LA HABANA – El empleo informal en Cuba es una realidad subyacente. Sin cifras oficiales, pero ostensible, brota en el mercado laboral del país entre quienes buscan mejores ingresos en un contexto de crisis económica y bajos salarios.
“No hay casi opciones de trabajo para los jóvenes. Alternativas legales de trabajo efectivo, que den dinero de verdad”, dijo a IPS Amalia, de 19 años, quien pidió mantener anónimo su nombre real.
La joven estuvo su último año compaginando su carrera universitaria con largas jornadas de camarera en bares y restaurantes, sometida bajo la informalidad que propicia la falta de un contrato a la explotación laboral, el acoso sexual de jefes o clientes, y más que nada, el miedo a perder su empleo.
“No tienes ningún tipo de seguridad. Pueden despedirte por cualquier cosa. ¿Y a quién le vas a reclamar? Si no te gusta, recoge tus matules (pertenencias) y ve a otro lugar que se acomode a tus exigencias. El jefe es el señor todopoderoso”, aseguró.
Para las autoridades cubanas, la informalidad laboral incluye a aquellas personas que realizan una actividad remunerada sin tener un contrato de trabajo ni protección de la seguridad social, siempre y cuando ella sea legal y pueda formalizarse, dijo Ariel Fonseca, director de Empleo del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS), en un programa televisivo sobre el tema emitido en abril.
“El empleo informal es una distorsión que estamos obligados a atender, deben verlo a escala local los Consejos de Administración Municipal y los trabajadores sociales en las comunidades”: Ariel Fonseca.
Los países latinoamericanos difieren sobre el concepto de la informalidad. No obstante, la mayoría considera del sector informal a los trabajadores por cuenta propia sin respaldo jurídico y empleadores cuyas empresas no están constituidas legalmente, según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
Un trabajador informal puede exponerse a ingresos fluctuantes, falta de garantías de estabilidad a largo plazo, limitación de derechos laborales, explotación, discriminación, acoso sexual, despidos ante casos de enfermedad o embarazo; en general, un marco amplio de desprotección.
El fenómeno se ha reforzado con la agudización de la crisis económica en este país insular caribeño, el aumento de la inflación y la irrupción en los últimos años del sector privado.
Una gran diferencia de Cuba con respecto a algunos países de la región, reside en que los honorarios que ofrece el sector informal, por más inconvenientes que los acompañen, suelen ser muy superiores a los del empleo formal.
Sobre todo, con respecto al del sector estatal, donde laboran dos tercios de los 4,5 millones de las personas ocupadas (de una población total de 11, 1 millones), según las últimas cifras de la Oficina Nacional de Estadística e Información (Onei).
El salario medio mensual de las empresas estatales es de 4856 pesos, equivalente a unos 40 dólares según la tasa oficial de un dólar por 120 pesos, y se torna en unos 15 dólares al cambio en el mercado informal de divisas.
El salario mínimo es de 2100 pesos (17,5 dólares al cambio oficial), similar al costo en los mercados comerciales de un cartón de 30 huevos o de 10 libras (4,5 kilos) del arroz, aunque el subsidiado y racionado por el Estado tiene un valor muy inferior.
El “juego” del trabajo informal
Alejandro Candelaria, de 26 años, lleva cinco años trabajando informalmente. Entre 2018 y 2020, laboraba una jornada regular en una empresa estatal de servicios de ascensores, mientras de 8:00 a 12:00 de la noche fungía como promotor del bar Elegguá, repartiendo papelillos publicitarios a turistas en las calles del casco histórico de La Habana.
“El pago era como un juego”, dijo a IPS. Había dos equipos y el que lograra invitar a más clientes al final del día, cada uno de sus integrantes ganaba 17 dólares. Los perdedores, solo tres. Sin embargo, Candelaria ingresaba al mes 10 veces más que con su empleo en la empresa de ascensores.
Luego, Candelaria laboró en una pequeña empresa vendiendo dulces, esta vez con un contrato que declaraba 44 horas a la semana, el máximo permitido por la ley, pero que en realidad era de 8:30 de la mañana a 12:00 de la noche, dos días seguidos y dos de descanso. “No tenía ni horario de almuerzo”, expresó.
Eso sí, ingresaba un mínimo de 1000 pesos diarios, 8,3 dólares.
De allí pasó a un café de la que calificó como una italiana “déspota”, que a la primera equivocación de sus subordinados, les descontaba del salario (una comisión de 10 % de las ventas diarias, a repartir entre todos los empleados) o simplemente les decía “para tu casa”, de forma definitiva.
El lado negativo del estatus informal no solo se remite a excesivas jornadas o pagos irregulares, sino también a la percepción cosificadora de los empleadores hacia sus “recursos humanos”. Las mujeres lo sufren más.
Amalia vivió cómo los jefes maltrataban más o despedían con mayor facilidad al personal femenino, además de imponerles uniformes que exponían sus cuerpos y que aguantaran las “bromas” sexuales de los clientes.
“Una vez, el gerente me dijo al segundo día de haber empezado: ‘¿Con ese pelito corto cómo te agarran por el pelo?’. Sentí una vergüenza, una sensación tan incómoda”, recordó.
IPS consultó a varios dueños de negocios privados de ventas minoristas sobre sus criterios de selección de las empleadas. La mayoría fue tajante: que sean jóvenes, con “buena presencia”, no tengan hijos ni piensen en tenerlos; o incluso, que novios o familiares no las visiten en el trabajo.
Sin datos, no habrá soluciones
En Cuba no existen estadísticas precisas sobre el trabajo en la informalidad. A pesar de ello, el funcionario del MTSS declaró que este fenómeno en el país “no se acerca a los altos niveles de empleo informal observados en muchos países de América Latina”.
De acuerdo a un estudio elaborado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), a mediados de 2023 el índice promedio de empleo informal en la región era de 48 %. La investigación tomó de muestra a 11 países, entre los cuales no estuvo Cuba.
Pocas cifras de este archipiélago se equiparan: la mayoría de los trabajadores informales son jóvenes y las mujeres representan menos de 30 %. Y se ha observado una mayor concentración de informalidad en el sector agropecuario y en el sector no estatal de la economía, agregó Fonseca.
Por otra parte, aproximadamente 82 de cada 100 personas cuidadoras son mujeres, si bien la mayoría de ellas no recibe remuneración alguna por su labor porque es familiar de los beneficiados.
Cuba dispone de siete millones de personas en edad laboral, que comienza a los 17 años y llega hasta los 60 para las mujeres y los 65 para los hombres. Sin embargo, solo cuatro millones 590 600 conforman la población económicamente activa. La cifra del grupo restante, aparentemente desinteresado en trabajar formalmente, podría encontrarse en el sector informal.
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Fonseca afirmó que, a diferencia de otros países, muchos cubanos entran en una situación de informalidad de manera voluntaria, pues podrían legalizar su estatus y tributar a la seguridad social.
Sin embargo, los empleadores en múltiples casos optan por evitar contratos para eludir responsabilidades tributarias o de cumplimiento de derechos laborales.
El reto de las autoridades consiste en formalizar esas relaciones entre empleador y empleado, y en atenuar las causas económicas que empujan a las personas a someterse a un régimen informal.
Para finales de este año, el gobierno tiene previsto actualizar el vigente Código de Trabajo con el propósito de enfrentar el trabajo informal.
Para ello será necesario contar con cifras certeras sobre el problema. Con ese objetivo, la Onei ha realizado entre abril y junio la Encuesta Nacional de Ocupación en 60 000 hogares, que debe proporcionar información relevante sobre el panorama laboral del país.
“El empleo informal es una distorsión que estamos obligados a atender, deben verlo a escala local los Consejos de Administración Municipal y los trabajadores sociales en las comunidades”, sentenció Fonseca.
ED: EG