Los veranos del noreste de Argentina son calurosos y húmedos. A la hora de la siesta, a los habitantes de este municipio rural les alivia el “tereré” (yerba mate helada), que hasta hace poco no podían preparar por falta de agua potable o de electricidad. Pero a veces un pequeño financiamiento aligera grandes desigualdades.
Andrés Ortigoza, residente en uno de los caseríos de Bonpland, muestra orgulloso su nuevo y sencillo panel solar que alimenta una ducha eléctrica. Durante el invierno, el tereré se sustituye por el mate caliente, y bañarse con agua fría no es ni para curtidos gauchos (trabajadores rurales tradicionales del Cono Sur americano), como él.
“Antes nos bañábamos con agua fría, era duro en invierno…o calentábamos el agua con leña”, contó a IPS.
Picada Norte, donde vive Ortigoza, solo tuvo acceso a la red eléctrica en el 2010. Pero el servicio todavía tiene fallas y su costo altera la economía familiar.
La instalación de “calefones solares” (aparatos de agua caliente con energía solar térmica), es uno de los proyectos financiados en Bonpland por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial, a través del Programa de Pequeñas Donaciones (PPD).
Con sus financiamientos no reembolsables de hasta 50.000 dólares, se evidencia cómo pequeñas iniciativas comunitarias, tienen un impacto positivo en problemas ambientales globales.
La expansión de la actividad forestal – principalmente destinada a proveer de materia prima a la industria papelera- y el uso de leña como recurso energético contribuyen a la deforestación de la selva misionera, que alberga la mitad de la biodiversidad argentina.
El área integra la ecorregión de la selva paranaense, que recibe nombres diferentes en cada país por el que se extiende: Brasil y Paraguay, además de Argentina.
“A nivel internacional, hablando de los tres países, alrededor de 1950 existían 80 millones de hectáreas, de las cuales hoy solo quedan en pie cuatro millones de hectáreas y de ellas, 1,5 millones están en Misiones”, explicó a IPS el subsecretario de Ecología de la provincia, Juan Manuel Díaz.
“Nuestro territorio tiene tres millones de hectáreas y prácticamente la mitad de esa superficie, es selva paranaense”, detalló.
Según Ricardo Hunghanns, presidente de la Asociación Tabá Isiriri-Pueblos del Arroyo, actualmente 45 por ciento del territorio productivo misionero está destinado a la industria forestal, lo que cambió a partir de la década de los 90, la tradicional distribución de la tierra y de la economía provincial.
“Esto modifica radicalmente la estructura agraria de la provincia, donde 80 por ciento del producto interno bruto deja de ser agrícola y pasa a ser papel”, señaló a IPS el responsable de la organización, que cuenta con dos proyectos del PPD.
Por eso, el principal objetivo de la asociación, dijo, “es el fortalecimiento de la economía social, desde la perspectiva de inclusión y de desarrollo productivo de nuestras comunidades”.
Para Hunghanns “es fundamental el desarrollo de proyectos que diversifiquen la actividad agrícola, y que sobre todo permitan que aquellos que fueron expulsados de sus propias tierras, en términos de que sus unidades económicas son muy pequeñas, puedan regresar de la mano de experiencias asociativas”.
En Bonpland, la asociación busca ese objetivo a través de proyectos financiados por el PPD. Pero antes tiene que resolver cuestiones básicas de sobrevivencia.
Sara Keller sufrió durante 45 años la falta de agua. De su aldea al arroyo más cercano, a un kilómetro de distancia, acarreaba diariamente baldes de agua de 20 litros, a veces embarazada y cargando alguno de seis hijos. Sus recorridos superaron los 20.000 kilómetros.
Ahora, esta mujer casada de 52 años, con seis hijos y cinco nietos, que vive en el caserío de Campiñas, tiene agua en su casa, gracias a una sencilla cañería de 5 kilómetros de recorrido, financiada por otra iniciativa del PPD.
“Es algo impresionante lo que yo sufrí sin agua, trayéndola de lejos en épocas de seca”, recordó a IPS esta mujer, que ahora tiene tiempo libre para cuidar de su huerta, coser y descansar.
Todos los proyectos del PPD buscan incluir el componente de género.
Muchas veces las mujeres no quieren participar de las reuniones porque, por cuestiones culturales, no les gusta opinar frente a sus maridos. Pero, en definitiva, son ellas quienes establecen la prioridad de los proyectos, recalcó Hunghanns.
Así sucedió con la transformación de letrinas (pozos secos) en cuartos de baño. Soledad Olivera, casada con campesino dedicado a la extracción de resina, que a los 18 años ya tiene un hijo de dos y está embarazada de nuevo, disfruta del nuevo baño en su casa en Picada Norte, que sustituyó a una letrina “sucia” y “con mal olor”.
“Es tan lindo”, atina a decir mientras mira con una gran sonrisa su nuevo cuarto de baño con inodoro, ducha eléctrica y sobre todo: agua.
El PPD lo implementa el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y financia 20 proyectos en Misiones, que también incluyen cuidado de vertientes naturales, desarrollo agropecuario sustentable, actividades ecoturísticas con comunidades indígenas guaraníes, manejo de residuos y producción de hierbas medicinales.
“El nombre de pequeñas donaciones no es el mejor. Porque se trata de un compromiso entre partes. Nosotros ponemos algo y la comunidad y las organizaciones comunitarias también”, observó a los beneficiarios René Mauricio Valdés, representante del PNUD de Argentina.[related_articles]
La contraparte de la donación puede pagarse en dinero o en especie, con mano de obra, por ejemplo, o el aporte de maquinarias de trabajo por parte de los municipios.
En todo el país, el PPD se aplica con 1,8 millones de dólares, a 52 proyectos en las provincias de Misiones, Corrientes, Entre Ríos, Formosa, Santa Fe y Chaco.
Diana Vega, representante de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de Argentina, explicó a IPS que el PPD no se vio afectado por la caída a nivel mundial de la cooperación internacional.
“Apostamos al programa porque para que se generen cambios es fundamental que se generen cambios a nivel local”, sostuvo.
Explicó que “nos dimos cuenta que muchas veces políticas nacionales no llegan a los lugares de base que son las comunidades, pero a la inversa, aquellas iniciativas que se aplican al nivel más local y más cercano a la comunidad son aquellas que se pueden replicar el día de mañana a nivel provincial y nacional”.
“Una de las cosas que más me gusta del PPD es que está estructurado de tal modo que todo el dinero llega al campo (terreno). No queda en gastos de oficina, de administración”, argumentó Silvia Chalukian, presidenta del Comité Directivo Nacional del PPD.
Además al ser financiamientos pequeños “se facilita mucho en términos de burocracia, de trámites, de comunicaciones para la gente que lo maneja” y, por otro lado, “no se pierde en el aire, tiene más posibilidades de irse aplicando de a poco, la gente va a aprendiendo a manejarlo durante el transcurso del proyecto”, con una duración de hasta dos años, subrayó.
Editado por Estrella Gutiérrez