PERÚ: Un roedor andino ayuda a la autonomía de las mujeres

En Los Andes peruanos, muy cerca y muy lejos de la turística e histórica ciudad de Cusco, el cuy, un roedor originario de la región, se ha transformado en el mejor aliado de las mujeres para obtener recursos para la supervivencia de sus familias y para aprender a defender sus derechos.

Teófila Anchahua atiende sus cuyes Crédito: Julio Angulo/IPS
Teófila Anchahua atiende sus cuyes Crédito: Julio Angulo/IPS
A unos 15 kilómetros de la sureña ciudad que fue capital del imperio inca y del virreinato colonial, en el pueblo de Pucyura, las mujeres lideran las asociaciones de productores de cuyes y en torno a esa actividad comenzaron a organizarse hasta crear una entidad para defender sus derechos.

Teófila Anchahua es una de estas mujeres. Tiene galpones con más de 100 cuyes separados por razas, edades y tamaños. "Los cuyes recién nacidos deben estar solos con su madre porque si los pones con los demás no podrán alimentarse bien. Tienes que darle concentrado de nutrientes, no solo alfalfa", detalló esta productora de 58 años.

Ella viajó a varias regiones del sur del país para capacitarse en la crianza de cuyes como parte del proyecto Corredor Puno-Cusco, que hasta fines de 2008 financió el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) para impulsar iniciativas campesinas y microempresarias entre los 380 kilómetros que separan las dos ciudades.

"Con la crianza de estos animalitos he podido alimentar a mis hijos y mis nietos sin descuidar a mi familia, porque puedo hacer negocio sin salir de casa", contó Anchahua a IPS mientras su hija Milagros, de ocho años, la ayudaba a alimentar a los cuyes con alfalfa, su principal alimento.
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Pucyura es un pueblo situado a 3.300 metros de altitud, a más de 1.550 kilómetros al sur de Lima y con más de 3.500 habitantes, mayoritariamente indígenas y de los que 65,7 por ciento viven en pobreza y otro 31,2 por ciento en la miseria, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI).

TODO COMENZÓ CON EL NEGOCIO

Algo empezó a cambiar hace cuatro años, cuando el cuy dejo de ser criado sólo como animal doméstico y para consumo familiar, para transformarse en un negocio que se sustenta en la producción comercial y venta a mediana escala.

El cuy (Cavia porcellus), también conocido como curi, cobaya o conejillo de indias, es un roedor propio de Los Andes, explotado en cautiverio desde tiempos inmemoriales y cuya carne se consume en la franja occidental de América del Sur, desde Colombia hasta el norte de Argentina.

Pero es en Perú donde adquiere valores simbólicos, sociales y familiares que trascienden sus cualidades nutritivas y lo convierten en el mundo rural en un reforzador de relaciones sociales, de prestigio y de virtudes medicinales, además de una mascota, según el especialista en sanidad animal Ernando Castro.

Su alto valor nutritivo y su reducido costo productivo lo transformaron, además, en un soporte de la seguridad alimentaria de familias rurales y de bajos recursos, aparte de formar parte apreciada de la gastronomía de Perú, su mayor consumidor mundial.

En la actualidad, unas 500 productoras del pueblo conforman siete organizaciones, agrupadas a su vez en la Asociación Central de Mujeres de Pucyura, detalló a IPS su presidenta, Indira Núñez.

"Como ya estábamos organizadas por el comercio, decidimos llevar adelante una asociación para defender nuestros derechos en casa y en nuestra comunidad, donde la mujer no siempre ha sido muy bien valorada", explicó la dirigenta de 34 años.

"En nuestro pueblo hay mucha necesidad económica y es importante que nosotras podamos ayudar a nuestros esposos y acceder a un trabajo que nos coloque en una mejor posición. Yo he salido adelante con la venta de los cuyes", manifestó Núñez.

Gracias a los cuyes, puede ganar el equivalente a unos 200 dólares mensuales, algo más del llamado salario mínimo vital. "Es una gran ayuda para nosotras ante las pocas posibilidades que tenemos de mejorar nuestros ingresos debido a que las autoridades poco promueven el desarrollo de las mujeres", aseguró Núñez.

De acuerdo con el INEI, 82,9 por ciento de los habitantes del pueblo tienen como principal fuente de ingreso las microempresas. Pucyura vive fundamentalmente de la agricultura, la ganadería y la crianza de animales como el cuy y los porcinos.

La instalación en el pueblo del Centro de Información Comercial, como parte del proyecto Puno-Cusco, contribuyó también a que sus habitantes pudieran acceder a información por Internet, para capacitarse en la crianza de los cuyes o ampliar sus recetarios de platos elaborados con ellos.

Las innovaciones culinarias ayudan a incentivar el consumo del cuy mediante festivales gastronómicos en los que se resaltan sus valores nutritivos, como por ejemplo que su carne casi carece de grasa y aporta más proteínas que las de ave, vaca, oveja o cerdo.

PRODUCTORAS UNIDAS CONTRA LA VIOLENCIA

"Las mujeres tienen mucha habilidad para el negocio, ellas saben ofrecer como nadie nuestros productos", aseguró a IPS Raúl Nolasco, quien preside una asociación de venta de porcinos integrada en 40 por ciento por mujeres.

Nolasco reconoció que necesitarían mayor capacitación para el mercadeo, tanto hombres como mujeres, pero que las autoridades no priorizan este aspecto en sus inversiones.

Con el proyecto Puno-Cusco, las mujeres fueron capacitadas en la crianza y comercialización de estos prolíficos mamíferos que en todo el mundo son demandados también por su pelo y para experimentos científicos y cuyas razas peruanas son las más grandes.

Pero al terminar el apoyo del FIDA, la producción comercial se debilitó este año.

"Debemos reconocer que no todas son organizadas y unidas. Algunas quieren salir adelante por su cuenta, otras pierden interés. No todas avanzamos por igual", explicó a IPS la cuyicultora de 42 años Elbertina Santoyo.

A esto se sumó la caída de la producción de alfalfa que cultivan las mujeres para alimentar a sus cuyes, ya que comprar la leguminosa resulta demasiado caro. Una alforja de alfalfa (11,5 kilogramos) vale el equivalente a cinco dólares, cuando un cuy se vende por tan sólo tres.

"No ha habido buen tiempo para cultivar la alfalfa, casi todo se perdió. Por eso vendí mis cuyes y me quedé con unos pocos porque si no terminaría trabajando para alimentarlos y ya no me resultaría rentable", explicó Julia Quispe, de 42 años.

Varias de las entrevistadas coincidieron en que sus esposos opusieron resistencia cuando comenzaron a ausentarse continuamente de casa para participar en reuniones.

"Mientras cuidamos el cuy en la casa todo estaba bien, o cuando trabajábamos la chacra (granja), pero si nos reunimos para organizarnos o para defender nuestros derechos, los hombres te empiezan a reclamar, por el machismo", aseguró Quispe.

"Ellos siempre han pensado que tienen más derecho de hablar que nosotras. Pero esto tiene que cambiar", agregó.

Al mismo tiempo que a producir comercialmente y a vender cuyes, "las mujeres aprendimos que eran capaces de emprender proyectos propios y aportar significativamente a la economía familiar", explicó Quispe.

Pero, más importante aún, las cuyicultoras percibieron que organizadas podían defender mejor sus derechos y ser escuchadas, así que conformaron la Asociación Central de Mujeres de Pucyura, con el objetivo inicial de enfrentar los altos índices de violencia familiar en su población, detalló Núñez, su presidenta.

El alcalde, Tomy Loayza, admitió a IPS la existencia de esta violencia y la vinculó con el alcoholismo, un importante problema de salud de la zona.

Por esa situación, las propias mujeres impulsaron la creación de defensorías de mujeres y niños con el apoyo de la cooperación extranjera y recursos estatales.

"Estamos trabajando con toda la comunidad para reducir el maltrato físico a las mujeres, pero todavía sigue siendo un reto", explicó.

"Es importante que las mujeres se organicen y aporten porque la equidad es valiosa. Nosotros estamos haciendo algunas cosas para ayudarlas aunque reconocemos que aún falta mayor apoyo", dijo Loayza.

Núñez informó que existe un nuevo proyecto de comercialización de cuyes de una organización no gubernamental que puede contribuir a darles un nuevo impulso.

"No queremos depender siempre de la ayuda de otros. Si las autoridades nos dieran información y nos capacitaran para acceder a las diversas alternativas de trabajo tal vez esto sería diferente", puntualizó.

"Pero lo que sí puede escribir es que para atrás no vamos, que aprendimos a hacer y pensar distinto, y eso ya no cambia", concluyó, mientras limpiaba los galpones de sus cuyes, sus aliados.

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