El volcán de San Salvador es un regalo de la naturaleza para los habitantes de la capital que viven a sus pies, un gigantesco pulmón verde que los oxigena. Pero también es una maldición.
De sus laderas han bajado aluviones que han causado dolor y muerte a través de los años. Y ahora el cambio climático, con intensas e impredecibles lluvias, ha complicado aún más el escenario.
Los suelos no logran infiltrar toda el agua de las tormentas y el riesgo de deslaves que bajan arrasando con todo hasta la ciudad, así como de inundaciones en la zona urbana con el desbordamiento de quebradas, está siempre presente.
Por eso, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) está ejecutando, junto a organizaciones locales, el proyecto City Adapt en las laderas del volcán, con el que se busca reducir ese riesgo para los 1,8 millones de personas del área metropolitana, 27 por ciento de los 6,7 millones de salvadoreños.[pullquote]3[/pullquote]
El esfuerzo busca aplicar medidas ambientales que atajen los efectos del cambio climático en ese tipo de tragedias, mediante un sistema que además reconecta a las ciudades y sus periferias rurales con la naturaleza.
“Hablamos de una adaptación al cambio climático basados en los ecosistemas, que no es más que aplicar lo que la misma naturaleza nos puede brindar” para prevenir eventos catastróficos, explicó a IPS la coordinadora nacional del programa City Adapt en San Salvador, Leyla Zelaya.
El Pnuma busca aplicar medidas echando mano de los recursos que proveen los mismos ecosistemas de la zona, en este caso, las fincas de café localizadas en las laderas de este macizo de 1893 metros sobre el nivel del mar, que se alza imponente al noroeste de la capital y donde esas propiedades son la mayor cobertura verde.
Unas 29 fincas forman parte del proyecto, y en total representan 423 hectáreas de terrenos intervenidos con medidas como barreras vivas y muertas para evitar la erosión, así como la apertura de zanjas en medio de los cafetales que ayuden a retener el agua lluvia y de ese modo mejorar la infiltración.
Además, se prevé la restauración de 1150 hectáreas de bosques y plantaciones de café. La iniciativa, en conjunto, ya ha reducido el riesgo de inundaciones para unas 16 000 personas y se espera que en 2022 sean 115 000, según estimaciones.
“Vivimos en una zona de alto riesgo, donde de repente se vienen los deslaves, por eso se van poniendo líneas de izote (Yucca elephantipes, conocida como yuca de interior) para sostener mejor los suelos y se van haciendo muros de piedra también”, contó a IPS el campesino Trinidad Rodríguez, de 57 años.
Él trabaja en la finca Los Robles, encaramada casi en la cima del Picacho, un cerro cercano al cráter del volcán, en laderas tan inclinadas que el riesgo es latente.
La finca, de 10,5 hectáreas, sufrió un incendio hace tres años y buena parte de la materia orgánica fue consumida por las llamas. Solo quedó piedra, arcilla y arenilla, propensas a deslaves.
Las lluvias de la tormenta tropical Amanda, en mayo de este año, causaron varios derrumbes en el cafetal, uno de ellos de considerable magnitud, pero por fortuna no continuó hasta los bordes de la ciudad.
“Hay estudios que señalan que hay un riesgo, tal vez no inminente, pero un posible riesgo de que un deslave pudiera llegar hasta las zonas altas de la Escalón, y continúe para abajo en ese quebrada”, añadió Héctor Velásquez, propietario de la finca, al hablar de esa colonia (conjunto residencial) del área metropolitana de San Salvador, de clase alta, a la que pudiera alcanzar un deslizamiento.
La tormenta tropical Amanda dejó un saldo de 20 muertos, 150 deslizamientos de tierra, 20 inundaciones y daños a los cultivos.
La iniciativa busca que la capital de El Salvador sea una “ciudad esponja”: que esas medias mejoren la absorción de esa agua que baja del macizo y se evite que cause destrucción en la zona metropolitana.
La noche del 29 de octubre, varios días de lluvia provocaron un deslave que bajó desde el Picacho, y la correntada de lodo, rocas y árboles soterró varias comunidades localizadas en los alrededores de Nejapa, una ciudad de 30 000 habitantes al norte de San Salvador.
El fenómeno dejó nueve personas muertas y una desaparecida, así como cuantiosos daños materiales.
En septiembre de 1982, otro evento similar, que también se produjo en el Picacho, sepultó un tramo de la colonia Montebello, en el noroeste de San Salvador. Hubo alrededor de 500 muertos, 159 viviendas destruidas y 2000 damnificados.
Las fincas intervenidas tienen un impacto directo en la llamada microcuenca hidrográfica del Arenal Monserrat, al sur de la ciudad, el último eslabón que recibe todo el exceso de agua que no se infiltra allá arriba, en las laderas del volcán. La cobertura vegetal en la cuenca es solo de 31 por ciento.
“Casi 70 por ciento son suelos urbanos impermeabilizados, así que tenemos que ver cómo le damos una mayor infiltración a ese 31 por ciento de cobertura vegetal”, dijo Zelaya.
IPS visitó la finca Los Robles y varias más incluidas en el programa, junto a personal del Pnuma y organizaciones locales como la Asociación de Proyectos Comunales de El Salvador (Procomes), que brindan la asesoría técnica.
Las fincas incluidas en City Adapt son de propiedad privada o parte de cooperativas trabajadas colectiva o individualmente, y se tomaron en cuenta por su ubicación y el riesgo que representan.
En la finca El Trigal, de Alberto Méndez, se han cavado ya 15 zanjas de infiltración, con una extensión total de 600 metros.
Su propiedad, de 1,3 hectáreas, se ubica en el caserío de San Isidro Los Planes, del municipio de San Salvador, y es parte de la Asociación Cooperativa El Boquerón, en la que cada uno de los 68 socios trabaja la tierra individualmente.
“Con las últimas lluvias vi que funcionó bastante bien, ya no corrió tanto el agua, se ha visto la mejora”, señaló Méndez, de 77 años, quien ha dedicado toda su vida a la caficultura y junto a su esposa ha criado a sus tres hijos.
Todo el proyecto incluye unos 33 000 metros lineales de zanjas en las fincas intervenidas, y se estima que ello representa casi 7000 metros cúbicos de agua infiltrada.
Otra medida adoptada es la construcción de pozos de absorción, que por medio de zanjas en el suelo recogen el agua de escorrentía que de otro modo bajaría por las laderas, con el riesgo que ello representa.
Tres de esos pozos han sido ya construidos, pero se planea edificar 30. Se estima que cada uno va a almacenar 27 metros cúbicos de agua.[related_articles]
Además de las zanjas, uno de esos pozos ya está en funcionamiento, y otro se encuentra en construcción, en la Cooperativa El Espino, siempre en las laderas del volcán pero en la jurisdicción de Antiguo Cuscatlán, ciudad vecina a la capital salvadoreña.
“Con este pozo estamos reteniendo agua para que no vaya a hacer desastres en la capital”, explicó a IPS el agricultor José Luis Elías, uno de los 180 campesinos asociados en la cooperativa, que en total explota 234 hectáreas.
En esas tierras viven unas 350 familias que fueron beneficiadas con la reforma agraria de 1980, quienes trabajan la tierra colectivamente.
Marina Granados, de 53 años, otra integrante de la cooperativa, dijo a IPS que tenía tan solo 13 años cuando comenzó a trabajar en esa asociación, y ahora se siente orgullosa de los logros obtenidos.
“Como mujeres trabajamos duro a la par de los hombres para abrir las zanjas, y eso nos llena de satisfacción”, acotó.
Con su colega cooperativista y amiga, María Lidia Martínez, de 70 años, se han dedicado además a cultivar verduras y legumbres en algunos huertos caseros que ellas han iniciado, además de participar en los trabajos de zanjas y pozos.
“Hemos hecho todo lo que ha estado a nuestro alcance para ayudar al medio ambiente”, sintetizó Martínez.
ED: EG