Campesinas peruanas lideran emprendimientos para la seguridad alimentaria

Este artículo integra la cobertura de IPS sobre el Día Internacional de las Mujeres Rurales, el 15 de octubre.

La agricultora Lourdes Barreto al interior de su fitotoldo, un huerto tipo invernadero, en el poblado rural de Huasao, en el municipio de Oropesa, en las elevadas altitudes del departamento de Cusco, en el sur de Perú. Ella muestra orgullosa sus lechugas moradas, producidas con abonos naturales y técnicas agroecológicas. Foto: Mariela Jara / IPS

CUSCO, Perú – Lourdes Barreto tiene 47 años y el convencimiento de que como mujer rural agroecológica ha mejorado su vida y la de la pachamama. “Me quiero a mi misma como a la madre tierra y he aprendido a valorarnos a nosotras dos”, dice en su campo de cultivo en el poblado de Huasao, en el departamento de Cusco, en el sur de Perú.

Cuando se conmemora el Día Internacional de las Mujeres Rurales, el 15 de octubre,  destinado a reconocer su aporte al desarrollo rural, la erradicación de la pobreza y la seguridad alimentaria, la historia de Barreto evidencia las dificultades que son parte del día a día de este sector de la población, y su capacidad de lucha para enfrentarlas.

“Yo me quedé huérfana a los seis años y me adoptaron unos señores que no me han criado como familia, no me han educado y solo me hacían pastar su vaca. A los 18 años tuve mis hijos y mala vida llevé con mi esposo, me pegaba, me celaba. Decía que solo él trabajaba y no me daba dinero para la casa”, recordó en su huerto con fitotoldo (tipo invernadero) en Huasao, con unas 200 familias, durante la visita de IPS a la comunidad.

Incursionar en capacitaciones sobre el manejo agroecológico hace cuatro años por insistencia de su hermana que le cedió un terreno, fue un punto de inflexión para los cambios sustanciales en su vida.

De las casi 700 000 mujeres productoras rurales que se estima que hay en Perú, según el último Censo Nacional Agropecuario del 2012, menos de 6 % ha logrado acceder a la capacitación y asistencia técnica.

“He aprendido a valorarme y quererme como persona, a organizar mi familia para no tener tanta carga de trabajo. Y otra cosa ha sido cuando empecé a cultivar en el terrenito, me daba para comer de la chacra (terreno de cultivo) a la olla como se dice, y para tener mi platita”, relató esta madre de tres hijos de 27, 21 y 19 años.

Algo que valora mucho es haber conseguido “conciencia agroecológica” como llama a su convicción de que la producción agrícola debe erradicar el empleo de insumos químicos porque “la pachamama, la madre tierra, está cansada de tanto que le matamos sus microorganismos”.

“Mi bocashi (abono natural) lo preparo yo misma con el estiércol de mi ganado. Y fumigo también sin químicos”, afirmó con orgullo. Y continuó: “hago una mezcla con ceniza, con rocoto (ají peruano), con cinco cabezas de ajos y cinco de cebolla, más un poco de jabón de ropa”.

“Antes lo molía con el batán (método preinca que emplea piedras para triturar alimentos) pero ahora lo meto todo a la licuadora para ganar tiempo, lleno dos litros en la mochila y salgo a fumigar de forma natural”, detalló sobre su fabricación y uso de la ecofumigación.

Los años 2020 y 2021 en que la pandemia de covid impulsó a muchos gobiernos municipales de zonas rurales a organizar ferias de alimentos, que se convirtieron una oportunidad para Barreto y otras campesinas para dar a conocer su producción agroecológica.

Lourdes Barreto se inició como productora agroecológica hace cuatro años, lo que mejoró su vida, en muchos aspectos, incluido el familiar. En la imagen (I), en la feria sabatina al aire libre de Huancaro, en la ciudad de Cusco, con el mandil verde que la identifica como socia de la Asociación Provincial de Productoras Agroecológicas de Quispicanchi. Foto: Cortesía de Nadia Quispe

“Vendí vainitas, zapallito italiano, lechugas de tres variedades, brócoli, coliflor, zanahoria, cebollita china, culantro, perejil…” enumeró haciendo un alto para tomar aire y mirar a su alrededor por si se le olvidaba alguna de sus hortalizas que comercia en la ciudad de Cusco, a hora y media de distancia de su comunidad, y en Oropesa, su cabecera municipal.

Otro beneficio menos tangible de su actividad agroecológica es la mejora de la relación con su esposo, cuenta, porque ella ganó seguridad con la venta de sus cultivos, en que la  han apoyado sus hijos. Ahora su esposo también la ayuda en el huerto y el ambiente familiar es bueno.

Barreto, junto con 40 productoras de seis municipios, es parte de la Asociación Provincial de Productoras Ecológicas de Quispicanchi, conocida como APPEQ por su sigla. Se trata de una organización productiva y de promoción de sus derechos formada en el 2012.

Los seis municipios participantes son Andahuaylillas, Cusipata, Huaro, Oropesa, Quiquijana y Urcos, todos situados en las zonas de las alturas de los Andes del departamento de Cusco, entre los 3100 y los 3500 metros sobre el nivel del mar, y con una población quechua y campesina que vive de la agricultura familiar.

La capacitación para fortalecerse como organización es parte de las actividades de la Asociación Provincial de Productoras Ecológicas de Quispicanchi. Maribel Palomino, su presidenta, la segunda de la derecha con una vincha en la cabeza, interactuando con sus compañeras en el taller realizado el 28 de setiembre de 2022. Foto: Mariela Jara / IPS

Contagiar la agroecología

La presidenta de la organización APPEQ, Maribel Palomino, de 41 años, también es productora.

Vive en el poblado de Muñapata, parte de Urcos, donde ha podido sembrar y cosechar en áreas cedidas por su padre. Madre de Jared, de nueve años, su meta es que la organización y sus productos que las campesinas comercian bajo la marca colectiva Pacharuru (frutos de la tierra, en quechua) sean conocidos en todo Cusco.

“Yo reconozco y agradezco la capacitación que recibimos de la institución Flora Tristán para hacer este camino propio como mujeres productoras agroecológicas que es bien distinto del que tuvieron nuestras madres y abuelas”, declaró a IPS en el intermedio de un taller de capacitación de la asociación que preside realizado en la ciudad de Cusco.

El  Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán disemina prácticas ecológicas en la producción agrícola en combinación con el empoderamiento de las mujeres en comunidades campesinas, en áreas rurales remotas y postergadas de este país de 33 millones de habitantes, donde 18 % es rural según el Censo Nacional de Población 2017.

Ahora, agregó Palomino, “nosotras somos parte de una generación que está liderando cambios que no solo son para la mejoría de nuestros hijos o de la familia, sino de nosotras mismas como personas y mujeres productoras”.

Palomino se refirió a las desigualdades que todavía hoy, en pleno siglo XXI, limitan el desarrollo de las mujeres del campo peruano.

“Sin educación, siendo mamás en la adolescencia, sin tierras a su nombre sino del esposo, sin oportunidad de salir a aprender y capacitarse es muy difícil ser ciudadana con derechos”, cuestionó.

El Censo Nacional Agropecuario indica que ocho de cada 10 productoras conduce predios menores a tres hectáreas y que seis de cada 10 no percibe ingresos económicos por su labor productiva. A ello suman una carga total de trabajo mayor que los hombres y el estar subrepresentadas en los espacios donde se toman decisiones.

Además, las mujeres de zonas rurales son las que experimentan más violencia por razón de género entre los 33 a 59 años, según el Observatorio Nacional de Violencia contra las Mujeres.

Maribel Palomino (I) es presidenta de la Asociación Provincial de Productoras Ecológicas de Quispicanchi. En la imagen, en la feria agroecológica del barrio urbano de Marcavalle en la ciudad de Cusco, donde semanalmente oferta las hortalizas que produce libre de químicos. Foto: Cortesía de Maribel Palomino

En ese contexto de desigualdad y discriminación, Palomino representa los nuevos tipos de liderazgo femenino rural.

“Yo soy mamá soltera, mi hijo tiene nueve años y con mi trabajo le doy educación, alimentación saludable, un hogar con afecto y cuidado. Y él ve en mí una mujer luchadora, orgullosa de trabajar en el campo, que defiende sus derechos y de sus compañeras con la APPEQ”, afirmó.

Para ella es crucial contribuir “a cambiar el chip” de las personas mayores y de mucha gente joven que si pudiera asomarse a una ventana de oportunidad podría mejorar su vida y su entorno.

“Con la APPEQ hacemos réplicas para compartir nuestros aprendizajes y que más mujeres puedan amanecer con alegría ante el futuro”, sostuvo.

María Antonieta Tito, agricultora del poblado altoandino de Secsencalla, en el departamento de Cusco, en el sur de Perú, muestra sus almácigos (semilleros) de lechugas y apio. En marzo de 2022 se inició en la práctica agroecológica y está contenta con los resultados que le permiten mejorar la calidad de la alimentación familiar y generarse ingresos propios con la venta de sus hortalizas en el mercado local. Foto: Mariela Jara / IPS

Es el caso de María Antonieta Tito, de 32 años, del municipio de Andahuaylillas, quien por primera vez en su vida como productora rural está realizando prácticas agroecológicas y a quien IPS visitó en su huerto en la comunidad de Secsencalla, dentro de su recorrido por varias comunidades con campesinas de la asociación.

“Yo soy alumna de las lideresas de la APPEQ que nos dan réplicas, ellas nos dicen cómo trabajar de forma correcta la tierra, a voltearla hasta cuarenta centímetros para que esté blandita, sin piedras ni raíces de nada. También a almacigar las semillas para después sembrarlas”, dice con orgullo

Luego dice, señalando con el dedo a sus almácigos, como se conoce localmente a los semilleros o las partes del terreno miniparceladas para la germinación de los vegetales, “yo tengo aquí, mire, lechuga, repollo morado y apio, todavía falta que brote, así chiquito empieza”.

Tito se define como “alumna nueva” en la agroecología, inició en el mes de marzo de este año pero ha logrado claros avances. No solo ha podido cosechar y probar sus propias hortalizas sino que cada miércoles va al mercado local a vender sus excedentes.

“Ya hemos comido lechuga, tomate, pepino, acelgas, les ha gustado en mi casa, lo he preparado en ensalada y como torrejitas (pequeñas tortas de verduras) con huevo. ¡Yo estoy ayudando en la nutrición de mi familia!, y también de las personas que me compran”,  refirió contenta.

Cada martes cosecha al final de la tarde, lava las hortalizas con cuidado y a las seis de la mañana del día siguiente ya está en un puesto del mercado al aire de Andahuaylillas, la cabecera municipal, ayudada por su hijo adolescente.

“La clientela nos está aprendiendo a conocer, dicen que el sabor de mis hortalizas es distinto de los otros puestos, tengo tres meses vendiendo y ya me han hecho pedidos”, añadió.

Pero el camino para el ejercicio pleno de los derechos de las mujeres rurales es muy empinado.

Como dice Palomino, la presidenta de la APPEQ, “hemos conseguido logros importantes pero falta mucho para decir que somos ciudadanas en igualdad de derechos, y en eso la responsabilidad principal es de los gobiernos que todavía no nos han puesto como una prioridad”.

ED: EG

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