MUSICA-ARGENTINA: Milongas del siglo XXI

La capital argentina es escenario de un verdadero resurgimiento de las milongas, como se les llama por aquí a los centros donde se baila ese ritmo y tangos, para regocijo de los locales y asombro de los extranjeros.

La proliferación de las milongas es una muestra del interés que la música y la danza folclórica por excelencia de las áreas urbanas del Río de la Plata ha despertado en los últimos años en el país y en Europa y Estados Unidos, de donde llegan a Buenos Aires turistas en reales ”viajes de culto”.

Salones, antiguos cafés y clubes barriales albergan hoy las milongas del siglo XXI, que cuentan con sitios en Internet y direcciones de correo electrónico, aunque llevan nombres tan tradicionales como El Abrazo, El Beso, Pasional o Las Morochas.

El fenómeno también forma parte del redescubrimiento de un aspecto clave de la cultura urbana, de una revalorización que distintas generaciones hacen del tango como expresión musical y poética y como danza.

Las nuevas milongas le han dado sentido y futuro a edificios y salones que, en muchos casos, estaban condenados al deterioro y a la posterior demolición, como el caso de la confitería La Ideal.

Construida en 1912, La Ideal es un hermoso edificio con escaleras y columnas de mármol al que solían asistir Hipólito Irigoyen, quien fuera presidente de Argentina entre 1916 y 1922 y de 1928 a 1930, Eva Duarte, esposa del también mandatario Juan Domingo Perón (1946-1955), y el emblemático líder socialista Alfredo Palacios.

En ese sitio nació en 1997 El Abrazo, la primera de las casi 100 milongas que hoy se desparraman por Buenos Aires.

A la mayoría de esos centros bailables se puede entrar pagando un boleto de menos de dos dólares, aunque algunos ofrecen servicios y espectáculos más refinados que cuestan poco más de tres dólares. Para acceder a las clases de tango, que preceden a la milonga, se debe pagar más o menos el mismo valor.

Algo diferente ocurre en los clubes barriales, algunos de ellos centenarios, donde el tango se mantuvo a salvo y fue cultivado y alimentado a través del tiempo.

Uno de esos casos es el club Sin Rumbo, del barrio bonaerense de Villa Urquiza, conocido como la Catedral del Tango, cuna y escuela de famosos milongueros.

En sus pistas, dibujaron figuras los pies de un verdadero mito porteño Ovidio Bianquet, también llamado ”El Cachafaz”, y de su compañera, Carmen Calderón, quien hoy tiene 97 años y todavía baila.

”Por aquí también pasaron Luis Lemo, María Nieves, Juan Carlos Copes y Mayoral”, todos bailarines destacados de la tradicional nacida en Buenos Aires, dijo a IPS Alfredo Ruiz, a quien todos conocen como ”Titi”, incluso los diplomáticos extranjeros a los que instruye en esta tradicional danza nacida en Buenos Aires.

Ruiz, que baila varias veces por semana en Sin Rumbo y realiza exhibiciones en otros clubes, conoció las viejas milongas, muchas ya desaparecidas, y puede compararlas con las nuevas.

Hay una ”diferencia de estilos entre el tango que se baila en los barrios, que es más tradicional y más elaborado, y el que se ve en las milongas del centro, que en general es más fácil para que puedan bailar los principiantes o los extranjeros que vienen a aprender o a practicar”, explicó a IPS.

Los extranjeros que llegan a Buenos Aires exclusivamente por el tango, en especial los europeos (la mayoría son alemanes, franceses y finlandeses) y los japoneses, constituyen un tipo de turismo especial.

Esos visitantes de ”culto” permanecen en la ciudad y despliegan una agenda de actividades muy definida en la que la concurrencia a las milongas ocupa un lugar central.

La presencia de extranjeros trae consigo choques de estilo y también malentendidos por el desconocimiento de los códigos, lo que le otorga un perfil diferente a las nuevas milongas.

Pero esa no es la única diferencia. ”Hace 40 años se entraba a una milonga y sobre 100 hombres 80 o 90 eran buenos bailarines que competían para ver quién hacía más pasos, quién inventaba algo, pero hoy no ocurre eso”, precisó Ruiz.

No obstante, hay aspectos de las milongas que han sobrevivido casi sin cambios a través del tiempo, como la importancia del contacto visual, del lenguaje corporal y los roles del hombre y la mujer.

Es la mirada y no las palabras la que trasmite la invitación a bailar, que siempre parte del hombre y que es aceptada por la mujer con un gesto que debe ser mínimo, como una sonrisa o un movimiento de la cabeza.

La selección de la compañera o el compañero depende de las habilidades como bailarín que cada uno tenga. Los más exigentes hacen de esa elección casi un caso de discriminación, ya que jamás bailan con hombres o mujeres, según el caso, sin destreza o principiantes.

No siempre es así. Pero ocurre y es una de las quejas más frecuentes de los que asisten a las milongas y pasan largas horas en un segundo plano, viendo como otros bailan.

En el mundo de las milongas se alteran las clases y los roles sociales, donde el poderoso puede ser rechazado, mientras que el más pobre puede ser encumbrado, apuntan los observadores.

En sus pistas, que pueden ser de madera o de mosaicos, hombres y mujeres aceptan situaciones que no tolerarían en otros aspectos de sus vidas. Los milongueros parecen darle otro significado al rechazo, a la marginación y, también, a una coreografía que obliga al contacto físico entre desconocidos.

Ruiz no tiene dudas al señalar que el tango es el denominador común de las viejas y las nuevas milongas, y lo que sigue atrayendo a porteños y extranjeros a sus salones. ”Es algo mágico, es bailar un abrazo”, comentó con énfasis.

”Más allá de la sincronización y de la técnica que requiere el tango, son tres minutos de bailar apasionados”, añadió con mucho entusiasmo.

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