Cuando el periodista Aaron Glantz viajó de Jordania a Iraq en un abollado taxi blanco y naranja el 29 de abril de 2003, se sorprendió al ver que la mayoría de los civiles de Bagdad habían resultado relativamente ilesos de los bombardeos de Estados Unidos.
"Para mí, fue la primera vez que el Pentágono (sede del Departamento de Defensa estadounidense) estaba diciendo la verdad", escribió el periodista colaborador de IPS en su nuevo libro "How America Lost Iraq" ("Cómo Estados Unidos perdió a Iraq"), publicado este año por la editorial Penguin.
Enviado por la emisora estadounidense Pacifica Radio, Glantz alquiló una habitación en Bagdad y se dedicó a entrevistar a varios civiles iraquíes que, aunque nada orgullosos de que su país estuviera sucumbiendo ante Estados Unidos, mantenían sin embargo cierta esperanza de un futuro mejor.
"Claro, las cosas son difíciles ahora, pero es sólo temporal. No hay electricidad, por ejemplo, pero los estadounidenses lo arreglarán", dijo a Glantz, entre tasas de té y galletas, Manu Nur, un iraquí cristiano.
"Tu sabes, las personas aquí han sufrido la opresión por mucho tiempo. Por 35 años tuvieron al (ex gobernante) partido Baath. Nunca han podido decir nada. Por eso, la primera respuesta será tomar las armas", sostuvo Nur.
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"No hay policía ahora porque Estados Unidos expulsó a todas las fuerzas de Saddam Hussein. Tomará tiempo, pero todo estará bien. Será mucho mejor que antes", aseguró.
Sin embargo, dos años después, aún no hay servicios de agua potable y los sistemas de energía eléctrica funcionan en forma esporádica. Hay escuelas abiertas, pero los padres temen que sus hijos se trasladen a ellas caminando por las calles de Bagdad. El desempleo afecta a 70 por ciento de la población económicamente activa.
"Cuando los estadounidenses sacaron a Saddam Hussein, la mayoría de los iraquíes estaban felices, pero Estados Unidos acabó con esa confianza cuando estableció su propio gobierno (la Autoridad Provisional de la Coalición), detuvo a disidentes y los llevó a (la cárcel de) Abu Ghraib", donde soldados torturaron a varios prisioneros, escribió Glantz.
"Tampoco restauraron la electricidad, y le dieron todos los empleos a un puñado de contratistas extranjeros bien pagados", añadió.
El Fondo de Desarrollo para Iraq, dirigido por Estados Unidos y sucesor del programa "petróleo por alimentos" de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ahora es centro de un escándalo por miles de millones de dólares, la mayoría en efectivo.
El programa "petróleo por alimentos" rigió entre 1996 y 2003 como excepción al embargo internacional que sufría Iraq por la invasión de Kuwait en 1990.
El sistema permitía la venta de cantidades limitadas de petróleo para adquirir alimentos, medicinas y otros bienes humanitarios, bajo supervisión de la ONU y en especial de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad (China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia).
Más de 1.700 soldados estadounidenses y decenas de miles de civiles han muerto en Iraq desde la invasión en 2003. El número de ataques con coches bomba aumentó de 18 en junio de 2004 a 135 el mes pasado.
El secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, admitió en una reciente entrevista televisiva que la insurgencia iraquí podría continuar por otros 12 años más.
Sin embargo, Glantz no cree que los "halcones" (los más conservadores en el gobierno de George W. Bush) se hayan propuesto desestabilizar y saquear Iraq.
"Yo creo que Estados Unidos cometió errores al reconstruir Iraq y no que haya hecho algunas cosas a propósito. Por ejemplo, creo que muchas buenas personas en la Autoridad Provisional pensaban realmente que Iraq no estaba listo para la democracia, y creo que estaban equivocados", dijo Glantz a IPS en una entrevista por correo electrónico.
"Su falta es que apoyan la democracia sólo si el gobierno electo es amistoso con los fines estratégicos de la administración de Bush", agregó.
Uno de los grandes errores tácticos de Estados Unidos, según el periodista, fue la ofensiva contra la central ciudad de Faluya en abril de 2004, que incluyó ataques de artillería y bombardeos aéreos. Francotiradores estadounidenses incluso dispararon contra las ambulancias que procuraban ingresar a la ciudad cercada.
Con 200 mezquitas, Faluya es uno de los lugares más importantes para los musulmanes sunitas.
Terminada la ofensiva, el estadio de fútbol de la ciudad quedó convertido en un cementerio para cientos de civiles.
Poco después, en represalia, iraquíes furiosos lincharon a cuatro contratistas estadounidenses.
"No había lugar suficiente en los cementerios de la ciudad", explico Fadel Abbas Khlaff, quien ayudó a enterrar a los cadáveres de Faluya y luego se unió a la insurgencia.
Cuando Glantz visitó el estadio de Faluya encontró a Ahmed Saud Muhasin Al Isawi, quien acababa de identificar las tumbas de sus dos sobrinos adolescentes.
"Ellos se quedaron en sus casas y no salieron, pero de todas formas están muertos. ¿Cómo pudieron (los estadounidenses) hacer esto? Hay familias y pequeños niños muertos", le dijo Al Isawi desconsolado.
La incursión en Faluya, que terminó en mayo con una tregua entre las fuerzas de la coalición y los insurgentes, acabó por completo con la imagen de los estadounidenses como "libertadores" de Iraq, según Glantz.
"Creo que uno de los principales problemas del gobierno de Bush es que piensa que lucha contra un número finito de terroristas en Iraq, y cuando los mate a todos se acabará la insurgencia", dijo el periodista.
"Pero de lo que Bush no se da cuenta o no entiende cabalmente es que cada persona inocente muerta en Iraq tiene una familia, y cuando esa persona es asesinada, hay decenas de nuevos partidarios de la resistencia armada", añadió.
El libro de Glantz es un reportaje periodístico fidedigno sobre el primer año de la ocupación estadounidense en Iraq. Las decenas de entrevistas a iraquíes de todos los ámbitos de la sociedad —desde médicos, políticos y líderes religiosos hasta separatistas kurdos y miembros del antiguo régimen del Baath— hacen que el relato sea convincente y único.
Mientras los grandes medios de comunicación estadounidenses silencian las voces de los propios habitantes de Iraq, Glantz refleja las conmovedoras y con frecuencia conflictivas opiniones de una nación que ha pasado de una forma de opresión a otra.
"Cuando regresé a Estados Unidos en mayo de 2004, me quedé azorado al ver que nadie tenía ninguna idea de lo que pasaba en Faluya", señaló Glantz a IPS.
"No veían las mismas imágenes que las personas del resto del mundo, como la de un estadio de fútbol convertido en cementerio para cientos de hombres, mujeres, ancianos, niñas y niños muertos", indicó.
"Quizás hubiera ayudado que las cadenas informativas en Estados Unidos no estuvieran exclusivamente concentradas en los soldados, y que le hubieran dedicado al menos el mismo de tiempo a los 25 millones de iraquíes", añadió.