Banco Mundial y Unicef claman por revertir la pérdida educativa

Una maestra frente a su clase: la interacción de los alumnos con sus pares y con los docentes en el aula es fundamental para su formación, pero la pérdida de aprendizaje presencial puede paliarse con un mejor empleo de tecnologías para la educación a distancia, pregonan Unicef y el Banco Mundial. Foto: BM

WASHINGTON – Un nuevo llamado para que, con mayor despliegue de tecnología, los países en desarrollo reviertan la pérdida de aprendizaje causada por la crisis de la covid-19, hicieron al cierre de este año los máximos responsables del Banco Mundial y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).

Si no se revierte el retroceso “la pobreza educativa y la consecuente pérdida de capital humano provocarán décadas de retraso económico y social”, advierte la declaración de Henrietta Fore, directora ejecutiva de Unicef, y David Malpass, presidente del Banco Mundial.

De inmediato plantearon que “aunque el aprendizaje virtual no produce los mismos resultados que la educación presencial, la tecnología utilizada de manera eficaz puede cerrar las brechas educativas y prevenir la pérdida de aprendizaje”.

Expusieron que cuando las escuelas se cerraron debido a la covid “los niños de los países en desarrollo fueron los que más sufrieron”, y ya cerca de comenzar el tercer año de la pandemia las aulas siguen total o parcialmente cerradas para al menos 647 millones de estudiantes en todo el mundo.

“Ya está suficientemente comprobado que, por desgracia, los niños aprendieron menos durante la pandemia”, y según el Banco Mundial, los cierres de escuelas relacionados con la pandemia aumentan la pobreza de aprendizajes.

La proporción de niños de 10 años que no pueden leer un texto básico en los países de ingresos bajos y medios llega hasta cerca de 70 %, y la pérdida de aprendizaje puede costarle a la generación actual de escolares unos 17 billones (millones de millones) de dólares en ingresos de por vida, según cálculos del banco.

Advirtieron que ante la difusión de la variante ómicron del coronavirus, más gobiernos podrían verse tentados a cerrar las escuelas.

“Pero sin la infraestructura virtual necesaria para sostener la enseñanza, esa medida ampliará las pérdidas educativas y negará a los niños los muchos otros beneficios derivados de la asistencia diaria a la escuela”, indicaron los responsables.

Para los niños y jóvenes “las interacciones con docentes y pares son esenciales para desarrollar las capacidades necesarias para el trabajo cooperativo. Ser parte de una clase promueve un sentido de pertenencia y ayuda a generar autoestima y empatía”.

Durante la pandemia, los niños marginados se llevaron la peor parte. Cuando este año se reabrieron las aulas en todo el mundo, resultó evidente que habían quedado aún más rezagados en relación con sus pares.

Antes de la pandemia, la paridad de género educativa estaba en alza (solo era muy marcada en algunas naciones de África subsahariana y del sur y sureste de Asia), pero los cierres de escuelas pusieron a unos 10 millones más de niñas en riesgo de matrimonio infantil, que en la práctica es garantía de que no sigan estudiando.

Muchos países implementaron inmensos paquetes de estímulo en respuesta a la crisis sanitaria, pero a junio de 2021 menos de tres por ciento de esos fondos se destinó al sector educativo y de formación profesional. Y la mayor parte se empleó en las economías avanzadas.

“Hay que dar a los niños una oportunidad de recuperar la educación que han perdido. Necesitan acceso a materiales de lectura bien diseñados, oportunidades de aprendizaje digital y sistemas educativos transformados que los ayuden a superar futuros desafíos”, sostuvieron Malpass y Fore.

Y en ese proceso “es fundamental la presencia de docentes preparados y un uso eficaz de la tecnología”, cuya financiación debe “prestar atención a lo que ha funcionado bien en diferentes contextos en todo el mundo”.

Como ejemplo exitoso colocaron a Uruguay, que en los últimos 10 años invirtió en infraestructura, contenido digital y capacitación docente, de modo que cuando se cerraron las aulas el país estaba mejor preparado para pasarse a la enseñanza virtual.

Otro ejemplo es el estado indio de Guyarat, que antes de la pandemia estableció centros de apoyo digital de avanzada para las escuelas. Cuando las aulas se cerraron, pudo organizar una respuesta rápida mediante la distribución digital de materiales educativos y la personalización de la educación remota.

Y también Kenia, donde todos los niños, incluidos aquellos con discapacidades, tienen a su alcance libros de texto digitales, especialmente diseñados, e inclusivos.

Fore y Malpass reconocieron que “para muchos países de ingresos bajos, el oneroso servicio de la deuda impide destinar fondos a gastos sociales esenciales. Y aunque para reducir la brecha educativa es necesario un uso más eficiente de los recursos, en última instancia el problema es que los recursos que hay son insuficientes”.

Por ello, para los países más pobres del mundo, en particular, una aceleración del alivio de deuda dentro del marco común del Grupo de los 20 (G20, economías avanzadas y emergentes) crearía espacio fiscal para dar más apoyo a la formación de capital humano, concluyó el texto de los responsables de Unicef y el Banco Mundial.

A-E/HM

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