La mayor hazaña del Grupo de los 20 países en desarrollo (G-20) es haber sobrevivido como actor clave en las negociaciones de la Organización Mundial del Comercio, pese a su heterogeneidad y a los intereses diversos de sus integrantes.
Esa evaluación de André Nassar, director ejecutivo del Instituto de Estudios del Comercio y Negociación Internacionales (Icone), se desprende del seguimiento efectuado a esa coalición de países interesados en reducir los subsidios agrícolas que distorsionan el comercio y en ampliar el acceso a los mercados industrializados.
Los miembros del G-20 consolidaron "reglas de conducta" que permiten definir consensos, respetando los límites de cada país, conciliando intereses y reconociendo que es "mejor acordar propuestas menos ambiciosas que romper el grupo" y perder fuerza negociadora, resumió Nassar.
El G-20, conformado en agosto de 2003, tiene actualmente 21 integrantes: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, China, Cuba, Egipto, Filipinas, Guatemala, India, Indonesia, México, Nigeria, Pakistán, Paraguay, Sudáfrica, Tanzania, Tailandia, Uruguay, Venezuela y Zimbabwe.
Como exportadores, tienen cohesión en torno al gran interés por la agricultura, al reclamar que Estados Unidos, la Unión Europea y Japón eliminen sus subsidios a la exportación y los domésticos que distorsionan el intercambio, pero las divisiones aparecen en el momento de presentar y negociar propuestas.
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Algunos intereses son omitidos y aparecen solo en el momento en que el grupo busca adoptar una iniciativa. "Es fácil revelar los intereses ofensivos", es decir los reclamos de liberalización comercial contra los subsidios y las barreras como los altos aranceles, pero los intereses "defensivos" surgen a última hora, observó el experto.
China, por ejemplo, no quiere compromisos que en el futuro le impidan adoptar políticas de sustentación de precios y de ingresos de sus agricultores. Actualmente no practica subsidios, pero sabe que tendrá que hacerlo en el futuro y busca reservarse esa prerrogativa, explicó Nassar.
India, por su parte, obligó al G-20 a romper una vieja regla según la cual, en un eventual acuerdo, los países en desarrollo rebajarían sus aranceles en una proporción de dos tercios de la reducción fijada para las potencias industriales.
Para ese país "superproteccionista", que impone por ejemplo los mayores aranceles mundiales sobre aceites vegetales, de hasta 80 por ciento, la desgravación arancelaria sería siempre muy dura, aunque proporcionalmente menor. No es lo mismo bajar la protección de seis a tres por ciento que de 60 a 40 por ciento, observó.
De esa forma, países "ofensivos" en agricultura, como Argentina, Brasil y Chile, tuvieron que "renunciar a sus ambiciones" ante los límites e intereses "defensivos" de otros que prefieren la posibilidad de reducir los aranceles en una proporción menor a dos tercios. Ese pragmatismo "funciona políticamente", reconoció Nassar.
Brasil ejerce un liderazgo en el grupo por tener intereses más amplios como gran exportador de variados productos y ser "ofensivo" en agricultura, evaluó el experto.
Pero en el ajedrez negociador, los países no renuncian completamente a sus pretensiones individuales y juegan con alianzas ocasionales no declaradas. Brasil sabe que algún día Estados Unidos presionará a India para que reduzca su proteccionismo, y ésta no necesitará hacerlo dentro del G-20 arriesgando su unidad, explicó.
El Icone es un centro de estudios y reflexión creado en 2003 para apoyar a los negociadores brasileños, especialmente en el área del agronegocio. Brasil quiere el fin de los subsidios y más acceso tanto a mercados del Norte como del Sur.
Un estudio de Mario Jales, investigador de Icone, revela que las exportaciones agrícolas brasileñas, históricamente destinadas al mundo industrial, crecieron mucho en dirección al mundo en desarrollo, que el año pasado adquirió más de la mitad de lo exportado por Brasil, en valor.
Por eso Brasil tiene interés en asegurar acceso más libre tanto a países desarrollados como en desarrollo. Pero tendrá dificultades para abrir mercados, porque gran parte de sus productos agrícolas exportables tienden a ser considerados "sensibles", como el azúcar, las carnes, el etanol y el jugo de naranja, y soportan pesadas barreras.
Ante la Sexta Conferencia Ministerial de la OMC en Hong Kong, que se celebrará desde este martes 13 al domingo 18 de diciembre, nadie espera un acuerdo debido a las dificultades para superar las diferencias en el comercio agrícola, especialmente entre el G-20 y la Unión Europea.
Pero "se ajustarán ideas" y será un amplio ensayo que preparará el campo para negociaciones más concretas en 2006, cree Nassar.
Representantes de la sociedad civil brasileña, sin embargo, prefieren que no haya acuerdo, pues en el cuadro actual de la OMC éste solo será posible con concesiones de los países pobres, que sacrificarían sus posibilidades de desarrollo.
El G-20 tendrá "un papel central" en Hong Kong, pero su problema es concentrar todo el esfuerzo en abrir mercados para el agronegocio, en desmedro del derecho de los países a "proteger sus modos de vida, la agricultura familiar", sentenció Fatima Melo, de la Secretaría Ejecutiva de la Red Brasileña por la Integración de los Pueblos, que agrupa a organizaciones no gubernamentales y movimientos sociales.
Su temor es que "por migajas" en la reducción de subsidios agrícolas europeos, Brasil haga concesiones "inaceptables", otorgando a las empresas transnacionales aperturas a sectores esenciales de los servicios, por ejemplo el abastecimiento de agua y energía.
Ese riesgo existe debido a una "correlación de fuerzas" en Brasil que favorece el agronegocio, es decir la gran producción para exportación, en desmedro de la agricultura familiar, sostuvo. India tiene una mejor posición, y es más sensible a la defensa de su desarrollo, acotó.
El Icone, en cambio, niega esa división, arguyendo que la agricultura familiar hace parte del agronegocio y responde por la mayor proporción de algunos productos brasileños campeones de exportación, como las carnes y el tabaco, y por lo tanto también tiene interés directo en ampliar mercados externos.
El debate es "saludable", pero hay mucho de "ideología" en la creencia de que la agricultura familiar necesite la protección reclamada, opinó Nassar. Es "muy bajo el riesgo" de que las importaciones amenacen el desarrollo agrícola brasileño, mientras reducir las distorsiones comerciales internacionales favorecería tanto al grande como al pequeño productor, afirmó.
El especialista afirma que en este momento se deben concentrar los esfuerzos en los "intereses ofensivos" del país en las negociaciones, y que los movimientos sociales deberían presionar por políticas públicas que promuevan el desarrollo de la agricultura familiar, en lugar de depender de la protección arancelaria.