Se celebra este martes 20 de abril el centenario de la firma de las conocidas como “Convenciones de Barcelona”, un conjunto de tratados de carácter multilateral firmados el 20 de abril de 1921 en Barcelona bajo los auspicios de la Sociedad de Naciones.
De hecho, la Conferencia Internacional de Comunicaciones y Tránsito fue la primera conferencia intergubernamental organizada por la Sociedad de Naciones, institución que había nacido poco más de un año antes como resultado de la Conferencia de Paz de París de 1919 y los tratados resultantes (Versalles, Saint-Germain, Neuilly, Trianon y Sèvres) que dieron fin a la Primera Guerra Mundial.
Como anécdota, la propuesta de que se llevase a cabo en Barcelona la hizo un año antes el embajador del Brasil a la Sociedad de Naciones, Gastão da Cunha, en una sesión del Consejo de la misma que se celebraba en San Sebastián. Dicha sugerencia sorprendió no solo al secretariado –que tenía otras propuestas a dicho efecto- sino también a la propia delegación española que era desconocedora de la misma, pero fue aprobada por aclamación.
La cumbre se inauguró el 10 de marzo y se concluyó seis semanas después, con la firma de los tratados resultantes y el acta final de la conferencia, el 20 de abril de 1921. Los espacios de la misma fueron el Saló de Cent del Ayuntamiento y el Palau de la Generalitat cedido a tal efecto por el presidente de la Mancomunitat de Catalunya, Josep Puig i Cadafalch.
Dichos edificios se encuentran en la misma plaza y en el primero se celebraron las sesiones plenarias, de apertura y de firma de los tratados; mientras que en la Generalitat se instaló el corazón de la conferencia: los despachos de la presidencia, del secretariado y de los servicios técnicos de la misma y se llevaron a cabo las reuniones de las comisiones de trabajo.
Resulta curioso la instalación temporal en dicho palacio, para servicio de los delegados, de una oficina bancaria, una de correos y un punto telegráfico con una línea de “teléfono potente” con conexión a París, un alarde de las tecnologías de comunicación de la época.
Los tratados resultantes, de carácter técnico, fueron entre ellos la Convención de Libertad de Tránsito, otra sobre las Vías de Navegación de Interés Internacional, o la Declaración Internacional sobre el Derecho a Pabellón Marítimo de los Países sin Litoral, que aún hoy se referencian en contenciosos entre estados sobre este ámbito.
También se aprobaron dos recomendaciones sobre los Puertos y la Vías de Ferrocarril de Interés Internacional. Así mismo se creó el organismo técnico de la Sociedad de Naciones que, años más tarde, codificaría a nivel internacional la base del actual sistema de señales de tráfico.
En Barcelona se reunieron representantes de 42 Estados, en un mundo aun marcado por la lógica colonial. Un aspecto especialmente interesante es el hecho que históricamente fue de las primeras cumbres internacionales donde los Estados latinoamericanos participaron en condiciones de igualdad respecto a las potencias europeas.
También lo hicieron el Imperio de Japón, la República de la China o Persia. No fue el caso de Rusia, que inmersa en el caos de la guerra civil posterior a la Revolución Bolchevique no tenía un gobierno claro a quien invitar. O Estados Unidos, inmersos en su política aislacionista de tan funestas consecuencias.
Y es que hasta ese momento, las convenciones internacionales que habían dado nacimiento a las primeras organizaciones internacionales de carácter global (como la Convención Telegráfica Internacional de 1865 que dio vida a la Unión Telegráfica Internacional actual Unión Internacional de Telecomunicaciones, o el Tratado de Berna de 1874 que dio vida a la Unión Postal Internacional) fueron inicialmente acordados sólo por potencias europeas, como mucho con la inclusión del Imperio Otomano, Egipto y los Estados Unidos en el caso de la Convención de Berna.
Es cierto que varios países latinoamericanos participaron en 1919-1920 como poderes asociados a los tratados anteriormente mencionados, como el de Versalles, que dieron carpetazo a la Primera Guerra Mundial; pero es conocido que su papel en las negociaciones fue más bien colateral.[related_articles]
En Barcelona, más allá de las posiciones de los grandes imperios coloniales como el inglés o francés o las reticencias de algunos de los nuevos estados europeos nacidos de la disolución del Imperio Austro-Húngaro (particularmente de Checoslovaquia, Rumanía, el Estado Serbio-Croata-Esloveno).
Se evidenció el papel creciente de las diplomacias latinoamericanas, particularmente de la chilena (liderada por Manuel Rivas Vicuña, asesorado entre otros por el también diplomático y académico Alejandro Álvarez Jofre) y la brasileña (con Demetrio Ribeiro asesorado por Elysée Montarroyos y José Antonio Barboza Carneiro); así como la venezolana (con un Simón Planas-Suarez especialmente beligerante) que consiguieron liderar un bloque propio en defensa de los intereses regionales, desde una óptica panamericanista que, a ojos de hoy, no deja de sorprender.
También jugó un papel relevante Japón, con la figura del diplomático Mintshiro Adatci, uno de los vicepresidentes de la conferencia y futuro presidente de la Corte Permanente de Justicia Internacional de La Haya, que supo llevar a buen puerto el proyecto de Convención de Vías Navegables de Interés Internacional, que cerca estuvo de enviar a pique a toda la conferencia.
Este hecho generó no solo sorpresa en las grandes potencias y de un secretariado preeminentemente europeo, sino que alargó de manera substancial las negociaciones. Y es que los salones de la Generalitat y del Ayuntamiento de Barcelona no solo fueron testimonios del choque de dos culturas legales distintas -europea y latinoamericana- especialmente en un ámbito tan particular como el de las vías navegables de interés internacional.
De hecho, fueron testimonios del nacimiento del multilateralismo moderno que dejó de ser el terreno exclusivo de las cancillerías europeas o de grandes potencias como los Estados Unidos.
RV: EG