SANTIAGO – El mes de junio se despide y deja un panorama mundial dominado cada vez más por intereses geopolíticos que obligan a los gobiernos de América Latina a diversos grados de alineamiento o inserción internacional, con el telón de fondo de una renovada Guerra Fría que transcurre a la grupa de la crisis del multilateralismo.
El domingo 25, ante la rebelión del grupo Wagner contra el gobierno de Rusia, los presidentes de Venezuela, Nicolás Maduro, y de Nicaragua, Daniel Ortega, emitieron mensajes de respaldo y solidaridad para “el compañero Vladimir Putin” y calificaron de terrorista la acción de los mercenarios encabezados por el millonario Yevgueni Prigozhin.
Ese mismo día, el progresista Bernardo Arévalo daba la sorpresa en las elecciones presidenciales de Guatemala, al clasificar para la segunda vuelta junto a la conservadora Sandra Torres, en unos comicios que se preveían controlados por la derecha donde las encuestas no le daban ninguna chance.
La 53 Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) culminó el día 23 en Washington sin acuerdos trascendentales, y con la ausencia de los cancilleres de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Honduras y México, en una clara manifestación de cuestionamiento al papel actual de la entidad hemisférica y a su secretario general, el uruguayo Luis Almagro.
Pocos antes, el sábado 17, finalizaba en La Habana la gira del presidente de Irán, Ebrahim Raisí, por Venezuela, Nicaragua y Cuba, precisamente los tres países que están excluidos o autoexcluidos de la OEA y que comparten con Teherán la condición de enemigos de los Estados Unidos.
El factor China
El 12 de junio la presidenta de Honduras, Xiomara Castro, se reunió en Beijing con el presidente chino Xi Jinping, para firmar una serie de acuerdos de cooperación y ayuda. Ambos países abrieron relaciones diplomáticas en marzo, en un nuevo avance de la política de China de extender su influencia en América Central y aislar diplomáticamente a Taiwán.
Una semana antes, en una reunión de la subcomisión para el Hemisferio Occidental de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, el Departamento de Estado recibió críticas de la oposición republicana por la política hemisférica del gobierno demócrata.
“Es mi opinión que el presidente Joe Biden ha aprovechado todas las oportunidades para ignorar a nuestros aliados en América Latina», dijo la congresista María Elvira Salazar, quien presidió la audiencia, según reportó la Voz de América.
Otros representantes republicanos acusaron al gobierno demócrata de pasividad ante un gobernante “socialista” como el colombiano Gustavo Petro y ante la “corrupta” administración argentina de Alberto Fernández, y reclamaron apoyo para los gobiernos de Guatemala, República Dominicana y El Salvador.
Las políticas estadounidenses hacia la región se han concentrado en los temas migratorios y marcan continuidad de Donald Trump a Biden en lo que respecta a las sanciones contra Cuba, Venezuela y Nicaragua, mientras la declarada guerra comercial contra China no registra avances, y más bien retrocesos en los mercados latinoamericanos.
El comercio chino con América Latina que ascendía a 12 000 millones de dólares en el año 2000, aumentó a más de 430 000 millones de dólares en 2021 y hoy por hoy China es el principal socio comercial de las cuatro mayores economías de Sudamérica: Brasil, Argentina, Colombia y Chile.
Ucrania: paz y no armas
La guerra ruso-ucraniana ha sido también un campo de ensayo para que Estados Unidos, principal actor de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), pueda calibrar su influencia en la región, otrora una estrecha aliada en temas militares.
Si bien la mayoría de los gobiernos latinoamericanos condenaron la invasión de Rusia a Ucrania en la Asamblea General de Naciones Unidas, no prestaron oídos a las demandas de Washington de apoyar con armamentos a Kiev e ignoraron las ofertas de Biden de reemplazarles el armamento ruso que entregaran por modernas armas estadounidenses.
Las negativas más tajantes a ese respecto fueron las del colombiano Petro, el argentino Fernández y el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, quienes manifestaron que están por la paz y no por un escalamiento del conflicto.
Ya hace un año se evidenciaron factores de distanciamiento entre Estados Unidos y América Latina, con ocasión de la novena Cumbre de las Américas, que tuvo lugar en Los Ángeles entre el 6 y el 10 de junio de 2022.
El gobierno de Biden, como organizador, excluyó de esa reunión a Cuba, Nicaragua y Venezuela. Como protesta, se abstuvieron de asistir los presidentes Manuel López Obrador, de México, y Luis Arce, de Bolivia, y la presidenta de Honduras, Xiomara Castro.
El movedizo escenario latinoamericano de junio tuvo como preámbulo a finales de mayo la cita de doce gobernantes que organizó en Brasilia el presidente Lula, con el objetivo de reactivar Unasur (Unión de Naciones Sudamericanas), que significó el regreso de Colombia a esa instancia y una suerte de rehabilitación diplomática de Venezuela.
Maduro llegó a ese encuentro precedido de una recuperación económica gracias al aumento de las exportaciones petroleras por la guerra en Ucrania, del fracaso del proyecto del gobierno paralelo opositor que encabezó Juan Guaidó, de la normalización de las relaciones con Colombia y de un acuerdo con el la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos de monitoreo de la situación de las libertades fundamentales en Venezuela.
La discrepancia que el presidente chileno Gabriel Boric planteó ante la mayoría de sus pares sudamericanos, en cuanto a mantener una postura crítica ante el gobierno de Maduro por la situación de los derechos humanos, evidenció fisuras en lo que algunos consideran un bloque de izquierda en América Latina.
En el escenario de influencias geopolíticas e intereses comerciales no es fácil abrir un espacio ancho a los derechos humanos y las críticas en esta materia alcanzan tanto a los incondicionales de Estados Unidos como a los que buscan alianzas con Putin, China o con el gobierno teocrático de Irán y su represión a los derechos de las mujeres.
No obstante, en la región se asiste hoy a un ciclo progresista, que plantea un giro con respecto a tres años atrás, cuando gobiernos conservadores y derechistas daban vida con la bendición de la secretaría general de la OEA al Grupo de Lima, hoy desaparecido.
El protagonismo que ha ganado Brasil con Lula podría redundar en una mayor adscripción latinoamericana a esfuerzos para poner en cuestión el actual orden económico internacional con sus respectivas implicaciones políticas.
No en vano, México aspira también a ser parte de las grandes economías emergentes que hoy se agrupan bajo el acrónimo de los BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que en agosto próximo tendrá su cita cumbre en este último país.
¿Cuánto durará este ciclo progresista? ¿Prosperarán los intentos de levantar una divisa alternativa al dólar? ¿Habrá un renacer potente y efectivo del no alineamiento? Son preguntas abiertas, de las cuales América Latina es parte.
ED: EG