¿Quién ganó en Ecuador, Lasso o el anticorreísmo?

Yaku Pérez, candidato ambientalista a la presidencia de Ecuador, habla a sus seguidores en un acto de protesta en Quito por la negativa del CNE a recontar sus votos tras la primera vuelta de las elecciones. Foto: Alamy Stock
Yaku Pérez, candidato ambientalista a la presidencia de Ecuador, habla a sus seguidores en un acto de protesta en Quito por la negativa del CNE a recontar sus votos tras la primera vuelta de las elecciones. Foto: Alamy Stock

El lunes 12 de abril, Ecuador amaneció con la elección de un nuevo presidente, el conservador y neoliberal Guillermo Lasso. Tras su tercer intento en las urnas, finalmente alcanzó la presidencia que tanto ha perseguido. El controvertido proceso electoral abrió varias fisuras políticas, particularmente dentro de la izquierda y el progresismo ecuatoriano y regional.

El rol que ha tenido de manera especial el movimiento indígena en estas últimas elecciones, deja a la izquierda en un momento distinto y abre muchas incógnitas y alguna oportunidad para el futuro a mediano y largo plazo.

La pregunta ahora es, ¿realmente ganó Lasso y la derecha neoliberal-conservadora o perdió el correísmo?

Lo que sí sabemos es que con Lasso arranca para muchos un proceso de lucha y resistencia, que será muy dura para grandes segmentos de la población ecuatoriana. Ante esta coyuntura, la narrativa progresista y de izquierda debe reformularse.

Debe admitir que ha finalizado un ciclo, si quiere hacer frente a un gobierno de las élites económicas de este país, que conoce en carne propia hasta qué punto pueden ser depredadoras en injustas con su propio pueblo.

El contexto

El 7 de febrero los ecuatorianos votaron en la primera vuelta electoral para presidente y resultó una elección controversial. En esta primera elección, tutelado por Rafael Correa desde Bruselas donde se encuentra, el delfín del correísmo Andrés Arauz alcanzó 32,4 % en primera vuelta, siendo el candidato más votado y como tal pasó directamente a segunda vuelta o balotaje.

El autor, Juan Manuel Crespo
El autor, Juan Manuel Crespo

Sin embargo, el segundo lugar registró un “empate técnico” entre el conservador Guillermo Lasso, quien oficialmente alcanzó 19,7 %, y el candidato del movimiento indígena Yaku Pérez, quien finalmente se quedó en 19,4 %.

Este “empate técnico” tuvo en suspenso por varios días a todo el Ecuador, no solo por las dudas generadas sobre la verdadera consistencia democrática del recuento oficial, sino también porque significaba una definición de mucho mayor alcance. No se trataba tan solo de conocer quién podía avanzar a la segunda vuelta, sino de saber quién sería el abanderado del “anti-correísmo”.

Dadas las votaciones de primera vuelta, pareció claro que en esa disputa por el segundo lugar se estaba jugando la presidencia de la república.

Tres días después de haber finalizado la elección del 7 de febrero, el candidato del partido de Yaku Pérez, el Pachakutik, seguía apareciendo como finalista en el segundo lugar por delante del candidato Lasso.

De un momento a otro, una gran cantidad de actas retrasadas de la ciudad de Guayaquil (bastión de Guillermo Lasso) cambiaron abruptamente la tendencia y las autoridades del Consejo Nacional Electoral (CNE) dieron por cerrado el escrutinio con el candidato Lasso por delante del candidato indígena.

Tras esto, el movimiento indígena puso en marcha un amplio proceso de reclamo pero, a pesar de haber presentado innumerables pruebas de inconsistencias, el CNE se negó a la apertura de las 20 000 actas impugnadas y todas las vías legales fueron negadas para proceder a un reconteo, que incluso fue pactado con el propio candidato Lasso.

Pero Lasso decidió cambiar su postura y traicionar el pacto con Pérez, calculando que la situación creada favorecía su candidatura. Así, toda posibilidad de reconteo formal quedó anulada.

Tanto fue el revuelo que este limbo electoral provocó en el país, que incluso se dio un debate improvisado entre los candidatos Pérez y Lasso en las instalaciones del CNE que fue transmitido por los medios de comunicación en vivo.

El debate dejó claro que había demasiadas diferencias entre ambas candidaturas y que la única vía posible para salir de esta disputa era esclarecer qué había ocurrido en las urnas para así legitimar quién debía pasar finalmente a la segunda vuelta sabiendo que, muy probablemente, ese candidato sería el que al final se declarara vencedor de la contienda frente al correísmo.

Una difícil disyuntiva

Pérez tuvo claro durante toda la campaña que, si pasaba a la segunda vuelta frente a Arauz, sería él el presidente. Pero esta probabilidad espantó tanto a las élites conservadoras como al correísmo, y ambos maniobraron para bloquear el recuento para cortar el paso a la verdadera alternativa que representaba el movimiento indígena.

En consecuencia, el reconteo nunca llegó y, con la frustración e indignación a flor de piel el movimiento indígena denunció la falta de transparencia del proceso y se encontró frente a una difícil nueva disyuntiva política.

Por un lado, no podría apoyar a un candidato como Lasso en segunda vuelta, por todo lo que representa ideológica y simbólicamente, además de que Lasso ya había traicionado un acuerdo democrático entre las partes para obligar a la transparencia total del proceso electoral.

Frente a la imposible dicotomía de elegir entre dos males, muchos se pronunciaron por una tercera vía en rechazo al atropello democrático sufrido en la primera vuelta

Y, por el otro lado, también sabían que casi 20 % de ecuatorianos y ecuatorianas que los votaron, tampoco desean apoyar el regreso del correísmo y de ese progresismo que supuso violación a derechos humanos y de la naturaleza, criminalización de la protesta social, persecución a líderes de los movimientos sociales (como el propio Pérez), fragmentación de organizaciones, y todo esto a través de propiciar el avance del extractivismo y el autoritarismo.

Frente a esta imposible dicotomía de elegir entre dos males, tanto el partido Pachakutik como las organizaciones indígenas, tanto a nivel nacional como a nivel regional y territorial, junto a diversos colectivos ciudadanos y organizaciones de la sociedad civil, se pronunciaron por una tercera vía en rechazo al atropello democrático sufrido en la primera vuelta.

Apareció entonces la necesidad de abrir la puerta a un tercer candidato en el escenario electoral, bastante silencioso pero nada despreciable: el voto nulo.

Según el el consejo político de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (COnaie) ,“EL VOTO NULO es la expresión de la rebeldía y el rechazo frente al saqueo, la corrupción, el racismo, el entreguismo. El pueblo no tiene candidatos en esta segunda vuelta, el pueblo tiene en sus manos LA RESISTENCIA Y EL VOTO NULO”.

Así definió a la postura que tomaría el movimiento indígena y lo que se demandaba al electorado de Pachakutik.

Y es así cómo el voto nulo en esta última elección en Ecuador llegó a su máxima proporción histórica desde el retorno a la democracia (para una segunda vuelta electoral) con más de 1 755 380 votos, lo que representa un total de 16,3 % del electorado ganando incluso, en cinco provincias, al candidato Arauz.

Sin lugar a duda, esta cifra responde al voto orgánico que mantuvo el movimiento indígena en esta segunda vuelta, lo cual habla de un nuevo momento de fuerza política del movimiento indígena que evidentemente va más allá que solo las comunidades indígenas, hay un amplio segmento de ecuatorianos no indígenas que se sienten identificados con el movimiento.

Algo que es muy relevante para su rol en la política nacional a partir de ahora.

Aprender de los errores

Finalmente, escrutado 99,54 % de los votos de la segunda vuelta, Lasso es el virtual ganador con el 52,37 % de votos válidos frente a 47,63% de Arauz, con una abstención de  21%, una abstención que es significativamente alta y que también algo tiene que decir.

Ahora bien, frente a estos resultados, desde el correísmo y desde cierta izquierda internacional se acusa al movimiento indígena de ser culpable de la derrota de Andrés Arauz y el proyecto “progresista” ecuatoriano puesto que, en lugar de apoyar orgánicamente contra el banquero, el movimiento indígena llamó a un “voto nulo ideológico”.

Pero, ¿es verdad que con esta decisión el movimiento indígena le hizo el juego a la derecha, tal y como se le acusa?

Para intentar responder a estas incertidumbres, corresponde considerar algunas lecciones y conclusiones que nos debe dejar esta última elección en Ecuador.

La primera de ellas es que, muchas veces, en política se vota más en contra que a favor de algo, y al parecer la victoria de Lasso es realmente la derrota del correísmo. Tenemos un antecedente reciente -y trágico- en Brasil, donde la victoria de Jair Bolsonaro fue en realidad la derrota del Partido de los Trabajadores.

Es decir, probablemente el resultado tenga más que ver con la derrota de una forma de gobernar que con la victoria de un proyecto político.

Esta elección la perdió el correísmo justamente por cómo ha actuado como gobierno y movimiento político alrededor del caudillo Correa. En este sentido, el correísmo no supo remediar las grandes heridas que causó durante 10 años al frente del gobierno a muchos movimientos sociales y a sus líderes (indígenas, campesinos, mujeres, ecologistas, profesores, trabajadores, entre otros).

Tampoco fue capaz de abrir un espacio amplio de autocrítica, sanación y mutación para convocar y sumarse a un proceso plural desde las izquierdas que quizás no le correspondía liderar en esta ocasión, como ocurrió, por ejemplo, en el levantamiento de octubre de 2019.

No supo leer que ese estallido social iba más allá del clásico enfrentamiento entre derechas e izquierdas y que planteaba, desde el liderazgo indígena un cambio en profundidad, empezando por el modelo extractivista que abrazan tanto el progresismo como el conservadurismo en Ecuador y en toda la región latinoamericana.

Aprender de los errores pasa por dejar de pensar únicamente en personalidades y pasar a pensar en procesos orgánicos, repensar, sentir y construir procesos democráticos amplios y verdaderos

Una segunda conclusión es que el precio a pagar para aprender de estos errores puede ser muy alto. En ese sentido, para la izquierda ecuatoriana, entregar el poder a grupos muy alejados de los principios del pro-común, de justicia social y ecológica, resulta nefasto.

Sin embargo, estos errores pueden ser también oportunidades históricas necesarias para reconfigurar y aglutinar las fuerzas progresistas desde abajo, entendiendo y redefiniendo a la izquierda desde la pluralidad, y no desde caudillos.

Es importante que comprendamos de una vez por todas desde los progresismos que, como dice el colombiano Alejandro Mantilla, no habrá transformación si no nos tomamos en serio una transición ambientalista, antipatriarcal y que redistribuya la riqueza.

Aprender de los errores pasa por dejar de pensar únicamente en personalidades y pasar a pensar en procesos orgánicos, repensar, sentir y construir procesos democráticos amplios y verdaderos.

En este sentido, el proyecto político indígena de Ecuador, que ya se ha convertido en la segunda fuerza legislativa en la Asamblea Nacional, tiene grandes oportunidades de disputar el espacio ideológico que el correísmo ha acaparado como la «única» y “verdadera” izquierda, y reconocerse no solo como indigenista sino como un dinamizador para construir un proyecto intercultural, plurinacional, feminista, ecologista, anti extractivista, diverso y capaz de promover nuevas narrativas desde el buen vivir y los derechos de la naturaleza como banderas de reivindicación.

Es algo que en Ecuador incluso está incluido en la propia Constitución de la República, y que proviene justamente desde sus propios procesos sociales y políticos, aglutinando a diversos segmentos de la sociedad, no solo indígenas, en búsqueda de días más equitativos y justos para todas, todos y todo.

Para ello es imprescindible apoyarse en una democracia genuina y comunitaria que se vea obligada a abrir más espacios a jóvenes, mujeres y todas aquellas minorías que han sido relegadas históricamente por una visión totalitaria de toma de poder. Es decir, poner en práctica lo que los zapatistas y los pueblos indígenas de nuestro continente llaman: mandar obedeciendo.

Con Lasso en el poder se vienen años duros para la resistencia social, pero también se vienen años que exigen mucha creatividad, ilusión y fuerza, y eso es algo de lo que los movimientos sociales de este país y de la región siempre se han demostrado capaces. Como dice la activista feminista ecuatoriana Kruskaya Hidalgo:

«Nos tocará salir a las calles, la lucha continua. ¿Nos masacrarán? ¿será la represión más fuerte que en Octubre? Si. Seguramente sí, los 14 años de correismo-morenismo se encargaron de tecnificar y armar a las fuerzas militares y policiales. Pero ahí estaremos y seguiremos estando. Un pueblo rebelde, y ojalá un pueblo unido».

Este artículo se publicó originalmente en democraciaAbierta, el sitio en español de openDemocracy.

RV: EG

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