hechos, fue no dejar sobrevivientes.
Hay momentos de tensión, escenas de mucha violencia y el dramático dilema del "Padre Chico" (el sacerdote) entre ayudar a sus amigos o mantenerse fiel a su misión pacífica y religiosa, para captar la atención del espectador.
Pero será insuficiente para que el público común, sin informaciones previas sobre el incidente, comprenda el significado del enfrentamiento desigual entre 10.000 soldados y unas decenas de guerrilleros, una historia marginal en el proceso político brasileño y difícilmente comprensible para una población poco familiarizada con sublevaciones de raíz ideológica.
La película adopta una posición maniqueísta a favor de los insurgentes. Los militares son grotescamente "malos", al punto de que uno de ellos viola a una enemiga agonizante. El objetivo político de denunciar arbitrariedades es evidente.
Los actores, algunos famosos por trabajar en telenovelas, como Northon Nascimento y Danton Mello, no logran la naturalidad que sí muestran en la pantalla chica, por diálogos llenos de consignas más adecuadas a los discursos políticos. Los militantes hablan así, pero no siempre, y su frecuencia perjudica la dramaturgia.
El director Duque dedicó casi 20 años a la investigación del episodio, después de conocerlo en un viaje al Araguaia como periodista. La cantidad de informaciones acumuladas y su experiencia como documentalista quizás lo traicionaron en la elaboración, con otros dos colegas, de un guión "basado en testigos reales" y más preocupado en sumar informaciones que en definir un eje dramático.
A pesar de sus problemas, "Araguaya, la conspiración del silencio" ganó premios en un festival nacional y en dos de cine brasileño en el exterior, uno en Estados Unidos y otro en Italia.