LA HABANA – Con cantos, bailes y toques de tambor, el grupo folclórico Madre de Agua representó una escena decimonónica de la esclavitud y una evocación a las herencias culturales y religiosas de origen africano, que han resistido en Cuba durante siglos y prevalecen hoy con fuerza, a pesar de los prejuicios aún existentes.
Ocurrido en la Plaza de Armas en el casco histórico de La Habana, este acto dancístico coronó el pasado 18 de agosto la inauguración del anual XVI Festival Internacional Timbalaye La Ruta de la Rumba, que continuará hasta el 31 de este mes de agosto en aras de salvaguardar la rumba, un género de música tradicional de raíces africanas.
Surgida en Cuba durante el siglo XIX, la rumba fue declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en noviembre de 2016, por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
Asimismo, es considerada la madre de numerosos ritmos y bailes latinos como la salsa, utiliza instrumentos de percusión y acompaña a todos los rituales religiosos de descendencia africana en esta nación insular caribeña.
“Fue magistral la forma en que esos africanos y sus descendientes pudieron mantener viva su identidad cultural, y cómo fueron creando una familia religiosa, que en la Cuba de hoy tiene tanta fuerza como la familia consanguínea”: Alberto Granado.
“Con la rumba se canta al sentimiento de las cosas que pasan en lo cotidiano, al amor, la sensibilidad, los problemas que nos suceden”, dijo a IPS el bailarín folclórico y director del festival Ulises Mora.
A Tomasa, una anciana habanera espectadora de la coreografía, le gusta bailarla.
“Antes se sentía más discriminación hacia ese género musical, porque había mucha ignorancia. Ahora todo el mundo lo baila: el blanco, el chino y el negro”, comentó a IPS.
La influencia de la cultura africana en la identidad de los cubanos no solo se percibe a través de la rumba, sino también en otras muchas expresiones.
Para Alberto Granado, director de la Casa de África, museo con una vasta colección etnográfica del tercer continente más extenso, la herencia africana se contempla en la vida diaria del cubano: en la gesticulación al hablar, la forma de caminar e incluso en la alimentación, por ciertos condimentos y recetas.
“Está en la mirada, en la forma de caminar, de sentir, en el sentido de independencia, en esa libertad del alma, de resiliencia, de resistencia, pero también en el fervor de ser cubano. Todos somos distintos, pero somos una misma cosa”, afirmó, por su parte, Mora.
Resistencia cultural
“Fue magistral la forma en que esos africanos y sus descendientes pudieron mantener viva su identidad cultural, y cómo fueron creando una familia religiosa, que en la Cuba de hoy tiene tanta fuerza como la familia consanguínea”, explicó el especialista Granado en diálogo con IPS.
Añadió que muchos de esos elementos que resultan actualmente religiosos, en África no eran sino parte de la vida cotidiana, de las aldeas donde vivían.
A las personas esclavizadas –jóvenes de un promedio de 20 años– solo “les interesaba recordar lo poco que les quedaba en su mente, que les habían transmitido sus antepasados”, afirmó Granado.
Mediante la educación familiar, la memoria identitaria sobrevivió tras siglos de esclavitud, ocultándose de la luz pública y enmascarándose detrás de los íconos del catolicismo.
Aquella práctica provocó un sincretismo religioso entre las creencias europeas y africanas, e incluso una transculturación entre diferentes grupos étnicos de África occidental, como, por ejemplo, entre bantúes (originarios de los actuales Camerún, el Congo, Angola y Sudáfrica) y yorubas, de algunas zonas de Nigeria y Benín.
Al fin y al cabo, un millón 300 000 personas procedentes de distintas culturas y regiones arribaron a la isla forzados por la trata entre los siglos XVI y XIX.
Las costumbres ancestrales fueron preservadas, además, gracias a los llamados Cabildos de Nación, asociaciones de personas esclavas o “negros libertos” que se formaron a partir del siglo XVI.
Dichas instituciones fueron permitidas por las autoridades españolas como un instrumento de control hacia las poblaciones afrodescendientes. Un espacio “idílico” donde sus miembros podían socializar entre ellos y practicar sus tradiciones, además de acumular dinero para costear la liberación de algún integrante esclavizado.
Tras ser abolida la esclavitud en Cuba en 1886, los cabildos afrocubanos fueron transformándose en casas de santos que siguieron resguardando su cultura de resistencia, algunas más visibles y otras no tanto, en dependencia de la época.
“Durante el siglo XX, aunque eran permitidas, tampoco eran bien vistas. Después de 1959 (cuando el triunfo de la revolución cubana), con un nuevo proceso social y político, con el tiempo se fueron viendo de una manera diferente”, argumentó Granado.
La creación del Instituto Nacional de Etnología y Folklore, en 1961, encargado de la investigación científica, y del Conjunto Folklórico Nacional, en 1962, orientado a rescatar y rehabilitar las raíces dancísticas y musicales afrocubanas, sirvieron de base para empoderar aquella herencia africana.
Aún existen algunos cabildos en la isla con la función de preservar ciertas tradiciones, como el Cabildo de los Congos, en el pueblo de Santa Isabel de las Lajas, ubicado en la provincia centrosureña de Cienfuegos, a unos 200 kilómetros de la capital.
En esta institución religiosa-cultural, que data de 1886, se venera a la deidad Masamba, que sincretiza en la religión bantú con San Antonio de Padua, un santo del catolicismo que, a su vez, representa a Oggún para la religión yoruba y simboliza los hierros, la fuerza y la violencia, entre otros elementos.
Es el único lugar en Cuba con la ceremonia del Toque de Makuta, un baile casi extinto en el que una persona se mueve con la bandera nacional por cada puerta y ventana del cabildo para ahuyentar a los malos espíritus.
“No se permite que se baile otra cosa. Los otros cantos y bailes ocurren en el portal o en la calle. Dentro del local, no se puede”, afirmó Maria Elaine Hernández, la líder del cabildo.
Prejuicios con trasfondo racista
Aunque la revolución de 1959 adoptó políticas públicas y transformaciones sociales relacionadas con la igualdad de oportunidades y la equidad, persisten prejuicios y un menosprecio hacia la herencia cultural africana.
“No tanto prejuicio, como racismo, porque muchas personas están creyendo más que nunca en la religión yoruba”, opinó a IPS Yordanka Venegas Quillas, residente en La Habana.
El bailarín Mora, el director del festival, considera que son prejuicios aislados de la ciudadanía, y no sistémicos.
En noviembre de 2019, el gobierno aprobó el Programa nacional contra el racismo y la discriminación racial, el cual fue concebido como una política pública de superación de desventajas asociadas al color de la piel y que propone actuar sobre las causas del racismo de manera multidimensional.
Para su implementación y seguimiento, labora una comisión nacional encabezada por el presidente, Miguel Díaz-Canel, y compuesta por 37 representantes de ministerios, entidades, instituciones nacionales, así como de organizaciones de la sociedad civil.
De acuerdo a un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), entre los países latinoamericanos Cuba es el segundo con más habitantes afrodescendientes. Solo lo supera Brasil y le siguen Colombia, Costa Rica, Panamá, Ecuador, México, Venezuela y Perú, en un listado que no incluye a las naciones caribeñas que no son hispanohablantes.
Alrededor de 35 % de los entonces 11,2 millones de habitantes del archipiélago (al cierre de 2023 la población efectiva es de unos 10 millones) se reconocieron como personas mestizas o negras, según el último Censo de Población y Viviendas de este país insular caribeño, realizado en 2012.
El censo estableció en su metodología que la persona encuestada es quien se adscribe a algún grupo étnico, siguiendo la práctica estándar internacional.
También le pueden interesar:
Afrofeministas en Cuba sobresalen por impulso a agenda contra el racismo
Programa contra discriminación racial en Cuba necesita más impulso
Esa autodefinición de los propios censados sobre el color de piel y la identidad atenta contra el registro real de los afrodescendientes en Cuba y en general en América Latina y el Caribe, critican especialistas locales en el tema, quienes consideran que la cifra debe ser mucho mayor.
Si bien puede existir este problema de autorreconocimiento respecto al color de la piel, no necesariamente refleja un desapego hacia las costumbres y religiones de origen africano, que cada vez se ven más representadas por personas blancas y asimiladas como parte de la identidad cubana.
Como dijo el ya fallecido etnólogo y antropólogo cubano Fernando Ortiz: “Sin el negro, Cuba no sería Cuba”.
ED: EG