Nueve kilómetros y un camino casi intransitable separan a la pequeña y aislada comunidad cubana de Mola del cartel que anuncia la entrada al más importante refugio del flamenco rosado en el área del mar Caribe.
Desde aquí hay que caminar horas por esa ciénaga, enterrado en el fango, para acercarse al lugar de anidación, relata a Tierramérica Francisco Álvarez, obrero de conservación del Refugio de la Fauna de la desembocadura del Río Máximo.
Más de 150.000 flamencos rosados (Phoenicopterus ruber ruber) han llegado a reunirse en este humedal del norte de la provincia de Camagüey, 500 kilómetros al sudeste de La Habana, procedentes de otros sitios del país, del Caribe y de la península de Yucatán.
De bellísimo plumaje que varía del rosa salmón al rojizo encendido, producto de los pigmentos carotenoides de su dieta con base en invertebrados y algas, los flamencos pueden medir hasta 1,20 metros de altura.
Llegan a mediados de abril para hacer los nidos, a finales de mayo salen los pichones y tres días después vuelven a sus lugares de origen dejando la descendencia a cuidado de un grupo de flamencos 'nodrizas', cuenta Álvarez.
Los trabajadores de la reserva siguen el proceso y, en agosto, cuando finaliza la temporada, recogen los ejemplares más débiles que se quedaron definitivamente atrás y los anidan en un área de cuarentena hasta salvarles la vida.
Al final, aquellas aves que ya no podrían sobrevivir por sí solas se comercializan a empresas cubanas o a otros países, con autorización de la Convención Internacional sobre el Comercio de Especies Amenazadas (Cites).
Según Álvarez, la sequía de 2004 provocó la pérdida de nidos, alargó la temporada y secó el pozo que surtía de agua a los flamencos que crecen en cautiverio. La solución fue cargar el líquido desde el río, cubo a cubo.
El plan de manejo del flamenco rosado de la estatal Empresa Nacional de Protección de la Flora y la Fauna es considerado exquisito por Mayra González, directora de la Unidad de Medio Ambiente en la provincia.
Hace 20 años no se sabía qué pasaba allí, no había ni idea. Ahora es la mejor área protegida que tenemos en el territorio en cuanto a la aplicación de planes de manejo, aseguró la especialista.
Incorporado en 2002 a la lista de humedales de importancia internacional de la Convención de Ramsar, el humedal Río Máximo-Cagüey se extiende por 22.000 hectáreas y es un sitio de descanso de aves migratorias procedentes de América del Norte, Central y del Sur.
El área incluye bosques, ríos, esteros, canales, ensenadas, lagunas costeras y mares poco profundos. Las características del suelo y la materia que aporta la vegetación muerta brindan posibilidades únicas al flamenco para la construcción de sus nidos.
Considerado un ecosistema marino-costero extremadamente frágil, el humedal atesora sitios tróficos y reproductivos de aves migratorias y residentes, de especies endémicas del Caribe, amenazadas, carismáticas y de importancia ecológica.
Allí pueden encontrarse yaguasas (similares a patos pequeños), frailecillos blancos, pelícanos, patos, grullas y, por primera vez en 2004, un lechuzón siguapa con dos pichones. El personal de la reserva sigue los nidos uno a uno.
La fauna incluye además grandes poblaciones de cocodrilo americano y de manatíes antillanos, ambas especies vulnerables.
El refugio está incluido en el proyecto de protección de la biodiversidad en el ecosistema Sabana-Camagüey, que se ejecuta desde 1993 con apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y el Fondo para el Medio Ambiente Mundial.
Junto a conservar el área, hacer labores de silvicultura y de reforestación, atender a flamencos, patos y yaguasas, tenemos que dedicar tiempo a la protección, a evitar la caza y la pesca, explica Álvarez.
El área protegida incluye un aula de educación ambiental y la realización de diferentes acciones de sensibilización en la comunidad de Mola y, especialmente, con las personas que violan las normas de conservación.
Además del impacto de las comunidades cercanas, el humedal atraviesa un proceso de salinización causado, entre otras razones, por obras hidráulicas ejecutadas en el cauce del Río Máximo, cuyas aguas están contaminadas.
Especialistas estiman que la contaminación descenderá tras la ejecución de un sistema de tratamiento de residuos de una empresa acuícola, responsable en buena medida del deterioro ambiental del río desde inicios de la pasada década.
Aquí todo era caña de azúcar y ganadería. Ahora tenemos esta opción que ayuda mucho a los míos, afirma Raquel Véliz, joven que pasó de no hacer nada a almacenera del Refugio de la Fauna. Yo soy de aquí, nacida y criada en Mola, dice.
Más de la mitad de los 44 trabajadores del refugio son sus vecinos y los 700 habitantes de la comunidad, sin medios de transporte ni de comunicación, se benefician de las condiciones creadas en el área protegida.
El transporte público entra una vez a la semana. Así que usamos nuestros medios para llevar a personas enfermas al médico y resolver otras necesidades de la comunidad. Aquí todos hacemos de todo, explica Véliz.
* La autora es corresponsal de IPS. Publicado originalmente el 26 de febrero por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.