MÉXICO: Cárcel golpea, pero no amilana a campesino ecologista

Felipe Arreaga es un campesino ecologista que nunca fue a la escuela y apenas logra leer pues, según dice, nació «crucificado» por la pobreza. A los 56 años, con un premio ambiental de prestigio internacional en sus manos y recién salido de la cárcel, dice a Tierramérica que podría ser asesinado, pero no teme ese destino.

Miembro de la Organización de Campesinos Ecologistas de la Sierra de Petatlán y Coyuca de Catalán (OCESP) del estado mexicano de Guerrero, Arreaga salió libre el 15 de septiembre, tras 10 meses de cárcel y un proceso judicial donde finalmente se concluyó que no tuvo nada que ver con el asesinato del hijo un talador de bosques.

Para grupos ambientalistas y humanitarios, Arreaga era un preso de conciencia, igual que lo fueron sus compañeros en la OCESP, Rodolfo Montiel y Teodoro Cabrera, otros campesinos que fueron torturados y detenidos 1999, pero liberados en 2001 por pedido del presidente Vicente Fox.

Al igual que sus compañeros, Arreaga sostiene que él estuvo preso por su oposición a la tala de bosques y a la destrucción del medio ambiente en las empobrecidas sierras de Guerrero, donde hay presencia de mafias que cortan madera, bandas de narcotraficantes y una continua y creciente vigilancia militar.

Por su "notable heroísmo ambiental", la organización estadounidense Sierra Club le otorgó en agosto el premio Chico Mendes, nombre del sindicalista y ambientalista brasileño asesinado en 1988.

Tierramérica: —Acaba de dejar la cárcel, ¿terminaron así sus problemas o teme alguna represalia de quienes cortan los bosques?

Arriaga: —El temor siempre existe cuando afectas intereses. Sabía que ponerse a defender los bosques no les iba a parecer bien a las gentes que siempre han explotado la madera. Como humano tengo temor de ser incluso asesinado. Pero yo siempre digo que Dios sea el que disponga de mi vida y no ellos (quienes le amenazan). Por eso digo que no tengo miedo de lo que venga.

—¿Cómo fue su experiencia tras las rejas?

—Estaba en una celda muy pequeña con 18 personas más, por lo que había muchos pleitos y disputas. Ahora salgo de un mundo donde viví una experiencia muy amarga. Estoy libre, pero todavía no me puedo controlar, me siento mal. Fueron 10 meses y 12 días de cárcel que sentí como si fueran 10 años, nunca había estado detenido antes. Me han perseguido del ejército y de los caciques taladores, pero era diferente, pues cuando eso pasó andaba libre en los bosques.

—¿Qué viene en su vida ahora?

—Me duele mucho que el agua se está contaminando. Se nos están acabando los ríos. Para mí es preocupante eso, trato de dar un grito en el desierto y decir ya basta porque está quedando la tierra deforestada. Eso me mantiene en pie de lucha, en eso seguiré trabajando. Ya tengo perdidos seres queridos como mi madre, y tantas otras cosas como la violación de una hermanita, todo por ser amigo de los bosques. Pero así seguiré.

—¿De dónde viene su afán por defender el ambiente?

—Yo soy un campesino analfabeto, nadie me formó. Puedo leer ahora poco, pues algo aprendí en la cárcel. Pero yo conocí cuando era niño las montañas (de las sierras de Guerrero) cuando eran de verdad. Vi toda la hermosura de mi tierra, tierra fértil aquella madre tierra. Y ahora se niega a producir por tantos químicos, tantos venenos que le han tirado y los bosques que le han quitado. De esos bosques han vivido los caciques, han explotado los bosques para ellos, no para los campesinos. Por eso peleamos, aunque eso afecta intereses y por eso nos mandan militares y represión.

—Es difícil defender la naturaleza cuando en la sierra los campesinos son tan pobres. Muchos de sus vecinos dicen que la única opción de ganar dinero es cortando madera. ¿Qué les responde?

—En mi tierra decimos a los que tienen dinero y empresas, como embotelladoras de refrescos o gasolineras, que les vamos a permitir tomar el agua pero a cambio de algo de dinero, de ayuda. Además, si siguen matando árboles ya no va a haber agua. Hay que cuidar a la gente campesina, hay que orientarles y darles recursos, una fuente de trabajo en la que puedan sobrevivir. Lo triste es que ahora muchos no tengan ni para comer y entonces mejor se van a Estados Unidos.

* El autor es corresponsal de IPS. Publicado originalmente el 24 de septiembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (

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