El venezolano José Rafael Domínguez nunca olvidará el día en que tomó una botella de agua y el retrato de su abuela, y salió por una ventana de su casa en el tercer piso de un edificio.
Una avalancha de lodo y escombros había elevado el terreno de tal modo que no necesitaba ni podía usar puerta o escaleras para escapar.
Tampoco Carmen González olvidará esos días de diciembre de 1999. La calle se convirtió en un río. Era inmenso, con agua, barro, palos y piedras. Pensé que acabaría con todo, pero por fortuna pudimos escapar y unos meses después regresamos para reconstruir todo, relata a Tierramérica.
Entre las casas de Domínguez, al este, y de González, al oeste, median unos 25 kilómetros en el estado de Vargas, la franja de litoral sobre el mar Caribe cercano a Caracas, que fue víctima del mayor desastre natural en la historia de Venezuela: los deslaves del 15 y 16 diciembre de 1999.
Una parte del estado retomó con rapidez y vigor la actividad normal. Primero fueron las ciudades como Maiquetía, donde está el principal aeropuerto del país, y La Guaira, el mayor puerto. Luego los pequeños emplazamientos turísticos y comerciales.
Las autoridades removieron 12 millones de metros cúbicos de sedimentos y han demolido 300.000 toneladas de rocas, que se encontraban en las faldas montañosas contenidas por la capa vegetal, y cayeron empujadas por el aluvión de agua.
Parte de los desechos, el material fino granular y grandes rocas, es clasificada y utilizada para construir malecones en playas en proceso de recuperación.
Pero Vargas ya no es el mismo. Se modificó el perfil de las playas y desaparecieron las que más visitaban los fines de semana cuatro millones de caraqueños. La tierra ganó al mar 1.074 hectáreas. Bordeando ese nuevo espacio se proyecta la construcción de una avenida que se llamará La Playa.
Además de los daños en la superficie, la tragedia afectó las redes de agua potable y saneamiento.
Los pequeños restaurantes, hoteles y comercios que atendían a los turistas en el este aún no recuperan el ritmo de sus mejores tiempos. Y el paisaje de desolación se extiende aún por kilómetros de playas. Diez por ciento de las vías permanecen obstruidas.
La cantidad de muertos nunca se estableció con certeza: entre 10.000 y 30.000. Persisten centenares de desaparecidos y pérdidas materiales de cuatro mil millones de dólares, casi cuatro puntos del producto interno bruto.
Durante dos días una avalancha de agua, piedras y lodo se desprendió de la montaña del Avila, que separa Caracas del mar, después de las lluvias más copiosas registradas en el país.
La población más afectada fue la que vivía en ubicaciones pésimas: cerca de las vertientes de ríos o al pie de cavidades en laderas de la serranía, por donde bajaban las aguas y la destrucción.
Barrios y urbanizaciones enteras desaparecieron. Casas, rocas, árboles, autos y enseres domésticos eran arrastrados por la corriente. Muchos edificios quedaron inservibles y el lodo invadió residencias, hoteles, clubes, calles y parques, y entró al mar como una lengua parda.
Decenas de miles de personas salieron de la zona por sus propios medios, pero a muchas otras las rescató una gigantesca operación de las Fuerzas Armadas y centenares de voluntarios.
Como los González, miles de familias vivieron en otras regiones del país, algunas en casas asignadas por el gobierno. Pero a menudo no fueron bien recibidas. Su presencia alteraba las costumbres, competían por los escasos empleos o eran vistos como preferidos de la asistencia oficial en desmedro de otros necesitados.
Durante algún tiempo, la identidad de esa población se redujo al marcador de damnificado, observó la antropóloga Sandrine Revet. Se les dieron nombres como 'desplazados', 'dignificados' o 'constructores de nuevos horizontes'. Muchos ni siquiera asumieron esas categorías, agregó.
Domínguez, a cargo de una pequeña empresa de promociones, nunca volvió a Vargas. Fue muy duro desarraigarse, pero no hay vuelta atrás. Así lo asumí. Me vine a Caracas y aquí trato de salir adelante, relata a Tierramérica.
González, de 50 años y madre de cuatro hijos adultos, regresó. Cuando me fui por la tragedia viví con una hermana cerca de Caracas, y para mantenerme planchaba ropa en casas de la capital, pero el negocio de las empanadas nos daba más, explica.
El ventorrillo de empanadas para visitantes de las playas deja un ingreso equivalente a más de 15 dólares diarios, y por el planchado en Caracas recibía apenas entre cuatro y seis dólares.
Los González regresaron a la zona turística, acomodaron su humilde vivienda y forman parte de los actuales 230.000 habitantes de Vargas, población similar a la de cuatro años atrás.
Con todo, la recuperación no escapa a la polarizada confrontación política del país. El gobernador de Vargas, Antonio Rodríguez, identificado con el presidente Hugo Chávez, asevera que sólo este año hicimos 84 grandes obras por 52 millones de dólares.
En cambio Jaime Barrios, el opositor alcalde del municipio del mismo nombre, que ocupa todo el territorio del estado, asevera: La gobernación trabaja más sobre obras de ornato y todavía nos falta un plan de ordenamiento urbanístico que ponga fin a los asentamientos descontrolados.
Carmen González es de los que creen que muchos planes van a paso de tortuga. Por eso, lo mejor es que cada quien retome los trabajos por su cuenta, sin depender del gobierno. Pero, eso sí, yo de Vargas no me voy, sentenció.
* Publicado originalmente el 3 de enero por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (