Los pobres en América Latina son más urbanos y más vulnerables

El barrio Altos de Florida, al suroeste de Bogotá, muestra el cambio del paisaje rural al urbano. En toda América Latina y el Caribe, el crecimiento acelerado de las ciudades ha significado también la mudanza de su pobreza, ahora mayoritariamente urbana. Imagen: Pnud

CARACAS – La pobreza, aunque se ha reducido en América Latina y el Caribe en lo que va de siglo, muestra una nueva cara, la de la amenazante vulnerabilidad de la población en esa situación a medida que se hace menos rural y más urbana, expone en un nuevo análisis el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud).

“No solo hay más pobreza urbana, sino que también un mayor porcentaje de la población es altamente vulnerable, es decir, que está muy cerca de caer, y cualquier pequeño choque los hace caer, por debajo de la línea de pobreza”, observó a IPS la economista jefe del Pnud en la región, Almudena Fernández.

De ese modo, “hay una franja de la población que se mantiene por encima del umbral de pobreza, pero a la que una enfermedad, o la pérdida de un ingreso en el hogar, la empuja por debajo de la línea”, abundó Fernández, desde Nueva York.

«Ya no es suficiente con sacar a las personas de la pobreza; hay que pensar en el siguiente paso, continuar ese camino, que la población se pueda consolidar, con una clase media estable que tenga mecanismos para que en momentos de estrés o choque su consumo no tenga caídas fuertes”: Almudena Fernández.

Rosa Meleán, de 47 años, quien fue docente durante 20 años en Maracaibo, la capital del Zulia, en el noroeste petrolero de Venezuela, dijo a IPS que “ese caer otra vez en la pobreza es como los toboganes donde juegan los niños en el patio de la escuela: continuamente suben, pero con el más pequeño empujón de nuevo se deslizan y caen”.

Varias veces lo ha vivido en persona Meleán, apoyando con su salario a sus padres, hermanos y sobrinos, cayendo en la pobreza cuando murió el padre obrero, mejorando con un nuevo empleo, licuado su sueldo por la hiperinflación (2017-2020), dejando la docencia para asumir la búsqueda de otros ingresos.

“Hay qué ver lo que es ser pobre en Maracaibo, caminar con 40 grados (centígrados) para buscar un transporte, sin electricidad, agua racionada y ganando 25 dólares”, el último salario mensual que tuvo como maestra antes de retirarse hace cinco años.

Y entonces llegó la pandemia de covid-19 limitando sus nuevas ocupaciones como oficinista o de clases particulares a domicilio. De ese golpe apenas se ha repuesto.

“Vivimos en una época en que los choques son más comunes -por eventos climáticos extremos, por ejemplo- y vemos mucha volatilidad económica, financiera, somos un mundo mucho más interconectado. Cualquier golpe en cualquier parte del mundo produce un contagio muy directo, son la nueva normalidad”, apunta Fernández.

Compradores se agolpan en busca de los mejores precios en el mercado callejero de Lo Valledor en Santiago de Chile. Los hogares urbanos que cabalgan la línea de pobreza son particularmente sensibles a la inflación en el rubro alimentos, y un choque como la pérdida de un empleo o un caso serio de salud puede devolverlos a una situación precaria que ya hubiesen superado. Imagen: Max Valencia / FAO

La pobreza cae en números

A partir de la década de los años 50 del siglo pasado, América Latina y el Caribe experimentó un rápido proceso de urbanización, convirtiéndose en una de las regiones más urbanizadas del mundo.

Actualmente, 82 % de la población vive en áreas urbanas, en comparación con el promedio mundial de 58 %, según el Pnud.

En las últimas dos décadas, la región avanzó en la reducción de la pobreza extrema y la pobreza en general. Aun con retrocesos desde 2014, se registró en el año 2022 su tasa de pobreza más baja (26 %), con ligeros descensos estimados para 2023 (25,2 %) y 2024 (25 %).

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) indica en su más reciente informe que la pobreza abarcaba en 2023 a 27,3 % de la población de la región, que sitúa este año en 663 millones de personas. Eso significa, precisa, que “todavía 172 millones de personas en la región no cuentan con ingresos suficientes para cubrir sus necesidades elementales (pobreza general)”.

Entre ellas, 66 millones no pueden adquirir una canasta básica de alimentos (pobreza extrema). Pero son cifras mejores, hasta en cinco puntos porcentuales, con respecto a 2020, el peor año de la pandemia, y 80 % del progreso se atribuye a los avances en Brasil, donde fueron determinantes las transferencias de recursos a los pobres.

La Cepal precisa que la pobreza es mayor en las zonas rurales (39,1 %) que en las urbanas (24,6 %), y que afecta más a las mujeres que a los hombres en edad laboral.

Pese a los avances “lo que también observamos es que la velocidad de reducción de la pobreza empieza a desacelerarse, disminuye a una velocidad mucho más baja. Es una primera preocupación, porque la región está creciendo menos”, dijo Fernández.

Recordó que las previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI) apuntan a un crecimiento económico promedio en la región de dos por ciento anual, “muy por debajo del promedio mundial. Así, seguir reduciendo la pobreza va a ser más difícil”.

Un cerro atestado de viviendas informales en el populoso barrio de Petare, en el este de Caracas. La concentración de la pobreza en esos aglomerados de las grandes ciudades latinoamericanas representa a la vez una oportunidad de concentrar programas para favorecer su superación, pero también un desafío en temas como inserción rápida en el mercado laboral o para la salud a causa del hacinamiento. Imagen: Humberto Márquez / IPS

Cambio de rostro

La proporción de personas pobres que viven en las áreas urbanas de la región aumentó de 66 % en el año 2000 a 73 % en 2022, y el cambio es más dramático entre quienes viven en situación de pobreza extrema, pues la proporción de los pobres extremos urbanos pasó de 48 a 68 % en el mismo período.

Con la traza anual de ese cambio, un análisis del Pnud constató que la pobreza urbana aumentó notablemente durante la crisis de las materias primas de 2014, -y también durante la pandemia-, “revelando que la pobreza urbana es más propensa a aumentar en tiempos de recesión económica que la pobreza rural”.

Se expone que el aumento del costo de vida tras la pandemia afectó más a los hogares urbanos, empujando a hogares hacia la pobreza y empeorando las condiciones de vida de aquellos que ya eran pobres.

Los hogares urbanos están más vinculados a la economía de mercado que los rurales, lo que los hace más vulnerables a las fluctuaciones económicas y a los cambios en el empleo que las acompañan.

Por contraste, los medios de vida rurales permiten a los hogares estrategias como la agricultura de subsistencia, la reasignación de trabajo, el apoyo de la comunidad o la venta de activos como el ganado, para hacer frente a los choques. Son opciones que los residentes urbanos generalmente no poseen.

Otro rasgo destacado en el nuevo rostro de la pobreza urbana es que suele concentrarse en asentamientos informales en las periferias de las ciudades, donde el hacinamiento y el acceso limitado a servicios básicos crean desafíos adicionales.

Así, en el caso venezolano, “los rasgos de pobreza y vulnerabilidad que destacan en la pobreza urbana tienen que ver con la precariedad de los servicios públicos y con la falta de oportunidades”, observó a IPS Roberto Patiño, fundador de la organización Convive, de promoción comunitaria, y de la asistencial Alimenta la Solidaridad.

Patiño considera que “el peso del costo de la vida y de la inflación es difícil que sea soportado por personas en situación de pobreza en las zonas urbanas como en las rurales, aun cuando en estas últimas el tema de alimentación puede ser menos grave”.

Ello porque en el medio rural “la gente tiene acceso al conuco (minifundio), a su propia siembra, y también, como son zonas productoras, los costos de los alimentos suelen ser menos altos que en la ciudad, pero los temas de salud y otros servicios como transporte, salud o educación, son muy precarios”, señaló el activista.

Patiño mencionó otra marca en el nuevo rostro de la pobreza, la de los millones de venezolanos que en la última década han migrado a otros países de América del Sur y los cuales “no se han recuperado de la pandemia, desde el punto de vista económico, con muchos de los migrantes viviendo en una situación precaria”.

Un adolescente prepara su tarea escolar al aire libre en la barriada Delmas 32 de Puerto Príncipe. La educación en América Latina y el Caribe ha logrado una gran cobertura, pero la superación de la pobreza exigen un salto de calidad, formando a los estudiantes para la transición digital y capacitando más a los trabajadores para posibilitar una mayor productividad. Imagen: Dominic Chávez / BM

Buscando soluciones

El Pnud plantea que abordar la pobreza en áreas urbanas y rurales requiere estrategias diferenciadas, pues políticas que funcionan en áreas rurales, como promover la productividad agrícola y mejorar el acceso a activos y mercados, no calzan poco con los apremios de los pobres urbanos.

Para ellos, en cambio, son preocupaciones relevantes el costo de la vivienda y la inflación en los alimentos.

Fernández dijo que “mucho de la política social que en la región se implementó hace décadas, y que continúa, se diseñó con la cara de una pobreza muy rural, de cómo se ayuda al sector agro, cómo se logra mayor productividad en el agro, cómo se cumplen necesidades insatisfechas básicas en lo rural”.

“Ahora lo que debemos transitar es una política social que se enfoque un poco más en las necesidades insatisfechas de lo que es la pobreza urbana”, apuntó.

Considera que “la urbanización permite otra serie de oportunidades. Al haber mayor aglomeración de personas permite por ejemplo más facilidad de acceso a servicios”, aunque puede haber también efectos negativos como una más difícil inserción en el mercado laboral o problemas de salud asociados al hacinamiento.


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Entre las soluciones, Fernández colocó en primer lugar la necesidad de mayor crecimiento económico “pues no vamos a poder reducir pobreza si no crecemos”.

Luego ubicó a la educación, buena en cantidad (cobertura), pero que ahora debe centrarse en la calidad, según la economista, para abordar la transición digital que está en marcha y la necesidad de mayor capacitación para los trabajadores.

Finalmente, en protección social -y pese al menor crecimiento y a una balanza fiscal más apretada en toda la región, reconoce Fernández- se debe invertir en proteger más a las personas, con políticas y medidas que incluyan por ejemplo temas de cuidados, empleabilidad, productividad y seguros.

“Ya no es suficiente con sacar a las personas de la pobreza; hay que pensar en el siguiente paso, continuar ese camino, que la población se pueda consolidar, con una clase media estable que tenga mecanismos para que en momentos de estrés o choque su consumo no tenga caídas fuertes”, dijo Fernández.

Es decir, para que quien ingrese al área de necesidades básicas cubiertas no tenga que deslizarse de nuevo, ante cada choque económico o de salud, por el tobogán de la pobreza.

ED: EG

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