NAIROBI – Elizabeth Njoroge relata como su infancia en la aldea de Ting’ang’a, en el centro de Kenia, la vivió con una dieta rica en calabaza y amaranto, un seudocereal con alto valor proteico.
Esta mujer de 45 años habla de la vergüenza que sintió cuando sus vecinos descubrieron la frecuencia con la que su familia consumía alimentos asociados a hogares pobres y con inseguridad alimentaria extrema.
“El amaranto (Amaranthus spp) crecía como la mala hierba. A menudo nos colábamos en las granjas de otras personas para recoger la verdura porque solo los pobres comían terere (plato con amaranto) y solo los bebés comían calabaza. Comer calabaza en una familia se consideraba un signo de su pobreza», contó Njoroge a IPS.
Actualmente, Zachary Aduda, investigador independiente en seguridad alimentaria, dice que la comprensión y el aprecio de la gente por los alimentos indígenas está en aumento.
“Los alimentos nativos que antes se consideraban solo aptos para los más pobres y vulnerables se han comercializado debido a su documentado alto valor nutricional. Entre ellos está el amaranto, que también neutraliza verduras consideradas amargas, como la belladona negra (Atropa belladona), conocida localmente como osuga”, explicó a IPS.
Pero, se lamenta, mientras Kenia lucha por librarse de las garras de la sequía más grave de los últimos 40 años, los alimentos autóctonos no se han utilizado lo suficiente para frenar el ritmo y la propagación de la inseguridad alimentaria y, más aún, en las zonas áridas y semiáridas del país.
La sequía ha provocado que se considere que se considere que este país de África oriental de más de 55 millones de personas está en grave situación de inseguridad alimentaria, con graves vulnerabilidades nutricionales que conducen a altos niveles de malnutrición y pobreza.
El último Panorama Mundial sobre la Seguridad Alimentaria de Naciones Unidas indicó que hasta enero de este año el número de personas que padecen hambre en Kenia podría alcanzar los 4,4 millones y que se proyecta que 1,2 millones de personas han entrado en la fase de emergencia y necesitan ayuda alimentaria urgente.
Con ese contexto crítico, el potencial de los cultivos y las especies vegetales autóctonas para combatir el hambre sigue sin explotarse. Kenia, al igual que la mayor parte del mundo, depende en gran medida de tres cultivos: el maíz, el trigo y el arroz.
Las investigaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) muestran que estas tres especies cubren aproximadamente 50 % de las necesidades mundiales de proteínas y calorías.
Hellen Wanjugu, agricultora del sureño condado de Nyeri, una de los centros agrícolas de Kenia, afirma que los cultivos y especies vegetales autóctonos no solo son muy nutritivos, sino que pueden soportar los continuos cambios extremos en los patrones climáticos.
Por ejemplo, el amaranto: “Es fácil de cultivar, madura rápido y, cuando se cocina, es muy rico en nutrientes como calcio, manganeso, vitamina A, vitamina C, ácido fólico, hierro, zinc y potasio”, subrayó en un diálogo con IPS.
La producción de maíz, trigo y arroz se tambalea bajo la presión del cambio climático extremo y las plagas. Según el Ministerio de Agricultura, el tamaño de la superficie cultivada con maíz ha disminuido aproximadamente una cuarta parte en los últimos años, un hecho alarmante ya que el maíz es un cultivo alimentario básico.
El investigador Aduda habla de esfuerzos inadecuados para apoyar las intervenciones de resiliencia en torno a la producción de alimentos autóctonos. Afirma que se presta demasiada atención a los fertilizantes y muy poca o ninguna a las dificultades de los agricultores para acceder a las semillas autóctonas y multiplicarlas.
“Cada grupo étnico de Kenia presume de sus propios cultivos y hortalizas tradicionales acordes con el clima de su región. Pero hay un problema: nuestros pequeños agricultores, que son la columna vertebral de nuestro sistema alimentario, no pueden acceder fácilmente a las semillas autóctonas que necesitan con tanta urgencia», afirmó.
Los pequeños agricultores de Kenia aportan al menos 70 % de la producción del país, y su producción combinada satisface aproximadamente a 75 % de las necesidades alimentarias nacionales, según datos del gobierno.
Pero la gran mayoría de estos agricultores dependen de un sistema informal de semillas.
“Tradicionalmente, guardar y compartir semillas entre los agricultores era una práctica muy normal y común. De esta manera, los agricultores controlaban en gran medida el sistema de semillas, y podían cultivar especies nativas y promover nuestra biodiversidad agrícola hasta que entró en vigor una ley que lo prohibía en 2012”, dijo la agricultora Wanjugu.
La Ley de Semillas y Variedades Vegetales 326, vigente desde 2012, se estableció originalmente para proteger a los agricultores de ser engañados comprando semillas no registradas o no certificadas. Las semillas no certificadas suelen ser de bajo rendimiento y sucumben fácilmente a los cambios climáticos y a la infestación de plagas.
Pero la Ley de 2012 también prohíbe tajantemente vender, intercambiar y compartir semillas autóctonas en Kenia. La violación de esta ley puede acarrear hasta dos años de cárcel, una multa de hasta 10 000 dólares o ambas cosas.
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Un grupo de agricultores ha presentado ante los tribunales un litigio de interés público para que se modifique la ley de semillas y se permita guardar y compartir semillas autóctonas con el fin de impulsar la producción de alimentos nativos.
En la actualidad, los agricultores deben comprar semillas cada temporada de siembra, lo que ha puesto el coste de los insumos agrícolas fuera del alcance de muchos campesinos.
Wanjugu afirma que la ley de semillas ha retirado el control de las semillas de manos de los agricultores y lo ha dejado en manos de las corporaciones alimentarias transnacionales, que poco a poco dictan lo que los agricultores pueden cultivar debido a los altos precios de las semillas.
“Como resultado, las hortalizas exóticas (a la tradición alimentaria keniana), como las coles y la col rizada, representan ahora cerca de tres cuartas partes del total de hortalizas que se consumen en Kenia, añadió.
Según la agricultora, esto concuerda con las investigaciones de la ONU que muestran que, aunque se han documentado más de 7000 plantas silvestres en todo el mundo, cultivadas o recolectadas, menos de 150 de estas especies se han comercializado. De estas especies silvestres, solo 30 cubren las necesidades alimentarias mundiales.
“Hoy en día, instituciones y organizaciones de prestigio, como la FAO, ofrecen recetas de alimentos de especies autóctonas. Las especies autóctonas saben mucho mejor que las exóticas y son más nutritivas, pero los agricultores carecen de la capacidad necesaria para recurrir a ellas para satisfacer nuestras necesidades alimentarias», subraya.
Aduda, el experto en seguridad alimentaria, muestra su preocupación por la reciente entrada de Kenia en la era de los organismos genéticamente modificados (OGM) en la producción agrícola, tras el levantamiento de una prohibición de 10 años, que según él aleja cada vez más al país de los problemas críticos a los que se enfrentan los agricultores.
Subraya que el uso de semillas y conocimientos autóctonos, el apoyo a los agricultores para superar el estrés hídrico, el despliegue de suficientes agentes de extensión agraria, como hace muchos años, y la mejora de la conectividad entre la granja y el mercado son las claves para construir una nación con seguridad alimentaria.
T: MF / ED: EG