Gibara, una ciudad del este de Cuba que sobrevive por su cultura

Gibara, una pequeña ciudad del este de Cuba, es un ejemplo de cómo sobreviven las localidades que vivieron un auge con el turismo y cuya caída fuerza a sus habitantes a depender sobre todo de las remesas. Aunque en el caso de Gibara, el Festival Internacional de Cine Pobre la hace revivir por unos días y añorar tiempos pasados.
El artesano Gerson González atiende a unos clientes en su puesto de artesanías elaboradas a partir de productos autóctonos de Gibara, una ciudad del este de Cuba. “Este es un pueblo de mucha artesanía”, asegura recordando la historia de una localidad que tuvo tiempos de gloria y ahora sobrevive gracias a las remesas, a un festival internacional de cine y lo que queda de turismo y de pesca. Imagen: Dariel Pradas / IPS

GIBARA, Cuba – En la ciudad de Gibara, en el este de Cuba, tras una semana de fiestas por el Festival Internacional de Cine Pobre que se realiza anualmente en esta urbe de unos 70 000 habitantes, un abrupto corte eléctrico en la noche de clausura, el sábado 19, sentenció el regreso a la normalidad.

“Cuando se acabe el festival, lo que viene es candela (una debacle)”, dijo horas antes a IPS, Frank, un pescador gibareño que pidió no dar su apellido.

Según Hilda Freyre, de 59 años, a diario suelen ocurrir dos cortes en su localidad, de seis horas cada uno, a menos que el tiempo se extienda debido a una falla imprevista en el sistema eléctrico.

No obstante, durante la celebración del certamen cinematográfico –entre los días 15 y 19- cesaron las interrupciones eléctricas, mientras decenas de carpas fueron erigidas junto a la bahía para establecer puntos de ventas que ofrecían bebidas y alimentos a los pobladores locales y los visitantes.

“Todavía no me lo creo: luz (electricidad) todo el día”, comentó Freyre a IPS.

Cuando los vendedores recogieron las carpas y regresaron a sus lugares de origen –porque muchos solo vienen por las utilidades que genera el festival– los precios volvieron a subir al caer la oferta, al mismo tiempo que Gibara fue recuperando su calma habitual.

“Me asomo a la puerta y me da mucha tristeza. Las calles, vacías. No queda nada de la juventud, todo el mundo se fue”, dijo Freyre, cuyo hijo lleva ocho años en Estados Unidos.

A Gibara también se la conoce como Villa Blanca de los Cangrejos –por su pesca de mariscos–, es cabecera del municipio homónimo, perteneciente a la provincia de Holguín y está ubicada a 771 kilómetros al este de La Habana.

Su venida a menos la evidencia el hecho de que gran parte de sus pobladores vive de las remesas que envían sus familiares desde otros países.

“Me asomo a la puerta y me da mucha tristeza. Las calles, vacías. No queda nada de la juventud, todo el mundo se fue”: Hilda Freyre.

El turismo, que representa otro importante rubro de la economía local, a falta de los disminuidos visitantes extranjeros, subsiste prácticamente por los cubanoamericanos que llegan a vacacionar en verano o fin de año; y por la semana del festival de cine pobre, cuando hoteles estatales y casas de renta privadas se llenan de entusiastas del séptimo arte.

“Dentro del festival, es una Gibara única. Fuera, no se logra todavía que tenga ese nivel turístico al que se ha aspirado en todos estos años”, afirmó en diálogo con IPS la gibareña Jaqueline Tapia, directora de Cultura del gobierno provincial de Holguín.

Durante el pasado año, Cuba sufrió una contracción en la cantidad de visitantes extranjeros que arribaron al país. De acuerdo a la Oficina Nacional de Estadística e Información, fue 90, 4 % de los recibidos en 2023 y la peor cifra desde 2007, sin contar los años de la pandemia de la covid (2020-2022), que afectó el flujo turístico mundial.

Si bien no existe aún un reporte actualizado del flujo de visitantes en Gibara, ese decrecimiento pesa más en esta ciudad holguinera, la cual ofrece un turismo urbano que contrasta con el playero que se concentra últimamente en grandes cadenas hoteleras.

“Desgraciadamente, ha habido una década perdida entre las malas decisiones del país con el turismo. Ahora el turismo se queda en Guardalavaca (un polo turístico situado a 52 minutos por carretera, al este de Gibara) y no sale, porque (aquí) no hay corriente, comida, no hay nada”, dijo a IPS el cineasta gibareño Armando Capó.

Gibara no es la única pequeña urbe de este país insular caribeño, fuera de los polos turísticos,  que vive un auge temporal de su economía por un repentino flujo de visitantes extranjeros; pero quizás sea la única, entre ellas, cuyo turismo revive temporalmente gracias a un acontecimiento como un festival de cine.

Gibara, una pequeña ciudad del este de Cuba, es un ejemplo de cómo sobreviven las localidades que vivieron un auge con el turismo y cuya caída fuerza a sus habitantes a depender sobre todo de las remesas. Aunque en el caso de Gibara, el Festival Internacional de Cine Pobre la hace revivir por unos días y añorar tiempos pasados.
Detrás de un gran letrero con el nombre de Gibara, se vislumbra la pequeña ciudad costera cubana, perteneciente a la provincia de Holguín y ubicada a 771 kilómetros al este de La Habana. El esplendor económico de Gibara dependió muchos años del turismo, ahora en crisis. Imagen: Cortesía del Festival Internacional de Cine Pobre de Gibara

Turismo a cuentagotas

A finales de enero, el primer ministro Manuel Marrero, diputado del unicameral parlamento cubano por el municipio de Gibara, señaló a los medios locales la necesidad de revertir la situación económica del territorio, a partir de reducir el déficit fiscal, que en 2024 se ahondó en más de 30 millones de pesos (250 000 dólares según la tasa de cambio oficial de 120 pesos por un dólar).

Cuando el turismo está en declive, las finanzas gibareñas suelen seguir el mismo camino. Ha sido así desde mucho antes.

Después de 1927, cuando la isla sufrió una de las más grandes crisis azucareras de la historia, y Gibara, que dependía de esta industria por décadas motor dela economía cubana, optó por reconvertirse al turismo.

Pronto la villa cangrejera se transformó en una suerte de balneario que ofrecía su cultura en forma de servicios: por ejemplo, su tradición culinaria, basada en mariscos, moluscos y pescados, o sus artesanías confeccionadas con conchas y otros materiales que recalaban en sus costas.

“Gibara es una potencia de artesanos desde muchos años. Se hacían maravillas de artesanías que siempre se entregaron a quienes venían. También la pesca ha sido una tradición heredada de nuestros ancestros”, dijo a IPS Robiel Jomarrón, de 72 años, dueño de un barco pesquero.

Así creció el pueblo hasta que, tras el triunfo de la revolución en 1959, se construyeron un astillero y una base de pesca, mientras la entrada de visitantes extranjeros se vio limitada por políticas gubernamentales nacionales y posteriormente por las sanciones de Estados Unidos contra el país, que limitaron las visitas internacionales.

Según el cineasta Capó, cuyos documentales abordan la historia y costumbres de su ciudad natal, en la década de los años 90, con la caída del campo socialista y el deterioro de casi toda la industria nacional, incluida la pesquera, el turismo en Gibara “comenzó como cuentagotas”. Luego creció más a partir del festival de cine pobre, en 2003.

Desde ese año, se celebra anualmente el certamen, que en su edición de este año, la 19, presentó más de 500 materiales audiovisuales, procedentes de unos 30 países. Además, premió en diversas categorías a audiovisuales finalizados o en desarrollo, en un concurso cuyas bases limitan el costo de las producciones; de ahí la denominación de cine pobre

“El festival sí transformó a Gibara. La ubicó en el mapa”, agregó el cineasta gibareño.

De hecho, después de 2003 se llegaron a construir cuatro hoteles estatales y decenas de restaurantes y casas de renta privadas.

En 2014, cuando el flujo de visitantes extranjeros empezó a subir exponencialmente, debido al deshielo temporal de las relaciones diplomáticas entre Cuba y la administración del presidente estadounidense Barack Obama (2009-2017), Jorge Luis Rodríguez, de 62 años, creó en la urbe el restaurante La Cueva Taína.

Con platos típicos gibareños e ingredientes de cercanía, obtenidos a menos de un kilómetro a la redonda, el negocio creció en notoriedad e infraestructura. Hoy, con el turismo frenado, sobrevive gracias al festival y los emigrantes cubanos que pasan de visita.

“Si hablamos de gastronomía autóctona, la más linda está enclavada en este norte de la región oriental de Cuba. Ahora la ‘cosa (situación)’ está parada, pero nos mantenemos porque tenemos ya una reputación”, dijo Rodríguez a IPS.

Gibara, una pequeña ciudad del este de Cuba, es un ejemplo de cómo sobreviven las localidades que vivieron un auge con el turismo y cuya caída fuerza a sus habitantes a depender sobre todo de las remesas. Aunque en el caso de Gibara, el Festival Internacional de Cine Pobre la hace revivir por unos días y añorar tiempos pasados.
Un pescador muestra unos pescados recién capturados en un muelle del puerto de la bahía de Gibara, en el este de Cuba. Gibara es un ciudad costera con una gran tradición pesquera, pero esa actividad conlleva actualmente grandes desafíos para los que la practican profesionalmente. Imagen: Jorge Luis Baños / IPS

Tiempos revueltos

El sábado 19, el mar seguía revuelto tras dos días consecutivos. Ningún pescador se atrevía a zarpar en su embarcación.

“Cuando afloje el tiempo, saldremos. De otra forma, no vale la pena, porque vivimos de ello. Tratamos de hacer la pesca que nos pueda llevar alimento y dinero a la casa”, dijo el pescador Sam a IPS, quien también pidió no revelar su apellido.

Pero con el tiempo malo, no hay entrada, y las deudas se acumulan, acotó Frank, el otro pescador entrevistado.

La pesca en Gibara es prácticamente en alta mar, a las puertas del océano Atlántico. Por eso, los barcos deben navegar bastantes millas y regresar en menos de 36 horas, lo que conlleva un mayor consumo de combustible con respecto a otras zonas pesqueras del país.


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Las embarcaciones privadas, asociadas en una base pesquera gremial establecida en el puerto local, antes recibían una cantidad de combustible subsidiada por el Estado, pero hace un año aproximadamente, no reciben nada y, muchas veces, debe conseguirse en el mercado informal, a precios inflados.

Sin embargo, el gobierno local establece un tope a los precios de venta de los pescados que se capturan, por lo que mantener la rentabilidad del negocio resulta un verdadero reto.

“Topan el precio del pescado, pero el del combustible no baja a un precio módico. Yo resuelvo machacándome. Lo malo es que puedes salir y no pescar nada. Y eso es una deuda que se acumula. Es más de suerte que otra cosa”, lamentó Frank.

Mientras los pescadores prueban suerte en la mar, los artesanos la prueban tras las fronteras terrestres de Gibara.

“Ochenta por ciento de los artesanos viaja y vende en otros lugares productos autóctonos que solo se trabajan aquí. Este es un pueblo de mucha artesanía”, dijo a IPS Gerson González, de 48 años, artesano desde hace más de dos décadas.

Con el cierre del festival de cine, acabó la temporada buena para vender en la localidad. Entonces muchos artesanos salen a otras provincias o se dedican a otro empleo temporal.

González recordó con añoranza los tiempos cuando el turismo estaba en auge y él no paraba de vender. Sin embargo, no pierde la esperanza de que aquel esplendor retorne.

Para Capó, el cineasta, su urbe es un ejemplo de cómo la cultura y las tradiciones pueden transformar la economía de un lugar.

ED: EG

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