El Foro Social Mundial (FSM) puede resultar víctima de su propio éxito. La ansiedad por la acción y los resultados prácticos amenaza con generar divisiones y frustraciones.
El escritor portugués José Saramago expresó esa tensión al reclamar el viernes la conversión del Foro en un instrumento para la acción con propuestas consensuales, para evitar convertirse en una simple meca de peregrinaciones izquierdistas y de discusiones sobre utopías.
En su primera participación en el encuentro (que concluye este lunes su quinta edición), el Premio Nobel de Literatura se unió a otras 18 personalidades estrechamente vinculadas al FSM en la divulgación del Manifiesto de Porto Alegre, la ciudad brasileña sede y cuna de ese encuentro.
El Manifiesto apunta 12 propuestas que en su conjunto dan sentido a la construcción de otro mundo posible.
Los 19 intelectuales admiten que no hablan en nombre del Foro, sino a título estrictamente personal, pero se atribuyen haber identificado entre las innumerables propuestas presentadas, una síntesis de 12 puntos que, si fuesen aplicados, permitirían que la ciudadanía comenzara por fin a reapropiarse de su futuro.
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El hecho de que la mayoría de firmantes sean destacados protagonistas del FSM desde su inicio, y muchos miembros del Consejo Internacional organizador, lleva a confundir el Manifiesto con una posición común asumida por el movimiento. Parecería que el Foro, negando su naturaleza, pasara a tener un buró político.
Entre los firmantes se encuentran el argentino Adolfo Pérez Esquivel (Premio Nobel de la Paz 1980), el sociólogo portugués Boaventura de Souza Santos, el francés Bernard Cassen (director del periódico Le Monde Diplomatique), el economista egipcio Samir Amin, el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein y el escritor pakistaní Tariq Ali.
Siete medidas son de carácter económico: anular la deuda pública de los países del Sur, gravar transacciones financieras y ventas de armas, alcanzar pleno empleo y protección social, desmantelar paraísos fiscales, adoptar el comercio justo, la soberanía y la seguridad alimentaria mediante la agricultura campesina, y prohibir las patentes sobre el conocimiento y los seres vivos, y la privatización del agua.
Democratizar en profundidad las organizaciones internacionales, garantizar el derecho a la información y el derecho a informar, desmantelar bases militares extranjeras, luchar por políticas públicas contra todas las discriminaciones, y poner fin a la destrucción ambiental, especialmente en la cuestión de cambios climáticos. Así se completa el plan de acción.
Otro firmante del Manifiesto, Walden Bello, director de la organización no gubernamental tailandesa Focus on the Global South, ya había argumentado en una charla que el Foro debía asumir posiciones políticas. Ser un espacio abierto no es suficiente para mantener la relevancia, arguyó.
Muchos quieren que el FSM elija tres o cuatro temas, como máximo, en los que concentrar sus esfuerzos, rechazando la pluralidad de ideas y propuestas como factor de ineficacia.
Pero el FSM es solamente un foro, un espacio abierto de encuentro y de articulaciones, que no pretende ser una instancia representativa de la sociedad civil mundial, dice la Carta de Principios adoptada por su Consejo Internacional en junio de 2001.
Uno de los 14 puntos de la Carta, el sexto, es tajante al respecto: Los encuentros del FSM no tienen carácter deliberativo y nadie estará autorizado a manifestar en su nombre posiciones que sean atribuidas a todos sus participantes, ni éstos deben ser llamados a tomar decisiones.
El Foro no se constituye por tanto en instancia de poder a ser disputado por sus participantes, completa el punto sexto de la Carta de Principios.
Tales principios explicitan y protegen la naturaleza de este ámbito, y sirven frecuentemente de instrumento para que los organizadores contengan las diversas presiones. Son los entes y movimientos sociales los que deben articularse en grupos o redes y adoptar decisiones, no el Foro, argumentan.
Pero este encuentro de miles de organizaciones y movimientos sociales ganó creciente repercusión desde su primera edición en enero de 2001, aunque su importancia es a veces sobreestimada en su capacidad para introducir temas sociales en la agenda mundial, olvidando las grandes conferencias de la Organización de las Naciones Unidas de los años 90.
Es una tentación cada día más irresistible usar la fuerza simbólica y movilizadora del FSM en la lucha por otro mundo posible y contra el neoliberalismo. El éxito se convierte así en un veneno que puede quitar al Foro la fuente de su fuerza innovadora: la horizontalidad, la ausencia de jerarquías y la diversidad de participantes y experiencias.
La incomprensión sobre la naturaleza del FSM emerge por ejemplo en la propuesta del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, quien intenta promover un diálogo entre los mundos de Porto Alegre y de Davos, la ciudad suiza que es sede del Foro Económico Mundial.
La idea provocó molestias y disensos en el FSM, que no tiene dirección ni portavoces para tal debate, ya que no es una organización.
Algunos miembros del Consejo Internacional admitieron la hipótesis de participar de dicho diálogo como dirigentes de sus respectivas organizaciones, pero les sería imposible apartarse de la imagen de representantes del FSM.
También será difícil también mantener la unidad del Foro, entendida como una adhesión general, sin disidencias.
El Foro Social Europeo, celebrado en Londres en octubre pasado como encuentro regional del FSM, acabó dividido. Grupos descontentos se reunieron separadamente, acusando a las autoridades locales y a partidos políticos de imponer reglas mediante el control del presupuesto.
Las decisiones organizativas no son neutras. Por más que los encuentros del FSM rechacen las jerarquías y las disputas por el poder interno, el Consejo Internacional y los comités organizadores son arena de lucha.
No será fácil decidir, por ejemplo, si el Foro Social de América del próximo año se celebrará en Venezuela, como pretenden el presidente venezolano Hugo Chávez y sus incondicionales simpatizantes. El encuentro de la sociedad civil podría desfigurarse, si se supedita a la manifestación política de apoyo a un gobierno nacional.