Mujeres argentinas se abren camino a la dignidad en fábrica cooperativa

Parte del equipo de jóvenes emprendedoras de la cooperativa Maleza Cosmética Natural, en el laboratorio del barrio de Villa Lugano, en el sur de la ciudad de Buenos Aires, en Argentina. Foto: Daniel Gutman / IPS

BUENOS AIRES – “Empezamos a hacer champús y jabones en la cocina de la casa de una compañera en 2017. Éramos cinco o seis chicas sin trabajo, buscando una salida colectiva, y hoy estamos acá”, dice Letsy Villca, entre las paredes blancas del amplio laboratorio de Maleza Cosmética Natural, una cooperativa que reúne en la capital de Argentina a 44 mujeres que apenas superan los 20 años.

Maleza ha recorrido un largo camino en poco tiempo y actualmente produce  400 champús y 600 pastillas de jabón semanales, además de cremas faciales y óleos para sacar el maquillaje, entre otros artículos. Se venden por  toda Argentina a través de una plataforma digital propia y de otros canales de comercialización alternativos.

La cooperativa es un ejemplo poderoso de la llamada economía popular, a través de la cual millones de personas que no pueden acceder a un empleo formal o a un crédito bancario dan pelea a la falta de oportunidades, en medio de la agobiante crisis económica de este país sudamericano, donde más de 40 % de la población vive en la pobreza.

En el Registro Nacional de Trabajadores y Trabajadores de la Economía Popular (Renatep) figuran inscritas 2 830 520 personas, que se ganan la vida en tareas como venta ambulante, reciclaje de residuos, construcción, limpieza o atención de comedores sociales.

Un vistazo al Renatep es un reflejo de cuáles son los grupos sociales que enfrentan las mayores desventajas en el universo laboral, ya que hay mayoría de mujeres (57 %) y jóvenes de entre 18 y 35 años (62 %).

El cuadro se completa cuando se comparan los números con los del mercado asalariado privado registrado, donde tanto las mujeres como los jóvenes son minoría, con 33 y 39 %, respectivamente.

El Ministerio de Desarrollo Social, como parte del programa de ayuda social focalizado en el apoyo a la economía popular, dio un subsidio a Maleza que le permitió comprar los tubos de vidrio, termómetros, extractores de aceite, mesas de acero y el equipamiento de oficina que hoy ocupan lo que era un galpón desmantelado de una antigua fábrica.

El lugar tiene 213 metros cuadrados y las chicas lo alquilaron en enero de 2021.

Al salir de la cocina de una casa y llegar a un lugar espacioso, bien acondicionado y propio, lograron  aumentar la producción en 500 % debido a las mejores condiciones de trabajo y a la posibilidad de acopiar materia prima.

Para ello, durante tres meses de tarea de albañilería, las propias jóvenes reciclaron y reformaron la propiedad, que hoy tiene una sala reuniones, oficinas, baños, vestuarios y un gran laboratorio.

Letsy Villca (I) y Brisa Medina muestran algunos de los productos que fabrica Maleza. Las integrantes de la cooperativa trabajan cuatro horas diarias y tienen un ingreso que equivale a la mitad del sueldo mínimo, vital y móvil vigente en Argentina, pagado por un programa proempleo del Ministerio de Desarrollo Social, lo que variará cuando su emprendimiento fortalezca sus ingresos. Foto: Daniel Gutman / IPS

Cambiar el destino

“La maleza es la planta que se arranca del suelo y vuelve a crecer. Lo que es rechazado, pero resiste, porque es fuerte y siempre está surgiendo otra vez. Por eso elegimos el nombre”, explica a IPS Brisa Medina, de 22 años.

Es que el proyecto va más allá productivo: el laboratorio de la cooperativa es también un espacio de encuentro social y comunitario para pelear por derechos y generar conciencia colectiva.

La instalación de Maleza está en el sur de la ciudad de Buenos Aires, en Villa Lugano, un barrio de fábricas y viviendas populares, lejos de las zonas más cotizadas de la capital argentina.

Las y los integrantes de la cooperativa –también hay dos varones- viven a unas 25 cuadras (unos 2,3 kilómetros) de la planta, en la Villa 20, uno de los asentamientos informales más grandes de la ciudad, con más de 30 000 habitantes.

La mayoría de quienes viven en la Villa 20 son inmigrantes bolivianos y paraguayos que trabajan como costureros para fabricantes de ropa en talleres precarios montados en sus propias viviendas.

El oficio se transmite de generación en generación, igual que las duras condiciones de trabajo, a cambio de una retribución que es fijada de manera unilateral por los compradores, sin derecho a la negociación.

“Nosotras queríamos hacer otra cosa: tener un proyecto que fuera propio, que nos gustara, con un lugar de trabajo digno, que nos permitiera estudiar y en el que pudiéramos aprovechar nuestros conocimientos, porque muchas fuimos compañeras en una escuela técnica química, pero es casi imposible conseguir trabajo”, cuenta a IPS Letsy, de 22 años.

Al conocimiento técnico, que creció a través de distintos cursos después del colegio, las chicas de Maleza agregaron los saberes  ancestrales transmitidos por sus familias, para fabricar cosméticos que no tienen químicos contaminantes y son producidos de manera amigable con el ambiente.

“Yo veía desde chica que mi mamá preparaba y vendía yuyos medicinales y productos naturales. Ahí empecé a aprender”, recuerda Ruth Ortiz, que tiene 23 años y una hija de 4.

Ruth agrega que el objetivo era fabricar un producto con el que se pudiera soñar con un horizonte de ventas masivas, ya que muchos en la Villa suman algunos ingresos cocinando pan o comidas, pero los venden solamente a los vecinos.

“Apenas nos sentimos listas empezamos a ir a vender en ferias callejeras y fuimos mejorando los productos y el envasado de a poco”, relata.

La imagen es de hace un año, cuando las jóvenes cooperativistas hicieron el trabajo de albañilería y pintura para convertir el galpón de una antigua fábrica en su laboratorio de cosmética. Foto: Cortesía de Maleza Cosmética Natural

La cooperativa, reconoce, fue, para muchas, más una necesidad que una elección: “Es muy difícil conseguir trabajo para cualquiera, pero es más difícil para las de la Villa. Cuando una dice dónde vive, no te quieren tomar”.

Ruth es la única integrante de la cooperativa que es mamá. De hecho, empezó a trabajar cuando su hija era un bebe de ocho meses. Muchas veces la lleva el laboratorio y entre todas se turnan para cuidarla, ya que justamente una de las premisas fundamentales de Maleza es que las mujeres puedan trabajar fuera de la casa, generen un ingreso propio y no queden atrapadas en la trampa de las tareas domésticas, sin remuneración.

Un salario pagado por la ayuda social

A Brisa, quien trabajaba como cajera en una peluquería, la dejaron sin trabajo en marzo de 2020, cuando comenzó la pandemia de covid-19 y se ordenó el cierre de todos los comercios no esenciales en Argentina. “Maleza fue entonces mi salvación”, reconoce.

Luego de la catástrofe socioeconómica del primer año de pandemia, 2021 fue en Argentina un año de recuperación económica, aunque marcada por una alarmante precariedad laboral: los datos oficiales dicen que se crearon el año pasado casi tres millones de puestos de trabajo, pero casi todos son de asalariados no registrados (1 329 000) y cuentapropistas (1 463 000).

Los trabajadores informales o no registrados y los cuentapropistas o autónomos son, además,  los más castigados por la pérdida del poder adquisitivo de los ingresos, en una economía con una inflación que supera  50 % anual

En ese escenario, Maleza busca una salida todavía difícil. Sus ingresos actuales alcanzan para pagar el alquiler del laboratorio más los servicios de electricidad, agua e internet y otros gastos del lugar, pero todavía no para pagar salarios a las integrantes.

Muchas de las jóvenes de la cooperativa de Maleza fueron compañeras en una escuela técnica-química y aprovechan esos conocimientos, igual que los saberes sobre plantas medicinales que les fueron transmitidos por sus familias. Foto: Cortesía de Maleza Cosmética Natural

“Estamos buscando formas para bajar los costos y aumentar la rentabilidad. Si bien las ventas todavía no llegaron a los niveles que creemos que podrían llegar, estamos avanzando en la promoción y abriendo nuevos canales de comercialización, por lo que esperamos tener ganancias a mediados de este año”, sostiene a IPS otra integrante de la cooperativa, Julia Argnani.

Hoy, Maleza está divididas en cuatro áreas de trabajo: administración, producción,  comercialización y comunicación, que incluye el diseño y la administración de las redes sociales. Busca ser, además, una herramienta de potenciación de otras cooperativas sociales, ya que, por ejemplo, entrega sus productos en bolsas reutilizables fabricadas por otro grupo de mujeres.

Todas las y los integrantes de Maleza tienen un ingreso fijo gracias a que son beneficiarias de Potenciar Trabajo, un plan para la inclusión socioproductiva y el desarrollo local administrado por el Ministerio de Desarrollo Social.

El programa reconoce a inscritos en el Renatep con la mitad del salario mínimo, vital y móvil vigente en Argentina, de 16 500 pesos (equivalente a unos 150 dólares), a cambio de una jornada laboral de cuatro horas.

En este país del Cono Sur americano de 45 millones de habitantes,  45 % de la población recibe algún tipo de asistencia social, a través de una vasta red que incluye la asistencia económica directa, entrega de alimentos, tarifas subsidiadas de electricidad y gas y capacitaciones en oficios.

En el caso Potenciar Trabajo, lo cobran actualmente 1 200 000 trabajadores informales, según los datos suministrados a IPS por el Ministerio de Desarrollo Social. Su monto equivalente a 150 dólares  cubre apenas la cuarta parte del ingreso que necesita una familia de cuatro personas para no ser pobre, de acuerdo al instituto oficial de estadísticas.

“Nuestro objetivo es también estar orgullosas de dónde partimos y mostrar que una cooperativa de mujeres como la nuestra puede hacer productos de calidad”, concluye Julia.

ED: EG

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