El caso del niño nicaragüense Greivin Oporta, de ocho años y asesinado a machetazos por dos adultos en Costa Rica, fue un ejemplo de la oleada de violencia que azota a América Central y frustra esperanzas creadas por los acuerdos de paz de los años 90.
Oporta fue atacado al salir de la escuela por dos inmigrantes nicaragüenses, quienes lo mutilaron y lo abandonaron desangrado a la vera de un río.
Ese fue sólo uno de los graves casos de violencia en los últimos meses en el istmo, una región que esperaba vivir una etapa de tranquilidad y desarrollo tras el fin en los años 90 de sus guerras internas.
Se acabaron los tiros pero la paz no ha llegado, comentó a IPS, sentado en un diván de su casa, Guido Miranda, un médico veterano costarricense que se ha dedicado a estudiar el fenómeno de la violencia.
Todos los días la región amanece con nuevas y cada vez más descarnadas noticias de homicidios, asaltos, robos y violaciones, que acaparan la atención de los medios de comunicación y preocupan a políticos, académicos y población en general.
En los últimos meses, por ejemplo, aparecieron en El Salvador más de una decena de mujeres y hombres decapitados, y crece el temor a un posible asesino descuartizador.
América Central es ya la región más violenta del hemisferio occidental, según los autores de un estudio realizado en 2002 por la organización no gubernamental británica (ONG) Overseas Development Institute (Instituto de Desarrollo de Ultramar, ODI por sus siglas en inglés) y la Universidad de Londres.
Los investigadores analizaron la agresividad en El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua, y concluyeron que una de sus principales causas es la herencia violenta de los conflictos armados.
Sólo en 1996, en El Salvador se registraron 139 homicidios por cada 100.000 habitantes, y la tasa definida por los expertos como altamente peligrosa es 10 por 100.000 cada año. El promedio anual mundial de muertes violentas es cinco por cada 100.000 personas.
Los tres principales factores que determinan el aumento de la agresividad en la región son la frustración social por la pobreza, la influencia de pautas de conducta que inculca la televisión, y la pérdida de valores familiares tradicionales, sostuvo Miranda.
Esto comenzó con la crisis del petróleo de los años 80, cuando se quebró el concepto de solidaridad social y llegó la influencia del modelo neoliberal, arguyó.
El istmo es una región con 36 millones de habitantes, la mayoría de los cuales viven en la pobreza y sufren exclusión educativa y laboral.
Hombres que maltratan al extremo a sus familias, mujeres que asesinan a sus esposos y jóvenes que ajustician a otros jóvenes para robar una bicicleta son en la actualidad hechos muy comunes de la vida diaria en la región.
La violencia en América Central no es focalizada sino generalizada, dijo a IPS el politólogo guatemalteco Hans Quevedo, investigador de la ONG Asociación de Investigación y Estudios Sociales.
Quevedo y otros expertos destacan que la violencia en el istmo tiene muchas caras: entre ellas, la de las pandillas, la intrafamiliar, la del crimen organizado, la vecinal y la de los narcotraficantes.
Es una gran paradoja, pues aunque ya no estamos en guerra, la verdad es que no estamos tranquilos, hay una tremenda inseguridad en todos los ámbitos, señaló el analista guatemalteco.
En los años 90, hubo acuerdos de paz en El Salvador y Guatemala, tras décadas de cruentos enfrentamientos armados entre ejércitos y guerrillas de izquierda.
También en esos años Honduras empezó su transición hacia la democracia, luego de una serie de regímenes militares, y en Nicaragua acabaron los enfrentamientos armados entre el Frente Sandinista de Liberación Nacional y los insurgentes derechistas llamados contras.
Pero Quevedo y Miranda coincidieron en que la pacificación no se completó, ya que muchos ex combatientes de todos los bandos fueron desmovilizados pero no desarmados, y quedaron a la deriva numerosas armas usadas por ejércitos y guerrillas, entre ellas pistolas, granadas de mano y fusiles AK-47 y M-16.
Según ONG, en el istmo circulan ilegalmente en manos de civiles más de dos millones de armas livianas y de guerra.
Estamos viviendo una etapa de gran brutalidad y deshumanización, dijo a IPS la salvadoreña Alma Benítez, integrante de la Comisión para la Defensa de los Derechos Humanos en Centroamérica (Codehuca).
Muchas de las armas ilegales están en manos de las llamadas maras, pandillas que reclutan a jóvenes y se dedican a delinquir por su cuenta o por contrato, como sicarios.
Toda la violencia que estamos sufriendo también tiene que ver con la gran proliferación del consumo y el trasiego de drogas en los países centroamericanos, apuntó Benítez.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) recopiló en 2000 una serie de datos que muestran el aumento de la violencia en el istmo.
Las conclusiones de ese estudio fueron más conservadoras que las del informe de la ODI y la Universidad de Londres, pero de todos modos muy preocupantes.
De 1984 a 1994, la cantidad de muertes violentas en América Central y el Caribe de habla hispana aumentó de unas 17,5 por cada 100.000 habitantes a unas 21,1 por 100.000, según la OPS, y varios expertos coinciden en que la proporción siguió en sustancial aumento en los últimos años.
La democracia que llegó a América Central no ha logrado su cometido, opinó para IPS el sociólogo nicaragüense Cirilo Otero.
Los procesos democráticos no han promovido un entendimiento entre las clases sociales, y la desigualdad económica desemboca en violencia, alegó.
Sólo en Guatemala, que tiene unos 11 millones de habitantes, en lo que va de 2003 se han registrado más de 1.000 muertes violentas, o sea unas nueve por cada 100.000 habitantes en menos de tres meses, y las autoridades informan que hay días en que ingresan de 15 a 18 cadáveres a la morgue del estatal Organismo Judicial.
En Honduras, organismos civiles han denunciado un presunto proceso de asesinato deliberado de niños y jóvenes pobres que viven en las calles, con fines de limpieza social, con 1.668 víctimas de 1998 a febrero de 2003, según la ONG Casa Alianza.
Mientras haya pocos grupos sociales que acaparen las ganancias económicas, será difícil que esta tendencia se revierta. Al contrario, podría agravarse, concluyó Otero.