MEDIO ORIENTE: La ONU en la picota

Diversos acontecimientos de las últimas horas en Líbano, Siria, Irán e Iraq dejan en entredicho en Medio Oriente el papel de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), acusada de responder a intereses occidentales e israelíes.

Este viernes, el libanés y prosirio Partido de Dios (Hezbollah) aprovechó su manifestación antiisraelí anual para lanzar un mensaje desafiante a la comunidad internacional, lo que demostró, otra vez, cuán difícil es para la ONU abordar los problemas de Medio Oriente.

En el desfile anual del Día de Jerusalén, el líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, arremetió contra dos informes de la ONU. Uno de ellos llama al partido a dejar las armas, y el segundo identifica a sus aliados sirios como sospechosos de haber asesinado al ex primer ministro libanés Rafiq Hariri.

En el acto realizado al cabo del desfile en el sur de Beirut, bajo la consigna "Jerusalén, estamos llegando", Nasrallah consideró que "más de un informe internacional" constituye "un sabotaje para el vínculo entre libaneses, entre libaneses y palestinos y entre libaneses y sirios".

Hezbollah adoptó como propia la posición desafiante de Siria en relación con la comunidad internacional. En ambos casos cualquier alternativa viable parece difícil.

El gobierno de Siria sufrirá, probablemente, una ruptura en torno de la cooperación con la investigación internacional del asesinato de Hariri.

Para Hezbollah, única facción libanesa que aún no abandonó las armas desde el fin de la guerra civil, hacerlo la llevaría a perder el dominio político sobre la gran comunidad chiita del país.

Nasrallah y los sirios están preocupados. El líder de Hezbollah pasó la mayor parte de su tiempo de un acto antiisraelí para acusar a la ONU: los relatores del foro mundial, Terje Roed-Larsen y Detlev Mehlis, están dominados por Israel, aseguró.

El discurso de Nasrallah muestra el nuevo y escarpado territorio que cruza la ONU en Medio Oriente, región en que sufrió una enorme pérdida de credibilidad a causa del conflicto en Iraq.

El dirigente libanés emitió apenas un ataque verbal, pero esa desconfianza dio pie en 2003 a un atentado suicida que acabó con una veintena de vidas en la sede del foro mundial en Bagdad.

Medio Oriente es hoy un muestrario de fallas de la ONU. Al incesante conflicto palestino-israelí y la situación de Iraq, se suman ahora la situación de Siria y Líbano y el programa nuclear de Irán, un aliado clave de Hezbollah.

La investigación del asesinato de Hariri parece evolucionar hacia un caso liso y llano de terrorismo internacional apoyado por un estado. No tiene precedentes una investigación de la ONU tan bien documentada, lo cual, sin embargo, no parece garantía de respuesta internacional efectiva.

El caso de Irán parece más complicado. Resulta difícil de obtener la prueba indiscutible de que Irán tiene la meta de construir armas nucleares, además de que en su plan de desarrollo energético no parece estar más que ejerciendo sus derechos.

Lo que no tiene cuestionamiento es que durante muchos años Irán se negó a someterse al control de la Agencia Internacional de Energía Atómica de la ONU, lo cual podría hacerlo objeto de censura.

El llamado el jueves del nuevo presidente conservador de Irán, Mahmoud Ahmedinejad, a "eliminar del mapa" a Israel renovó las preocupaciones por el programa nuclear del país islámico. Lo reconoció, incluso, Rusia, que hasta ahora se ha negado a considerar acciones internacionales respecto de Teherán.

La desunión reinante en el Consejo de Seguridad de la ONU tras un breve interludio de armonía tras el fin de la guerra fría tuvo consecuencias desastrosas para Medio Oriente.

La prueba más tajante es Iraq. Cualesquiera sean los aciertos y errores de la invasión, la relación entre miembros del Consejo se exacerbó por la decisión estadounidense de actuar unilateralmente.

En cuanto al conflicto palestino-israelí, un esfuerzo más concertado de la comunidad internacional podía haber aliviado hace mucho algunas de sus peores aristas.

Pero la ONU evitó una acción directa sobre la construcción de asentamientos judíos en territorio palestino, y también en respuesta al terrorismo antiisraelí.

De todos modos, la organización no ha renunciado a abordar este conflicto, que la persigue desde su propia fundación.

El Consejo de Seguridad mostró una razonable unidad en torno de Líbano y Siria, primero con la resolución 1.559 que exigió la partida de las tropas sirias de territorio libanés y el desarme de todas las milicias, en una alusión directa a Hezbollah.

Luego, se publicó el informe sobre el asesinato de Hariri, tras la investigación encabezada por Mehlis. Y lo que se viene parece, por lo menos, problemático.

Estados Unidos y Francia dejaron de lado sus entuertos sobre Iraq y apoyan, junto con Gran Bretaña, un proyecto de resolución muy duro que exige a Siria colaboración con la investigación.

Pero Rusia se ha comprometido a bloquear cualquier medida que pueda derivar en sanciones contra su otrora aliada.

Con sanciones o sin ellas, parece poco probable que Siria coopere con una pesquisa que apunta incluso contra familiares del presidente Bashar al-Assad y altos funcionarios de su gobierno.

La comunidad internacional tiene muy pocas opciones en relación con Siria, sin contar la acción militar, que nunca será aprobada.

Lo mismo sucede respecto de Libano, donde nadie se atreve a afrontar el problema del desarme de Hezbollah. Ni siquiera el actual gobierno prooccidental y antisirio, que rechazó intromisiones a "asuntos internos" al responder al informe de la ONU.

Y el problema es similar en torno de Irán: se sospecha que la única motivación de su programa nuclear es militar, pero no hay consenso internacional para actuar, y ni hablar de imponer sanciones.

En una región donde el ejercicio "blando" del poder ha tenido éxito en contadísimas ocasiones, el camino de las canciones y de la intervención militar parece cerrado, tras el fiasco en Iraq.

Si hay otra manera de solucionar los problemas, es hora de que la comunidad internacional la encuentre. (

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