CABACEIRAS, Brasil – La pequeña comunidad de Ribeira se destaca en el Nordeste, la región más pobre de Brasil. Aquí no hay desempleo. Uno de cada cinco habitantes vive directa o indirectamente de la Cooperativa de Curtidores y Artesanos de Cuero Arteza.
«Una idea tiene el poder de transformar tu mundo», dijo en tono filosófico Ângelo Macio, presidente de Arteza, recordando la creación de la cooperativa en 1998 bajo el impulso de un sacerdote neerlandés que ya no vive en la región.
«Se puede decir que llegas a la comunidad y no ves a un joven desempleado, todos trabajan en los talleres, tienen sus ingresos, crían a sus hijos, tienen sus casas, tienen su transporte. Todo viene de la actividad del cuero», acotó, mientras mostraba una sandalia hecha por uno de los artesanos de la cooperativa.
Es el caso Tarcisio de Andrade, de 29 años y miembro de la cooperativa desde hace siete. “Estoy casado y tengo un hijo. Mi esposa no trabaja, pero todos vivimos de mi trabajo en la Arteza. No pienso irme de Ribeira”, dijo mientras confeccionaba una sandalia.
La expansión de la cooperativa, que cuenta con la curtiduría, una tienda de insumos y herramientas, otras de venta de sus productos y el comercio en línea, impulsó la economía local. Al empezar la curtiduría procesaba 800 pieles por mes, luego subió a 12 000, un número que los socios nunca habían pensado alcanzar. Hoy son ya 20 000.
Los habitantes de Ribeira, unos 1700, parecen creer que todo es posible.
Antes no tenían estación de gasolina, ni comercios de varios rubros, ni farmacia. Con los ingresos generados por la cooperativa, ahora los hay y los vecinos no tienen que viajar 13 kilómetros hasta Cabaceiras, la ciudad cabecera del municipio de 5300 habitantes, de la que Ribeira es parte.
Energía solar, la palanca
El éxito de la cooperativa se debe en gran medida a la energía solar. En 2018 recibió del gobierno del estado de Paraíba, donde se ubica el municipio, los equipos por un monto de 58 728 dólares, con recursos del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (Fida).
Los ahorros obtenidos con los 170 paneles instalados fueron decisivos.
«La energía solar fue un hito en nuestra historia. Hoy estaríamos pagando solo en la curtiduría unos 10 000 reales (1755 dólares) en facturas de electricidad y ahora no superan los 600 reales (105 dólares). Con esto pudimos comprar dos nuevas máquinas que nos permitieron aumentar la producción y mejorar la calidad de los cueros», dijo Macio.
Desde entonces, no ha sido necesario aumentar el número de placas porque cuando se instalaron ya eran el doble de lo que se necesitaban entonces. Actualmente, con esta energía sería posible duplicar la producción y procesar 40 000 pieles.
El plan original preveía la instalación de paneles fotovoltaicos en el techo de la curtiduría, pero la junta directiva de la cooperativa tuvo una idea mejor: hacer un nuevo techo.
Con esto, aumentaron el área de secado de las pieles y aprovecharon para recolectar agua de las escasas lluvias, para el tratamiento de las pieles que consume mucha agua. A parte de la economía, el antiguo techo solo permitía que se secaran 300 pieles. Bajo los paneles solares es posible secar 2500.
Tradición de trabajo en cuero
En un principio, los 28 miembros fundadores de la Arteza contaron con el apoyo del Servicio Brasileño de Apoyo a la Micro y Pequeña Empresa (Sebrae), una entidad privada financiada a través de una contribución obligatoria de las empresas. Ahora los socios son 78 que benefician a unas 400 familias.
Toda la microrregión de Cariri, donde se ubica el municipio, y sobre todo Ribeira, tienen una larga tradición de trabajo del cuero.
El bisabuelo de Macio ya lo hacía, pero su producto era rústico y consistía principalmente en ropa gruesa, sombreros y utensilios de trabajo que los ganaderos utilizan para penetrar en la caatinga, el bioma predominante en el interior nordeste donde hay una gran cantidad de plantas espinosas.
La producción de la cooperativa evolucionó a partir de productos tradicionales debido a la disminución de la actividad ganadera extensiva y a que los jóvenes querían productos más modernos. La ropa de trabajo representa hoy al máximo 10 % del total.
Actualmente el buque insignia son las sandalias, que significan cerca de 60 % de la producción total, que comprenden también billeteras, bolsos femeninos y mochilas, el producto más caro, cuyo precio alcanza el equivalente a 150 dólares.
Al unirse a la cooperativa, los artesanos pueden comprar en ella los insumos como pegamento y herramientas, además de cuero a precio de costo. Aquellos que no son miembros y tienen otros proveedores pagan 40 % más en promedio. Los socios no necesitan preocuparse de las ventas, entregan el producto a la cooperativa que lo negocia con los comerciantes.
Cuando la cooperativa recibe el dinero de las ventas, se descuenta el valor de los insumos que los socios han retirado. Al final, a los socios les queda una utilidad de 30% en promedio.
Algunos artesanos, sin embargo, se mantienen fieles a los productos tradicionales. Este es el caso de José Guimarães de Souza, quien se especializó en la producción de curiosos «sombreros de cuerno».
Zé, como le conocen todos, no es miembro de la cooperativa, aunque su taller esté a 100 metros de ella. Aprendió el oficio de su padre, a quien reverencia con una foto junto a un crucifijo como si fuera un icono. Él compra la materia prima y vende sus sombreros a través de un comerciante local.
Los productos de las cooperativas se venden en tiendas de artesanías de todo Brasil, especialmente en las ciudades del Nordeste, donde la marca Arteza ya es reconocida. Por eso, con el apoyo del Sebrae, la cooperativa está trabajando para establecer la denominación de origen de los productos con el sello correspondiente, el próximo año.
«Mañana puede pasar cualquier cosa…»
Frente al taller de Souza, llamado «Artesanato do Zé – O rei do chapéu de chifre (cuerno)», un grafiti llama la atención. Dice: «Se avexe não que amanhã pode acontece tudo, inclusive nada» (No te preocupes, todo puede ocurrir mañana, incluso nada, em portugués). Es la primera estrofa de una canción popular local llamada «La naturaleza de las cosas«.
La curtiduría procesaba 16 000 pieles cuando comenzó la pandemia, lo que obligó a la cooperativa a suspender el trabajo durante más de seis meses. Ahora ha llegado a 20 000. Los ingresos de la cooperativa crecieron 70 %, incluyendo cuero y artesanías.
«El impacto de la pandemia fue muy grande. Fuimos casi hasta el fondo del pozo», recordó Macio. A finales de 2021, la cooperativa comenzó a promover sus productos a través de Instagram y otras redes sociales para vender en línea. Al principio, este tipo de ventas representaba alrededor de 20 % del total. Hoy ya está entre 35 y 40 %.
En Cariri no hay tanto cuero y la cooperativa se ve obligada a comprarlos en otros estados. Hoy el problema de la cooperativa es conseguir materia prima y mano de obra porque todos en la comunidad, sobre todo los jóvenes, tienen trabajo.
«La artesanía fue mi supervivencia, con ella he creado a toda mi familia sin tener que salir de mi querida tierra». Dijo José Carlos Castro, socio fundador de la Cooperativa y su expresidente. Actualmente trabaja en la curtiduría, realizando un trabajo pesado: quitar el pelo y partes con defecto de las pieles.
Sostenibilidad
Arteza es la única curtiembre que trabaja con productos naturales, como la corteza de anjico (Parapiptadenia rígida), un árbol autóctono en varios países sudamericanos. El curtimiento dura un mes. Si se utilizaran los productos químicos, como el cromo, solo tardarían dos días.
«Mantenemos un proceso natural para evitar daños ambientales y daños a las personas. El proceso natural está en nuestro ADN», explicó Macio. Pero surgen dificultades. Los árboles existentes en la región no son suficientes, aunque la cooperativa evita el consumo depredador.
Hace unos años, al quitar la corteza, el árbol se moría. Actualmente, se corta el árbol y este vuelve a brotar, y se puede volver a cortar después de cinco a seis años. De lo que se ha cortado se retira la cáscara, que se pasa por una trituradora y se coloca en tanques con agua donde libera el tanino.
Cuando ya no hay tanino, la corteza se utiliza como mantillo en la siembra de palma forrajera, un tipo de cactus utilizado para la alimentación animal en la estación seca.
El agua es tratada y desechada en la naturaleza y los palos sin cáscara de los anjicos se utilizan para cercas.
ED: EG