La solidaridad también florece en la frontera de Estados Unidos y México

Las ciudades de Aguaprieta, en el lado izquierdo, en México, y de Douglas, en Estados Unidos, a la derecha, comparten el mismo paisaje. Las separa el largo muro de barrotes que marca buena parte de la frontera entre los dos países y que las iniciativas de solidaridad intentan superar en apoyo a las comunidades locales y a los migrantes. Imagen: Cochise County

AGUAPRIETA, México – La frontera es una recta que parece infinita, erizada de barrotes de acero, que desde el suelo desértico se alza como muro que detiene a los migrantes que buscan cruzar de México a Estados Unidos, pero no consigue frenar las iniciativas de solidaridad que también cabalgan esa línea.

“Queremos que la frontera sea un lugar de encuentro, de oportunidad y de esperanza, en vez de un lugar para dividir y militarizar”, dijo a IPS el pastor presbiteriano Mark Adams, conductor de la iniciativa Frontera de Cristo, entre esta ciudad del norteño estado de Sonora, y Douglas, en el estado de Arizona, del lado estadounidense.

Frontera de Cristo, iniciada en 1984 como un ministerio de devoción y trabajo social en esta zona, abarca ahora diversas iniciativas de espiritualidad, solidaridad y cooperación, incluido un trabajo de años en apoyo a cientos de miles de migrantes que llegan para cruzar la línea de frontera o son devueltos después de traspasarla.

En los comienzos el trabajo fue acompañar y asistir a comunidades que necesitaban servicios, y en la década siguiente atender necesidades de familias mexicanas empujadas a trabajar en las maquilas disparadas por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, activado por los dos países más Canadá en 1994.

Durante la anterior presidencia de Donald Trump (2017-2021), el gobernante estadounidense impuso la modificación del acuerdo, vigente desde 2020 y que pasó entonces a llamarse Tratado de México, Estados Unidos y Canadá (T-Mec), donde las maquilas mantienen su ímpetu.

“Queremos que la frontera sea un lugar de encuentro, de oportunidad y de esperanza, en vez de un lugar para dividir y militarizar”: Mark Adams.

Poco a poco, el “ministerio Frontera de Cristo” fue sumando y trabajando con voluntades de distintas confesiones, y de la sociedad civil, en ese paraje de montañas, valles y desierto donde se avecinan y se miran por entre los barrotes los 100 000 habitantes de Aguaprieta y los 16 000 de Douglas.

A los residentes de la zona que prestan su esfuerzo para la iniciativa, se suman, sobre todo desde América del Norte, voluntarios que la visitan -algunos unos pocos días, otros temporadas más extensas- para participar en las actividades de carácter religioso y de trabajo comunitario.

En los seis estados mexicanos y cuatro estadounidenses recostados de la línea limítrofe hay agrupaciones a favor de la solidaridad y la convivencia, como mostró el 16 de agosto la jornada “Amigos a través de la frontera”, con actividades culturales y recreativas en parques y plazas, adelantadas por al menos 44 organizaciones.

Activistas, vecinos y visitantes caminan junto al muro portando cruces en una actividad en memoria de las personas que fallecieron cuando intentaron traspasar la frontera en busca de un futuro mejor para sus familias. Las manifestaciones de espiritualidad están presentes en iniciativas binacionales de solidaridad como Frontera de Cristo. Imagen: FdC

Al comienzo, una oración

Desde hace 25 años una primera actividad de Frontera de Cristo es conducir una oración -ecuménica- en la línea fronteriza, con recorridos junto al muro, en la que los participantes recuerdan a los fallecidos tratando de cruzar la frontera.

Según la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP en inglés) desde 1998 al menos 10 000 personas murieron tratando de cruzar la línea.

“Una segunda tarea es la educación, que dirigimos a iglesias y universidades, para que las personas conozcan la realidad de la frontera, sean informadas y educadas por la gente de la comunidad aquí, cómo es su vida, su economía, sus relaciones, y cómo es la migración”, apunta Adams, estadounidense oriundo de Carolina del Sur.

Parte de la educación proviene de la misma contemplación del muro divisorio y sus barrotes, que se alzan hasta con nueve metros de altura a lo largo de 1123 kilómetros de los 3169 que mide la frontera, en su mayor parte repartida entre el desierto y el río Grande que se entrega al golfo de México.

Luego está el trabajo propiamente humanitario, nacido con la historia de que, en un invierno a comienzos de siglo, a una fiesta faltaron tantos invitados que los anfitriones tomaron la comida y fueron a compartirla con migrantes recién devueltos de Estados Unidos y quienes, casi a la intemperie, pasaban hambre y tiritaban de frío.

El Centro de Atención al Migrante, así como el de Recursos para Migrantes, en Aguaprieta, han ofrecido durante años ayuda a miles de personas entre quienes llegan buscando cruzar la frontera o son devueltas por las autoridades de Estados Unidos. Auxilian con agua, alimentos, café, duchas, ropa, cobijo y orientación. Imagen: Jaime Koppel / FdC

Surgió entonces la idea de hacer un Centro de Recursos para Migrantes, que desde 2006 ha atendido a los más desvalidos que llegan a la zona, proporcionándoles agua, comida, café, primeros auxilios, acceso a una ducha, un cambio de ropa y un lugar donde descansar antes de proseguir su viaje.

También hay un Centro de Atención al Migrante “Éxodo”, que ha podido recibir con alojamiento y comida a migrantes, hasta 100 por día, deportados de Estados Unidos, mientras ellos deciden sobre sus próximos pasos.

En las comunidades de Aguaprieta la organización también activa un centro para ayudar a personas con adicción a drogas o alcohol, otro para canalizar ayudas en educación y actividades escolares, y un tercero para promover labores de microeconomía, como producción de alimentos, jardinería o acuicultura.

Dos trabajadoras en Café Justo empacan el producto destinado a la exportación pero que también se vende a consumidores locales. Los granos provienen de una cooperativa con decenas de familias caficultoras en la zona de Tapachula, en el extremo sur de México. Imagen: Café Justo

Turno para el cooperativismo

En el terreno económico, Frontera de Cristo abordó el tema migratorio impulsando una cooperativa de café, a 3000 kilómetros de distancia por carretera hacia el sur, en el área de Tapachula, estado de Chiapas, cerca de la frontera con Guatemala.

Puerta de acceso de la migración que llega por el istmo centroamericano, esa área con un paisaje de exuberante verde, tan distinto al reseco de Sonora, ha sido también una fuente de mexicanos migrantes, que dejan atrás familias, tierras y cultivos.

“Un propósito fue reducir la migración forzada por las condiciones de vida de la gente cafetalera en esa región. Muchos varones dejaban el campo y su familia para migrar, buscando mejorar sus ingresos y suprimir intermediarios”, dijo a IPS Carmina Sánchez, administradora de la cooperativa Café Justo en Aguaprieta.

Nativa de Chiapas, migrante hacia el norte cuando contaba 16 años y, ahora ya con hijos universitarios, Sánchez se dice “agradecida con Aguaprieta; me enamoré de este desierto, y del proyecto de Café Justo que muestra que hay alternativas para la gente que migra desde el sur”.

En la zona de Tapachula un total de 65 familias, pequeños caficultores, cultivan, cosechan, descerezan y secan el grano -café orgánico- y lo envían a Aguaprieta, donde es tostado, molido, empacado y exportado, principalmente a clientes -iglesias de modo destacado- sobre todo en Estados Unidos.

“Despachamos unas 4000 libras (1800 kilos) a precios similares a los del mercado (entre nueve y 12 dólares por libra) y con margen para que podamos pagar a los caficultores un mejor valor que los intermediarios comerciales”, explica Sánchez.

También es vendido al por menor en la frontera Aguaprieta-Douglas, con compras en línea, y en una cafetería. El establecimiento agrega actividades culturales, y es parada obligada de quienes acuden a las visitas, caminatas o reuniones de carácter religioso aupadas por la iniciativa Frontera de Cristo.

Habitantes de Aguaprieta (México) y Douglas (Estados Unidos) sostienen, la mitad de cada lado, una pancarta «Unidos» a través de los barrotes del muro que divide ambos países. Actividades culturales y comunitarias compartidas subrayan la búsqueda de que la frontera sea una zona de oportunidad y esperanza antes que de temor y divisiones. Imagen:FdC

Y, finalmente, la política

La quinta área de trabajo de la iniciativa es la de incidencia política, “enfocada en la política migratoria (estadounidense) que ha impactado en la frontera en forma negativa, porque queremos que se entienda que somos amigos a través de una frontera que debe ser un espacio de esperanza”, afirmó Adams.

La frontera mexicana-estadounidense tiene 56 puntos de entrada, incluidos 20 cruces terrestres y 36 puentes (fluviales) con controles formales, más los cambiantes accesos ilegales objeto de severa vigilancia y afanosa búsqueda de infractores por parte de las patrullas de las policías de Estados Unidos.

Según la CBP, que mide la migración mediante sus “encuentros” con los migrantes, en el año fiscal (octubre-septiembre) de 2021 cruzaron la frontera suroeste 1,7 millones de personas, 2,4 millones en 2023, y 2,1 millones en 2024.

En los meses de febrero a julio de 2025, CPB reportó entre 5000 y 13 000 encuentros en esa frontera, una disminución entre 92 y 95 % con respecto a las cifras de 2024.


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La explicación más evidente está en la avalancha de políticas y medidas dispuestas por Trump apenas asumió su segundo mandato el 20 de enero, que restringen el ingreso de migrantes y solicitantes de asilo, y acentúan la detención y deportación de los extranjeros hallados en situación de ilegalidad.

Ya una de las primeras medidas durante su anterior mandato fue la orden de construir un muro a lo largo de la frontera, de unos 3200 kilómetros. Se construyeron 733 kilómetros de barreras y su sucesor, Joe Biden, paralizó la obra. A su retorno a la Casa Blanca, Trump mandó concluir el muro y, también,  pintarlo de negro.

“Siempre nos va mal con los cambios de política migratoria”, comentó Adams, y “no debemos militarizar más la frontera”, agregó en alusión a que el tema es presentado en Washington como materia de seguridad nacional ante invasores.

En la frontera “necesitamos aumentar la seguridad de las personas, cambiar la narrativa de que este es un lugar de temor, algo en lo que está teniendo éxito el gobierno”, añadió.

En esa dirección se trabaja el entendimiento que va camino a una coalición entre las organizaciones e iniciativas que practican distintas formas de relación comunitaria, asociación y solidaridad a uno y otro lado de la línea fronteriza, como se evidenció durante la jornada de agosto.

En la frontera “necesitamos cambios, pero para hacerla espacio de esperanza. Es un lugar donde viven millones de personas que, en ambos lados y a través de ella, somos amigos y no somos enemigos”, concluyó Adams.

ED: EG

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