BRIGHTON, Reino Unido – La covid-19 puso en evidencia numerosas fracturas en los sistemas alimentarios mundiales que dejan a millones de personas en riesgo de inseguridad alimentaria. Al igual que los numerosos fracasos políticos a la hora de afrontar la pandemia, las repercusiones de los fallos del sistema alimentario las sufren tanto los países ricos como los pobres, siendo los más pobres y marginados los que pagan el mayor precio.
Para ser claros, aunque el número de personas desnutridas sigue siendo vergonzosamente alto, se trata de una crisis alimentaria que no solo tiene que ver con el hambre o la hambruna. También existe una crisis silenciosa y creciente de unos 38,9 millones de niños en todo el mundo afectados por el sobrepeso y, en demasiados casos, estos niños se convierten en adultos enfrentándose a una alimentación poco saludable y a enfermedades crónicas asociadas a la obesidad (diabetes, enfermedades cardíacas y algunos cánceres, etcétera).
Junto a esta doble carga de la malnutrición, existe una tercera crisis: el cambio climático, al que la alimentación y la agricultura contribuyen en gran medida, además de ser vulnerables a sus impactos, por lo que amenazan todavía más la seguridad alimentaria del planeta.
La Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios de las Naciones Unidas (ONU), que se celebrará este jueves 23 de septiembre en forma totalmente virtual, fue concebida (en la jerga de la ONU) para desarrollar respuestas equitativas, saludables y sostenibles que garanticen que «nadie se quede atrás» mientras «reconstruimos mejor» en el poscovid.
Cuarenta y un mil personas han participado en los diálogos para la Cumbre, pero el proceso se ha visto empañado por continuas críticas, en particular por su inadecuada atención a los derechos humanos, la soberanía de los pueblos indígenas sobre sus propios sistemas alimentarios y los derechos de los trabajadores en todo el sistema alimentario.
Más que nada, las críticas a la Cumbre se han centrado en la inclusión de «grandes empresas alimentarias», incluyendo nombres como PepsiCo, que fue invitada a «charlas junto al fuego» como parte de la Precumbre en Roma, celebrada en julio.
Por supuesto, las empresas alimentarias son una parte esencial del sistema alimentario.
De hecho, la concentración, la negligencia y el poder desenfrenado de las empresas se habrían identificado como la causa principal de la inercia política, si la Cumbre hubiera realizado primero un análisis de las causas fundamentales de los problemas que han contribuido a la sinergia epidémica de la desnutrición, la obesidad y el cambio climático, todos los temas que la Cumbre pretende abordar.
No cabe duda de que las empresas tendrán que transformarse radicalmente como parte de los cambios propuestos por la Cumbre. Pero no lo harán por sí solas y, desde luego, no lo harán en el marco de acogedoras charlas al aire libre.
SÍ, esto requerirá diálogo, pero el historial de este hasta la fecha es pobre. En muchos espacios globales y nacionales, en lugar de ser «parte de la conversación», hay pruebas académicas ampliamente documentadas de que las grandes empresas alimentarias intentan moldear los resultados en su interés: hacia medidas voluntarias y promesas vacías, lejos de la regulación (como las etiquetas en la parte frontal de los paquetes) y los impuestos (como los impuestos sobre los refrescos) que han demostrado ser más eficaces para minimizar el daño de los alimentos poco saludables, altamente y ultraprocesados.
En el proceso hacia la Cumbre se ha minimizado el debate sobre estas cuestiones, así como sobre el impacto medioambiental de estos productos. ¿Fue para evitar la incomodidad de las grandes empresas alimentarias al debatir sobre los alimentos más insalubres e insostenibles?
Las organizaciones de la ONU y su personal son muy conscientes de estos problemas, pero han sido presionados para «sentarse a la mesa» con empresas que saben que están más interesadas en aumentar el valor para los accionistas que en contribuir a la sostenibilidad y la salud pública.
Estas empresas tienen un historial de comercialización poco ética de alimentos poco saludables para los niños, o de persuasión a las madres pobres para que no den el pecho. Afortunadamente, existen normas y protocolos sobre conflictos de intereses que protegen el trabajo diario de las organizaciones de la ONU para que puedan cumplir su mandato público sin estas interferencias poco éticas.
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Como parte de nuestra propia contribución a la planificación de la Cumbre y para ayudarla a superar estas críticas, dos de nosotros dirigimos un comité ad hoc centrado en los propios «principios de compromiso» de la Cumbre.
También escribimos al secretario general de la ONU y a los dirigentes de la Cumbre para sugerir que la Cumbre se limitara a seguir las normas de la ONU en materia de conflictos de intereses y fuera transparente en cuanto a quiénes participaban en los procesos de la Cumbre y por qué.
Nuestra carta fue firmada inicialmente por 100 personas y organizaciones internacionales de los cinco continentes, desde activistas de enfermedades alimentarias en Ghana hasta organizaciones como Save the Children e investigadores del Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias.
El propio relator especial de las Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentación fue uno de los primeros partidarios y recientemente se añadieron otros 40 firmantes cuando reabrimos la carta debido a la demanda popular, entre ellos la Asociación Americana del Corazón y un coautor de este artículo de opinión, el exdirector de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), ahora director general del Instituto Hambre Cero de Brasil.
Pero de la dirección de la propia Cumbre, no hubo nada en respuesta.
Se preguntarán a quién le importan estas cumbres de la ONU, en realidad. A nosotros sí y a todos los demás también. Estas cumbres preparan el terreno para la acción nacional, definen las futuras pautas de financiación de las organizaciones de ayuda bilateral y de la ONU, dan lugar a décadas de debate sobre las cuestiones planteadas y, si no están bien concebidas, proporcionan una bonita cobertura sonora para el statu quo.
Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.
Detrás de las múltiples peleas que se han librado en el mundo privilegiado de estos debates globales, hay cuestiones reales que se van a manifestar de múltiples maneras en todos los países que se enfrentan a las emergencias alimentarias y climáticas mundiales y a las desigualdades que las han provocado, y que se han hecho más crudas por la pandemia de covid.
Lo que hemos visto antes de la Cumbre de este jueves 23 es mucho «lavado de cara» y miles de propuestas que reflejan las voces de las personas bien alimentadas y pocas (si es que hay alguna) propuestas para poner fin al hambre y a otras formas de malnutrición como prioridad política por parte de los gobiernos de todo el mundo.
El discurso final del secretario general de la ONU, António Guterres, podría ser un punto de inflexión para cambiar esta situación, pero no si opta por disimular las sensibilidades al abordar temas polémicos, como suelen hacer los líderes de la ONU.
Si aún no lo has hecho, participa, incluso después de la Cumbre del 23 de septiembre. Esta batalla continuará, incluso en su propio país, que se enfrenta a estas múltiples crisis alimentarias y climáticas, y en el que los responsables políticos se enfrentan a numerosas influencias sobre la orientación de las políticas en respuesta.
Todos los procesos futuros de la ONU deberían regirse por un sencillo conjunto de normas establecidas por el precedente de anteriores organizaciones de la ONU y cumbres internacionales en las que se han tomado en serio los conflictos de intereses. Esto marcará la pauta para los debates nacionales en todo el mundo, que es donde empieza el verdadero trabajo.
Nota: La Cumbre de Sistemas Alimentarios de la ONU, prevista para el jueves 23 de septiembre, será un evento completamente virtual durante la inaugural Semana de Alto Nivel de la 76 Asamblea General de la ONU.
Según la ONU, la Cumbre «servirá como una oportunidad histórica para empoderar a todas las personas a fin de aprovechar el poder de los sistemas alimentarios para impulsar nuestra recuperación de la pandemia de covid-19 y volver a encaminarnos hacia la consecución de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030».
T: MF / ED: EG