Los desplazados de la economía formal en Bolivia, cada vez más numerosos tras dos décadas de vigencia de un modelo excluyente, aspiran a llegar al gobierno de la mano de Evo Morales, el líder indígena favorito para ganar las elecciones el próximo domingo.
En la mitad de los años 80, Bolivia ingresó en un turbulento proceso de cambios con la recuperación de los derechos y libertades ciudadanas arrebatados por las dictaduras militares que se sucedieron desde 1964, estabilizó su economía con la implementación del modelo neoliberal y reordenó el funcionamiento de sus instituciones.
Sin embargo, 23 años después los resultados son por demás negativos. Esa estabilidad no alcanzó para mejorar la distribución de la riqueza y los datos oficiales indican que 70 por ciento de los 9,2 millones de bolivianos son pobres, buena parte de los cuales dependen del cultivo ilegal de la hoja de coca en la central zona del Chapare, en el departamento de Cochabamba.
Precisamente, de los sectores marginados y empobrecidos que buscaron una oportunidad de vida en las tropicales y selváticas tierras del Chapare surge Morales, primero como líder sindical de los cultivadores de hoja de coca y hoy, a los 46 años de vida, como postulante a suceder a Eduardo Rodríguez.
En caso de ganar, será el primer presidente indígena en la historia independiente de Bolivia, con 60 por ciento de su población identificada con algún grupo étnico originario, según el censo nacional de 2002.
"El predominio de un reino de la impunidad, las coaliciones partidarias, la subordinación del parlamento, la justicia y otras instituciones al poder económico, y la ruptura de la independencia de poderes bajo un modelo represivo", abonaron el camino para la consolidación del liderazgo popular de Morales, dijo a IPS el sociólogo Juan Ramón Quintana, un ex militar y hoy profesor en universidades de La Paz, Lima y Quito.
La candidatura presidencial del sindicalista por el izquierdista Movimiento al Socialismo (MAS) nació marcada por la férrea oposición de Estados Unidos, manifestada a través de su embajada en La Paz, cuyos portavoces lo acusaron de recibir financiamiento del presidente de Venezuela, Hugo Chávez.
La postura fuertemente crítica de Morales respecto de la política exterior, de seguridad y comercial de Estados Unidos inquieta al gobierno de ese país, que teme, en caso de que llegue a la presidencia, la conformación de una alianza estrecha con Chávez, el gobierno cubano de Fidel Castro y de otros centroizquierdistas de la región.
En su visita a La Paz, el académico y ambientalista italiano Giuseppe de Marzo, activista por los derechos de los pueblos originarios, comentó a IPS que las transformaciones para beneficiar a las mayorías pueden hallar buen cauce por el trabajo de gobiernos con alto sentido social como el de Chávez, el brasileño de Luiz Inácio Lula da Silva y un probable mandato de Morales.
Pero la historia política de quien encabeza la intención de votos, según todas las encuestas, hay que rastrearla hasta fines de la década del 70 y principios del 80, cuando Morales era un agricultor pobre en tierras poco fértiles de la altiplánica y frígida población de Isallavi, en el occidental departamento de Oruro.
Al comienzo de su campaña electoral, el hoy diputado del MAS llevó a un grupo de periodistas a enseñarles la casa que dejó en los años 80, fabricada de barro, con paredes sin pintar y techo de paja y madera rústica, en cuyo dormitorio sólo había dos vetustos catres de metal, cubiertos con frazadas de colores vivos tejidas con lana de oveja.
El viento y las condiciones climáticas adversas apenas permitían a la familia de Morales la cría de llamas, un camélido típico de la región, y la siembra de escasos tubérculos para el autoconsumo. Hoy, el parlamentario vive entre La Paz, sede del Congreso legislativo, y el trópico cochabambino.
La crisis económica que llevó en 1985 casi a la quiebra a Bolivia, con una inflación anual de hasta 25.000 por ciento, empujó a miles de campesinos y a unos 27.000 mineros desempleados a buscar nuevas oportunidades y una esperanza de supervivencia en el Chapare.
Empero, el mercado estaba señalando otro camino: la demanda en ascenso por parte de los fabricantes y distribuidores de cocaína llevó entonces a extender a límites nunca visto antes los cultivos de la ancestral hoja de coca, con la cual se fabrica la pasta base de esa droga, en la tupida selva del Chapare y en las llanuras del departamento del Beni.
Eran los tiempos en que proliferaron las bandas de narcotraficantes con conexiones en Colombia, gran exportador de drogas, y en Estados Unidos, el principal consumidor del mundo.
Un cálculo estimado de los errores y omisiones del Banco Central de Bolivia a fines de los años 90 señaló que unos 600 millones de dólares ingresaban en ese entonces en la economía formal, y algunos expertos lo atribuyeron al negocio ilícito de las drogas.
Los mineros que llegaron a las plantaciones legales e ilegales de la región trajeron consigo la tradición sindical y de organización social, fuertemente influenciada por corrientes de pensamiento marxista durante las décadas del 50 y del 60.
Ello, unido a la fortaleza y el carácter de lucha de los propios campesinos del lugar, derivó en la creación de combativos sindicatos en su nuevo espacio de trabajo. Esa fue la cuna política de Morales.
Con una defensa abierta a los cultivos de la hoja de coca, empleada como hoja medicinal y para rituales como lo hacen desde tiempos remotos los pueblos originarios, las organizaciones campesinas protagonizaron acciones de resistencia a programas de erradicación y sustitución de su principal producto.
La legislación antidroga de Bolivia, que es considerado el tercer mayor productor de coca del mundo detrás de Colombia y Perú, autoriza el cultivo de sólo 12.000 hectáreas, que deben ser destinadas a usos ancestrales y medicinales. Ello fue producto de acuerdos internacionales en la materia.
Chapare está ubicado en el centro del país y por allí atraviesa la vía principal que une occidente con oriente. Ese fue el escenario donde los agricultores protagonizaron sus acciones de resistencia con bloqueos de rutas prolongados, enfrentamiento con fuerzas militares y policiales, y decenas de muertos en ambos bandos, en los últimos 15 años.
En el primer intento por acceder a los gobiernos locales por vía democrática, la Corte Nacional Electoral le negó la personería a los agricultores de hoja de coca, al no reconocer la totalidad de las 10.000 firmas para crear la agrupación política. Por ello echaron mano a un partido que se extinguía lentamente, como era el MAS.
Paradójicamente, el MAS había nacido de disidentes por izquierda de una por entonces ya desaparecida organización derechista, con rasgos fascistas y denominada Falange Socialista Boliviana (FSB). Pero este caballo de batalla con nuevo jinete prometía mucho más.
Desde entonces, los municipios del trópico de Cochabamba pertenecen, por el derecho ganado en las urnas, al MAS de Morales, que en la última elección municipal consiguió la mayor cantidad de autoridades elegidas en los 327 gobiernos locales del país.
Morales llegó por primera vez al parlamento como diputado nacional, pero la muerte de un oficial de policía y su esposa en un bloqueo de carreteras determinó el inicio de un proceso en su contra en el Congreso legislativo, impulsado por los derechistas Acción Democrática Nacionalista (ADN), el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y la Nueva Fuerza Republicana (NFR).
Al líder campesino se le atribuyó la autoría intelectual de esas muertes, pese a que las pruebas para ello fueron insuficientes. En una sesión que marcó el nacimiento de un nuevo líder, Morales fue expulsado del Congreso y con ello logró involuntariamente aumentar su popularidad en 2002, durante el gobierno derechista de Jorge Quiroga, ahora su principal competidor.
Ese año volvió a postularse a la Presidencia de Bolivia y los resultados echaron por tierra los cálculos políticos y las encuestas.
La adhesión de grandes sectores urbanos empobrecidos, de clase media y de campesinos, todos desencantados con la política tradicional, le otorgó el segundo lugar al líder indígena, detrás de Gonzalo Sánchez de Lozada, del MNR, quien más de un año después se fugó del país tras ser derrocado por un levantamiento popular.
Si los datos de las encuestas se confirman este domingo en las urnas, sólo quedará averiguar si la democracia boliviana es suficientemente flexible como para aceptar por primera vez a un líder indígena en la Presidencia. Esa decisión estará en manos del Congreso, pues todo indica que Morales no podrá reunir más de 50 por ciento de los votos requeridos para llegar al gobierno de modo directo. (