El virus del sida prolifera en las cárceles de la mayoría de los países, creando disyuntivas y paradojas morales, culturales y religiosas difíciles de superar para las sociedades, advirtió la agencia de las Naciones Unidas (ONU) que coordina la lucha internacional contra el mal.
La propagación en las prisiones del virus de inmunodeficiencia humana (VIH) causante del sida supera en algunos casos, como en Francia, hasta 10 veces los niveles que se registran en las poblaciones locales, indicó Stuart J. Kingma, especialista de la agencia especializada de Naciones Unidas (Onusida).
En 1994, datos obtenidos en Estados Unidos demostraron que había 5,2 casos de sida por cada 1.000 presos, lo que equivalía a casi seis veces la tasa de propagación de la enfermedad entre la población adulta del país.
En 1995, en la provincia argentina de Santa Fe, entre 11,3 y 14 por ciento de los presos dieron resultado positivo a los exámenes de VIH. En el mismo año, en Italia, 13 por ciento de la población penal presentaba el virus.
Las cárceles resultan un caldo de cultivo ideal para la expansión del sida debido a la atmósfera de violencia y de temor que predomina, incluidas las tensiones sexuales, observó Kingma.
En la vida de la prisión, la relajación a esas tensiones se procura a través del consumo de drogas y del sexo. La ONU admite que ningún país ha conseguido erradicar los narcóticos de las prisiones.
Muchos de los mismos prisioneros llegaron a las celdas como consecuencia de delitos relacionados con el uso o el tráfico de drogas. Y en los pabellones de las cárceles encuentran oportunidades de seguir usándolas.
En la mayoría de los casos, el consumo se efectúa por vía intravenosa. Las agujas para inyectar la droga son escasas en las cárceles y los reclusos recurren a veces a instrumentos rudimentarios como repuestos de bolígrafos.
En Tailandia, escenario de una de las expansiones más rápidas de la epidemia en Asia, la primera ola de VIH se detectó en 1988 entre consumidores de droga por via intravenosa.
A comienzos de ese año, el porcentaje de contagios entre ese sector era prácticamente imperceptible. Pero en septiembre, la tasa de VIH entre consumidores que se inyectaban creció hasta más de 40 por ciento, alimentada principalmemte por consumidores liberados retornaban reincidentes a la prisión.
Kingma refirió en rueda de prensa que Onusida propugna la distribución de jeringas y agujas en las cárceles. Citó el ejemplo de la cárcel de mujeres de Hindelbank, en Suiza, donde se realizó en 1994 un experimento de suministro de agujas esterilizadas a las internas.
Al cabo de un año, las autoridade suizas decidieron prolongar la experiencia debido al éxito alcanzado. La salud de la población carcelaria mejoró notoriamente, no hubo más casos de hepatitis y no se presentaron evidencias de aumento en el consumo de drogas, mientras disminuyó la demanda de agujas.
Otro problema es la dificultad de la sociedad para admitir que se mantienen relaciones sexuales en las cárceles, entre presos varones y también entre presos y carceleros.
Una investigación realizada en 1993 en Rio de Janeiro indicó que 73 por ciento de los presos habían tenido relaciones sexuales con otros internos varones.
Estudios efectuados en Zambia, Australia, Gran Bretaña y Canadá arrojaron proporciones que varían entre seis y 12 por ciento, aunque Onusida estimó que esos datos son probablemente inferiores a la realidad debido al ocultamiento.
En muchos países del mundo las relaciones sexuales entre hombres constituyen un delito punible perseguido activamente, lo que conspira para una solución al problema del contagio del sida, observó Kingma.
Los países tienen que estudiar la posibilidad de poner condones a disposición de los reclusos. "Esta es una cuestión escandalosa para mucha gente que no acepta reconocer estas realidades", comentó el experto de la ONU.
Un factor también de riesgo para la transmisión de VIH son los tatuajes tan comunes en las prisiones, efectuados con equipos improvisados. Otro tanto ocurre con los ritos de "hermandad de sangre", tambien frecuentes.
Pero la ONU observó que uno de los mayores inconvenientes para detener la expansión del sida en las cárceles surge del particular régimen sanitario que predomina en la mayoría de esos establecimientos.
En lugar de sistemas propios de salud para cada prisión, la ONU propicia un cambio estructural con la transferencia del control sanitario de los presos a las autoridades de salud pública.
Algunos países ya realizaron el cambio. Noruega fue uno de los primeros. En Francia, donde se ejecutó en 1994, ya se advierte un impacto positivo. Cada cárcel francesa tiene una relación formal con un hospital. (FIN/IPS/pc/dg/pr-he/97