Quiero una bahía limpia y sana, con muchos pelícanos alimentándose en sus aguas, dice María Luisa Pérez, resumiendo el sueño de muchos residentes en la capital cubana para esa rada, que a fines del siglo XX aún figuraba entre las diez más contaminadas del mundo.
Ya no parece una quimera, a juzgar por el regreso de esas enormes aves que buscan en el medio marino su sustento diario. Si ellos andan por aquí es porque hay peces, comenta Manuel, mientras acomoda sus avíos de pesca para probar suerte en un sector desde el que puede avistar los barcos que se acercan al puerto habanero.
Manuel se confiesa pescador ocasional, pero no lejos de él se instala Yosvani, quien asegura que va diariamente por allí y suele capturar jureles (Trachurus trachurus) y sábalos (familia Megalopidae), entre otros. Son peces que entran y salen, no creo que vivan en la bahía, todavía hay mucho petróleo y también suciedad que viene de los ríos, aclara.
A mediados de los años 80 la falta de oxígeno, debido a la carga orgánica que recibía el ecosistema, hacía imposible la supervivencia de fauna marina. Llegaba cualquier tipo de contaminante, era una situación caótica, admite Antonio Villasol, director del Centro de Ingeniería y Manejo Ambiental de Bahías y Zonas Costeras (Cimab).
Villasol y Jesús Beltrán González, jefe del departamento de contaminación y del proyecto de calidad de agua de bahía de La Habana en el Cimab, coinciden en que el panorama es diferente en la actualidad, como lo prueba el análisis de aguas y sedimentos en 2004.
Hoy podemos decir que es una bahía contaminada, pero con niveles muy similares a los de otras de la región del Caribe y con problemas menos serios que muchas del gran Caribe e inclusive de fuera de la región, afirma Villasol.
El Gran Caribe abarca las islas caribeñas y todo el litoral de ese mar, desde México a Guyana Francesa, además de El Salvador.
Según el más reciente reporte de Evaluación Internacional de las Aguas, (Giwa, por sus siglas en inglés), organismo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), la bahía de La Habana es un caso bien documentado de cómo la contaminación de fuentes terrestres puede afectar el ecosistema marino con efectos en toda la región.
Según Giwa, el acelerado crecimiento económico en los años 70 y 80 en Cuba provocó un descontrolado desarrollo de la bahía, que tiene 5,2 kilómetros cuadrados de superficie y 47 millones de metros cúbicos de agua.
El informe califica de anticuada la legislación cubana en la materia y de fragmentado el manejo de la bahía, y señala que se ha frenado la adopción de nuevas tecnologías para controlar la polución marina durante las últimas tres décadas debido a la importación de maquinarias rusas altamente contaminantes y a las restricciones económicas del embargo estadounidense.
Sin embargo, las mediciones más recientes señalan mejoras en la calidad de las aguas de la bahía, que recibe diariamente más de 300.000 metros cúbicos de aguas sucias a través de ríos, drenajes pluviales, vertimientos industriales y eventuales descargas del alcantarillado de la ciudad.
Un informe, aún no oficial, entregado por Villasol y Beltrán a Tierramérica indica que la variación media de oxígeno disuelto en superficie ascendió de 4,02 miligramos por litro en el periodo 1991-1995 a 6,34 en 2004, mientras en fondo se elevó de 2,94 a 4,35 miligramos por litro, respectivamente.
Se estima que por arriba de dos miligramos por litro ya puede haber vida en cualquier ecosistema acuático, y el valor mínimo recomendado en normas internacionales para decir que hay buena calidad de las aguas es cinco, explicó Beltrán.
Los niveles de oxígeno en fondo son los que tardan más en recuperarse, apuntó.
A la vez, descendió la carga de hidrocarburos, gracias a una serie de medidas tecnológicas aplicadas a la antigua refinería Ñico López y a la planta de gas capitalina. Según estudios, la refinería vertía a la bahía menos hidrocarburos que el resto de la ciudad a través de drenajes de basura, gasolineras, estacionamientos y talleres.
A mediados de los 80, a la bahía se botaban alrededor de 30 toneladas diarias de petróleo. Las estadísticas del Cimab para 2004 indican que la media total de hidrocarburos en aguas superficiales disminuyó de 3,35 miligramos por litro en el periodo 1981-1985 a 0,21 en 2004.
La conservación de la bahía está a cargo del Grupo Estatal de Trabajo de la bahía de la Habana (GTE), creado en 1998 y que, entre otras cosas, cobra impuestos por servicios portuarios para revertirlos en bien del ecosistema y controla el cumplimiento de medidas aplicadas a las industrias del entorno para eliminar contaminantes.
La entidad surgió por recomendación de un proyecto regional con aporte financiero del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud) y el Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF, por sus siglas en inglés), que evaluó las condiciones del ecosistema y las necesidades de inversión para sanearlo.
El programa recomendó el establecimiento de una autoridad portuaria en la bahía, que está en proceso de creación, según Villasol.
Del programa del GEF se derivó también el financiamiento para la construcción de una planta de tratamiento de aguas residuales en el curso medio del río Luyanó, uno de los principales portadores de contaminantes hacia la bahía de La Habana.
Una obra similar, en la desembocadura del afluente y construida con apoyo de Italia a través del Pnud, entraría en operación a fin de año, y permitiría resolver hasta en 60 por ciento el problema de la carga orgánica y en 100 por ciento el de residuos industriales, según el Cimab.
* La autora es corresponsal de IPS. Publicado originalmente el 5 de febrero por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.