La vicuña (Vicugna vicugna), delicado y hermoso camélido que vive libre en las zonas andinas a más de 4.000 metros de altura, está fuera de peligro de extinción gracias a la decisión del Estado peruano de entregarla en patrimonio a las comunidades indígenas.
En 1965, la comunidad internacional se alarmó ante el cálculo de que sólo quedaban en el mundo unos 25.000 ejemplares de esta especie oriunda de Perú, amenazada de exterminio por bandas de cazadores furtivos con fusiles de mira telescópica, que les daban muerte para apoderarse de su lana.
El pelaje de la vicuña se transforma en una de las fibras más caras del mundo, con precios de 437 a 650 dólares por kilogramo.
El primer precio corresponde a la llamada lana sucia, es decir tal como es extraída, y el segundo a la lana descerdada, explicó a Tierramérica Rony Garibay, experto del estatal Consejo Nacional de Camélidos Sudamericanos (Conacs).
En 1975 se incorporó a la vicuña a la protección del Convenio Internacional para la Comercialización de Especies de Flora y Fauna Amenazadas, que prohibió en todo el mundo el comercio de tejidos y prendas confeccionadas con su lana.
Pero eso no bastó, y fue necesario entregar en 1987 la propiedad de las manadas silvestres de vicuñas a las comunidades indígenas de las correspondientes comarcas.
Hay actualmente 149.000 ejemplares en Perú y 15.000 en Bolivia, y se considera a la especie libre del riesgo de extinción si se mantienen las actuales condiciones de protección, que han permitido que su población crezca ocho por ciento anual.
La Conacs considera que mediante este manejo adecuado de la vicuña se podrá alcanzar dentro de algunos años una población de 300.000 ejemplares, señaló Garibay.
El experto civil Antonio Brack Egg maneja cifras más optimistas y ambiciosas: piensa que en 2021 podría haber en Perú un millón de ejemplares, porque hay 10 millones de hectáreas de pasturas aptas.
No es una cifra excesiva pues se calcula que en la época del incario habían alrededor de dos millones, aunque es claro que el imperio incaico comprendía territorios que ahora corresponden a Perú, Bolivia, Ecuador, Argentina y Chile, añadió.
La lana de vicuña tiene un grosor de 10,8 a 11,4 micras (milésimas de milímetro), bastante más delgada que la cachemira, procedente de una cabra asiática, que tiene en promedio 16 micras.
Estos camélidos no se reproducen en cautiverio, y viven en zonas que no son aptas para la agricultura ni para la ganadería convencional. Por lo tanto, la única forma de garantizar su preservación es proteger las condiciones de su vida silvestre.
En tiempos del imperio incaico estaba prohibido su sacrificio, pues eran de propiedad del monarca, y durante el periodo colonial sobrevivieron protegidas por el ancestral respeto indígena.
Los incas atrapaban a las vicuñas en los chacos, una festiva ceremonia masiva en la que centenares de personas, en un extenso cordón humano, las empujaban sin hacerles daño hasta corrales temporales, en donde eran esquiladas.
Los delicados animales sufren daño grave si se intenta cazarlas con lazo, y el reducido aporte de lana por individuo (alrededor de 200 gramos) obliga a efectuar esquilas masivas.
A comienzos del siglo pasado, los grandes modistos de París descubrieron las virtudes de la lana de vicuña y desataron una demanda que provocó la persecución despiadada de la especie. Para esquilarlas con comodidad, los cazadores furtivos las perseguían en camionetas y las mataban masivamente luego de acorralarlas.
En los años 40, la primera reacción del gobierno peruano fue declarar a la especie patrimonio estatal, prohibir su matanza y asignar a las comunidades indígenas pequeñas sumas como compensación por el consumo de forraje que hacían las vicuñas en sus tierras.
La protección de las manadas se encomendó a la policía rural, pero eso no dio resultado porque las fuerzas de seguridad eran insuficientes y las comunidades indígenas no estaban involucradas directamente.
En 1987, junto con la decisión oficial de entregar a esas comunidades la propiedad de las manadas silvestres de vicuñas, se crearon organismos oficiales para apoyar la comercialización de la fibra mediante pautas cooperativas o semiempresariales.
Tratamos de que las comunidades exporten fibra descerdada, pero conseguirlo será un proceso largo pues las organizaciones comunales tienen siempre urgencia de liquidez y venden la lana inmediatamente después de la esquila, apuntó Garibay.
Unas 200 comunidades indígenas propietarias de las vicuñas tienen prohibido sacrificarlas, y sólo pueden esquilarlas cada dos años bajo supervisión estatal.
Los indígenas están organizados para proteger a las manadas, y han creado rondas provistas de armas de fuego que ahuyentan a los cazadores furtivos.
Una vez al año, luego de hacer la pagapaga, ceremonia individual de agradecimiento a la pachamama (madre tierra), los comuneros de cada comarca participan masivamente en los ancestrales y festivos chacos.
Las cadenas humanas, en medio de cánticos y batir de tamboriles, arrean a las vicuñas desde las pampas hasta los corrales en donde son esquiladas, en presencia de supervisores de la Conacs, y a veces de ecologistas y periodistas invitados. (