Las lluvias, siempre invocadas, ausentes o escasas, vinieron este año en exceso, destruyendo muchas siembras. Pero en este municipio del extremo nororiental de Brasil, el efecto fue menos dramático que antes gracias a la diversificación de cultivos y actividades productivas.
"Llovió demasiado y nuestro suelo no necesita tanta lluvia", describió Francisco Soares Oliveira, de 63 años, quien encabeza una de las 89 familias de la comunidad de Irapuá, en Nova Russas, municipio de 30.000 habitantes situado en el centro-oeste del estado de Ceará, parte del Nordeste.
El paisaje actual de esta porción del Nordeste —vegetación abundante y muy verde—, no coincide con la postal habitual del Semiárido, un bioma de arbustos retorcidos y gajos secos, producto de las periódicas sequías que azotan a la región.
Irapuá se destaca por su verdor y por sus árboles mayores, favorecida por la humedad de un riachuelo que la cruza. Pero el municipio al que pertenece, Nova Russas, es sin embargo uno de los que componen el territorio Inhamuns, más seco que otras partes del Nordeste.
Por eso la cuestión hídrica es prioritaria en la acción local, explicó a Tierramérica la supervisora territorial del Proyecto Dom Helder Cámara (PDHC), Ana Paula Oliveira.
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El PDHC, financiado por el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA) y el Ministerio de Desarrollo Agrario, actúa en seis estados nordestinos, promoviendo la agricultura familiar, el protagonismo campesino y la articulación de diferentes instituciones para que la población local pueda convivir mejor con el clima semiárido.
En Inhamuns, uno de los siete territorios de desarrollo rural creados por Ceará, 71 por ciento de las 1.376 familias apoyadas por el PDHC ya cuentan con cisternas para recoger agua de lluvia, que emplean para beber y cocinar, según Oliveira. Y se avanza en otras formas para retener agua necesaria para irrigar los cultivos.
Francisco Oliveira es uno de los 25 pequeños agricultores de Irapuá que se adhirieron este año a la siembra de algodón "asociado", es decir combinado con otros cultivos tradicionales, como frijoles y maíz. El algodón resultó menos afectado por la inundación y compensó algunas pérdidas.
También contribuyó la producción orgánica, sin uso de productos agrotóxicos, que permite venderla "al doble" del precio convencional, destacó Oliveira. Además, la comunidad se asoció a una red para agregar valor al algodón.
Otros, como Deusdete de Carvalho, de 70 años, ex presidente y actual tesorero de la Asociación de los Productores en Agricultura Familiar de Irapuá, se dedican a la apicultura, además de sembrar y criar animales.
"Ahora son nueve familias produciendo miel, y eran sólo dos al inicio del proyecto" en 2006, cuando "no teníamos equipos y pagábamos servicios a gente de afuera que se quedaba con la mitad de la producción", recordó Carvalho, que espera vender 500 litros este año.
El grupo procesa y envasa la miel. La mayor parte se vende a la estatal Compañía Nacional de Abastecimiento, que suministra alimentos para las meriendas de la red de escuelas públicas.
La esposa del apicultor, Maria do Socorro Carvalho, cuida 50 gallinas que le permiten vender cerca de 200 huevos al mes. "Antes no tenía el gallinero, las gallinas vivían sueltas y perdíamos muchos huevos comidos por animales depredadores", señaló.
"El proyecto mejoró nuestra vida", opinó. La asistencia técnica le permitió aprender el manejo de aves y ganado, diversificar la producción con ovejas, vacas lecheras, miel y artesanía, lo que evitó "un desastre este año", sintetizó.
En el grupo de artesanía trabajan 16 mujeres, la mayoría en vestimenta y útiles tejidos en crochet. Serían muchas más si los hombres no prohibieran a sus esposas participar en esa actividad, se quejó la joven Aurilane Carvalho, que llama la atención por su altura en una población generalmente baja.
"Muchas desistieron de la artesanía" a raíz de la "violencia" machista y porque tienen que cuidar a los hijos y hacer las tareas del hogar, explicó.
Pero la adhesión al proyecto —asistido técnicamente por el PDHC y otras organizaciones como la católica Cáritas— "redujo el alcoholismo" que genera violencia doméstica, y también el éxodo juvenil, reconoció Carvalho.
A sus 27 años, ella reveló su liderazgo al hablar en público el 21 de junio, durante la visita que hizo a la comunidad el presidente del FIDA, Kanayo Nwanze.
Mantener a los jóvenes en la comunidad es "un desafío", admitió. "Muchos se van a Río de Janeiro". Es que la enseñanza escolar está "alejada de la realidad del campo", los padres "no quieren a sus hijos en la agricultura, sufriendo sus propias dificultades" y falta recreación y actividades culturales, describió.
Pero el nigeriano Nwanze, doctor en entomología agrícola y con casi 30 años de experiencia en desarrollo rural, dijo al concluir su visita que "aprendí más aquí que en los libros" sobre agricultura familiar, un sector que alimenta a más de 80 por ciento de la población mundial.
La diversificación productiva crea "una comunidad rural activa" y una economía local, dos elementos que son "el comienzo de la solución a muchos problemas", como la seguridad alimentaria nacional, el éxodo rural que convulsiona las ciudades y la emigración, sostuvo.
El FIDA, una agencia de las Naciones Unidas creada para erradicar la pobreza rural en países en desarrollo, ya financió seis proyectos brasileños con casi 142 millones de dólares, principalmente en el Nordeste, donde se apresta a invertir otros 46 millones en dos nuevas iniciativas.
La "armonía con la naturaleza" es otra dimensión clave del desarrollo rural, añadió Nwanze.
En Irapuá ya no se ara con tractor, contó Francisco Oliveira, nacido en Irapuá, donde dispone de 50 hectáreas. "El tractor acaba la tierra". Con la siembra directa, sin remover el surco ni eliminar rastrojos, el suelo mantiene mejor la humedad y se fertiliza. La tierra se ha vuelto "más firme para el agua, el abono, para todo", afirmó.
Además, "el proyecto nos abrió muchas puertas", incluso para conseguir crédito, destacó.
Irapuá "sintetiza buena parte de lo que hacemos", afirmó el director del PDHC, Espedito Rufino: buscar el protagonismo de las comunidades, la gestión participativa y las asociaciones para ampliar recursos.
Pero el desarrollo exige "políticas públicas permanentes, no sólo proyectos" para los pobres, reclamó.
El PDHC y otras organizaciones locales han acumulado experiencias que pueden "orientar políticas para el desarrollo" del Nordeste, pero las autoridades y el sector privado deben comprender "las especificidades sociales, económicas y ambientales del semiárido y la cultura de su pueblo", acotó.
La presencia del FIDA ofrece "repercusión internacional" a las acciones locales y beneficia a los agricultores pobres, "siempre excluidos de las políticas públicas" e ignorados en su cultura, contribución alimentaria y preservación de recursos naturales, añadió.
Además, el Fondo promueve la cooperación para que Brasil pueda transmitir al mundo sus conocimientos y a la vez aprender con lo que pasa en otras regiones. Esa transferencia de "tecnología de productos y procesos" es importante con África, pero es mejor hablar de "permuta" y de "generación participativa de conocimiento", concluyó.
* Este artículo fue publicado originalmente el 18 de julio por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.