Investigadores, meteorólogos, ecologistas y periodistas de la noroccidental provincia argentina de Santa Fe alertaron sobre el riesgo de graves inundaciones, pero los funcionarios los ignoraron, y se produjo la peor catástrofe de la historia del lugar.
La crecida del río Salado inundó casi la mitad de la ciudad de Santa Fe, de más de 400.000 habitantes y capital de la provincia. Ya se confirmaron por lo menos 23 muertes, siguen evacuadas unas 100.000 personas y otras tantas se refugiaron en casas de parientes y vecinos.
Las pérdidas de cosechas, mercaderías y obras de infraestructura se calculan en unos 300 millones de dólares.
El gobierno busca créditos para obras de reconstrucción y condonación de deudas hipotecarias e impositivas a los damnificados, y se prepara para recibir una avalancha de reclamos de subsidios e indemnizaciones.
La crecida se precipitó en la noche del 28 de abril, y en pocas horas las aguas subieron hasta el nivel de los techos de las viviendas, transformando las calles en ríos.
Ocho días después, hay montañas de basura, sobre todo muebles destrozados, colchones, libros y papeles empapados, en las aceras de las pocas zonas de la ciudad en que el agua bajó hasta hacerlas visibles.
En el resto de la capital ya se siente un olor nauseabundo debido a la muerte de animales y al saneamiento colapsado.
Los médicos se preparan para atender en breve una explosión de casos de diarrea y enfermedades respiratorias, señaló este martes el médico Darío Montenegro, subdirector del Hospital Cullén de Santa Fe.
El gobernador provincial Carlos Reutemann y el intendente de la capital, Marcelo Alvarez, dicen no haber recibido ningún alerta de una catástrofe. Pero la Universidad del Litoral (UNL), el Instituto Nacional del Agua y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) afirman lo contrario.
Estudiosos de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas de la UNL aseguran que desde 1978 recomiendan seguir de cerca la evolución del río Salado y realizar obras de contención, que se iniciaron pero nunca se terminaron.
Pedí audiencias con el gobernador y no me recibió, enfatizó esta semana el rector de esa universidad, Mario Barletta.
Técnicos del INTA revelaron que en 1990 quedó en desuso, por falta de presupuesto, una red de sensores que medían la crecida del río, y que también hay radares comprados con fines preventivos que nunca se instalaron.
Los expertos de ese organismo señalan que el agua ha quedado atrapada en la ciudad, por las propias barreras defensivas que superó con el ímpetu de la crecida.
El diario local El Litoral advirtió el 20 de marzo, en un titular, El Salado amenaza barrios de Santa Fe, y el 26 de abril recogió el alerta de pilotos de helicópteros que vieron una enorme masa hídrica que venía hacia la ciudad, dijo a IPS el ambientalista Jorge Capatto, de la provincial Fundación Proteger.
Capatto recibió en 1992 el premio Global 500 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, por sus aportes a la ecología.
En los artículos publicados en marzo se recogieron advertencias de meteorólogos reunidos ese mes en Buenos Aires, para el Foro Regional de Perspectivas Climáticas, en el que anticiparon lluvias y temperaturas por encima de lo normal en Santa Fe debido a alteraciones del clima.
Esta es la historia de un desastre anunciado. En Santa Fe tenemos un problema crónico con el agua. Las inundaciones son cada vez más frecuentes, porque la ciudad está en un pozo y tiene de un lado el río Paraná y del otro el río Salado. Tuvimos inundaciones importantes ya en 1905, en 1983, 1992 y 1998, comentó Capatto.
A su juicio, los pobladores de la capital provincial deberían estar entrenados como lo están habitantes de zonas sísmicas o vecinos de plantas nucleares. Habría que tener planes de emergencia, de alerta temprana y evacuación, e incluso hacer ensayos periódicos en escuelas y en los barrios, sostuvo.
Pero nada de eso se hizo. La mayor parte de las víctimas, que según fuentes de bomberos son más de 23, murieron ahogadas dentro de sus casas, porque no pudieron salir a tiempo. La irresponsabilidad de las autoridades en este sentido es algo que no tiene nombre, lamentó el ecologista.
Capatto remarcó que Santa Fe fue construida sobre un sistema hídrico de riesgo, y destacó la paradoja de que en la población de la ciudad haya una elevada proporción de ingenieros hidráulicos.
También entre los funcionarios hay numerosos expertos en hidráulica, y existen oficinas gubernamentales específicas para la materia, pero hubo una gran negligencia porque los funcionarios no se toman en serio las advertencias sobre el cambio climático e ignoran los alertas científicos, alegó.
Así como ocurre que la pobreza, el desempleo y la violencia son asuntos ignorados por la dirigencia, también acá se manifestó esa desidia, aseveró el ambientalista.
En los primeros días posteriores al desastre, Reutemann alegó que la atención a damnificados tenía prioridad sobre eventuales sanciones a funcionarios, pero este martes destituyó al director de Obras Hidráulicas de la provincia, Carlos Fratti, debido a las gravísimas consecuencias del desastre hidrológico en la ciudad.
Miles de evacuados que perdieron todos sus bienes materiales aún están hacinados en escuelas y otros lugares. Muchos de ellos duermen sin colchones y deben compartir servicios sanitarios con decenas de vecinos.
Capatto explicó que el problema de las crecidas no sólo es antiguo en la provincia de Santa Fe, sino que también será causa de grave preocupación regional en el futuro. La cuenca del (río de la) Plata, con todos sus ríos, va a traer tremendos dolores de cabeza a los argentinos en un futuro próximo, pronosticó.
El mal uso del suelo, la deforestación irracional y los monocultivos en gran escala como el de soja, sumados a los excedentes hídricos provenientes de Brasil, del alto Paraguay y de los llanos de Bolivia, convirtieron a esta zona en el pico de un embudo, y cuando llueva el agua vendrá cada vez más rápido y en mayor cantidad, avisó. (