MADRID – Desde el comienzo de la pandemia de covid-19, diversos movimientos anticientíficos han ido cobrando fuerza al tiempo que ponían en peligro la salud pública. De ahí que su expansión se haya convertido en una cuestión políticamente relevante y en un campo de estudio para investigadores y académicos.
Ya en los años 90 del pasado siglo, Gerald Holton escribió Ciencia y anticiencia (1993), donde mostraba cómo la irracionalidad, el populismo, la propaganda y el nacionalismo formaban un cóctel perfecto que apoyaba la doctrina de regímenes totalitarios.
Por su parte, Carl Sagan diagnosticaba en El mundo y sus demonios (1995) que las actitudes conspirativas, anticientíficas y pseudocientíficas iban ocupando en la sociedad el lugar tradicional de la religión y del misticismo. Sin embargo, este panorama se ha diversificado, por lo que conviene introducir modificaciones conceptuales que permitan dar cabida a la creciente relevancia de la técnica y la tecnología.
¿Qué es la técnica?
Teniendo en cuenta el planteamiento de José Ortega y Gasset, podemos entender la técnica como el conjunto de acciones con las que modificamos la naturaleza para hacer frente a una serie de necesidades relacionadas con la supervivencia y el bienestar.
Además, la acción técnica se caracteriza por minimizar el esfuerzo necesario por parte del ser humano y presupone un cierto distanciamiento, dado que la producción de soportes técnicos solo busca de manera indirecta la satisfacción de esas necesidades. Es, por así decirlo, una acción de segundo orden.
En un sentido similar pero más actualizado, Miguel Ángel Quintanilla ha propuesto que la técnica se entienda como “un sistema de acciones humanas intencionalmente orientado a la transformación de objetos concretos para conseguir de forma eficiente un resultado que se considera valioso”.
Estas definiciones nos pueden ayudar a entender mejor determinadas formas de negacionismo que existen en nuestros días.
Hablemos de negacionismo tecnológico
Los distintos planteamientos negacionistas que han dejado su impronta durante la pandemia se suelen agrupar bajo el rótulo “negacionismo científico”. Este se refiere a todo discurso dogmático y emocional que niega sistemáticamente la evidencia científica contrastada, ya sea general o propia de un ámbito concreto.
Los debates mediáticos mostraron, además, otros rasgos del discurso negacionista: referencia a falsos expertos, descontextualización o selección arbitraria de datos, uso de falacias lógicas, manufacturación de una duda generalizada y recurrencia a teorías de la conspiración.
Sin embargo, hemos observado también formas de negacionismo que surgen de una profunda desconfianza frente a la tecnología basada, en parte, en una sospecha legítima sobre la priorización de la lógica mercantil en el desarrollo tecnológico. Parece conveniente, pues, hablar también de un negacionismo tecnológico.
Este concepto se refiere a posiciones que se oponen dogmática o emocionalmente a un conjunto de productos tecnológicos, es decir, a objetos concretos, eficientes y valiosos, creados por el ser humano para resolver problemas relacionados con la supervivencia y el bienestar.
En relación con la situación actual de la pandemia, podemos distinguir entonces dos tipos diferentes de fenómenos anticientíficos.
El primero se limita a negar la existencia del virus SARS-CoV-2 y todo el discurso científico al respecto.
El segundo, por su parte, puede estar de acuerdo con los análisis proporcionados por la ciencia, pero niega la validez de la tecnología de la vacuna, es decir, su idoneidad para mejorar la supervivencia y el bienestar.
¿Y también hay pseudotécnica?
Asimismo, podemos abordar de forma diferenciada otra amenaza para la salud pública, habitualmente englobada bajo el término de pseudociencia. Este concepto se refiere a un campo cognitivo que pretende ser científico, pero no cumple algunas características fundamentales de la práctica científica.
En su Lógica de la investigación científica, Karl Popper señaló que las afirmaciones pseudocientíficas no son falsables y, por tanto, las teorías subyacentes apenas evolucionan a través de la investigación.
Mario Bunge añadió otros criterios de demarcación: las pseudociencias a menudo postulan entidades cuya existencia no se puede demostrar, defienden concepciones espiritualistas, no tienen lógica ni procedimientos de control objetivos, no desarrollan nuevos problemas e hipótesis y no tienen continuidad con otras disciplinas.
La pseudotécnica, por su parte, se refiere a la producción de artefactos que no cumplen las características mencionadas de una técnica, pues los objetos que crea o modifica no están diseñados para producir un resultado valioso para el ser humano o son incapaces de lograrlo por su falta de eficacia, de forma que no satisfacen necesidades humanas de supervivencia o bienestar.
Este tipo de acciones han estado muy presentes durante la pandemia. Se aprecia en la producción de falsos medicamentos desarrollados por grupos pseudofarmacéuticos que, por puro afán de lucro, vendían productos que ni curaban ni prevenían la enfermedad y, por tanto, ponían en peligro vidas humanas.
No obstante, el fenómeno no es nuevo. En internet llevamos varios años viendo productos a la venta que tratan de solucionar problemas inexistentes. Un ejemplo muy claro es el de los escudos cuánticos que, supuestamente, protegen de la ionización por fusión de la radiacion electromagnetica.
La pandemia de covid-19, en definitiva, no solo reproduce fenómenos que pueden integrarse en el marco conceptual de la pseudociencia y del negacionismo científico. También ha generado nuevos conceptos, como los de pseudotécnica y negacionismo tecnológico, que pueden ayudar a entender mejor el panorama anticientífico contrario a una adecuada salud pública.
Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.
RV: EG