Mujeres trans en México buscan vencer la discriminación

Karen Alavés, una de las mujeres trans que desde un albergue en ciudad de México ayuda con alimentos a familias necesitadas, mientras combaten la discriminación y luchan por desarrollarse a través del estudio y el trabajo. Foto: Gabriela Ramírez/ONU
Karen Alavés, una de las mujeres trans que desde un albergue en ciudad de México ayuda con alimentos a familias necesitadas, mientras combaten la discriminación y luchan por desarrollarse a través del estudio y el trabajo. Foto: Gabriela Ramírez/ONU

Mujeres trans reunidas en un albergue de Ciudad de México convirtieron esa sede en un centro de reparto de alimentos a familias necesitadas, como ejemplo de cooperación en busca de un mundo de igualdad, destacó un reporte de la oficina mexicana de las Naciones Unidas.

Desde hace meses, en medio del confinamiento impuesto en la ciudad para enfrentar la covid-19, las mujeres del albergue de la organización Casa de Muñecas, mexicanas, hondureñas, venezolanas y argentinas, preparan y distribuyen alimentos a personas muy pobres o sin hogar en la colonia (barrio) La Casilda.

Inscribieron la actividad dentro de los esfuerzos por superar la discriminación de la que todas ellas han sido víctimas a lo largo de sus vidas, así como por alcanzar sueños y aspiraciones, tal como mostraron a modo de ejemplo cinco testimonios.

Una es Karen Alavés, nativa de Baja California (noroeste), quien a los cuatro años se vistió de mujer por primera vez y, a pesar de las reprimendas de su familia, decidió tomar su propio camino, en el que enfrentó distintas formas de discriminación.

La discriminación “empieza a muy temprana edad, la vives desde el primer contacto con tu familia. En los procesos educativos, primaria, secundaria, muchas veces te vas a ver en la necesidad de abandonar ese nivel de educación porque no toleras el bullying (acoso) de los compañeros”, expuso Karen.

En lo inmediato, quiere conservar su empleo, pues “como mujer transgénero es sumamente difícil conservar un trabajo. Hay muchas agresiones, las empresas se hacen de la vista gorda, si es que se atreven a contratar una persona trans”.

A Karen le gustaría estudiar una carrera universitaria, aprender varios idiomas y, sobre todo, defiende que “en una sociedad no puedes dejar fuera a una persona porque no te parece su identidad, porque piensas que si nació hombre, entre comillas, forzosamente debe seguir esa línea social”.

Otra es Michelle Ríos, originaria de Veracruz (oriente) y quien, aunque nunca tuvo problemas con su madre por su identidad de género, debió soportar socialmente una doble discriminación, por ser mujer trans y por tener una discapacidad.

“Mucha gente discrimina a las chicas trans porque no las entienden, no las comprenden. No saben por qué se sienten y por qué piensan así, o por qué actúan como lo hacen”, dice Michelle, a quien le gustaría vivir en un mundo donde prevaleciera la igualdad en el trato y en las oportunidades.

Alice Polo es originaria de la Ciudad de México. Se dio cuenta de que era una mujer trans en la escuela preparatoria, la que debió dejar porque su familia no quiso que siguiera estudiando “por aquello de que estereotípicamente las mujeres trans solo tienen la posibilidad de trabajar como sexoservidoras o como estilistas”.

Pero Alice ha ganado concursos de matemáticas, le atrae la ciencia y espera de alguna manera retomar sus estudios, así como “encontrar un trabajo que me guste y tener una vida tranquila. Soy una chica trans lesbiana, tengo mi pareja y en algún momento me gustaría adoptar, tener una familia”.

Astrid Galiano, originaria de Honduras, tiene apenas 18 años, enfrentó el rechazo de su familia y fue víctima de la trata en su país, de donde intentó huir dos veces sin éxito y lo logró en la tercera.

“Entré a México siendo menor de edad, venía huyendo, ya no quería que me estuvieran prostituyendo, no más golpes, no más rechazo ni discriminación. Y los recuerdos no se borran de un día para otro, aún me siento insegura”, relató Astrid, quien quiere ir a Estados Unidos y desarrollarse como estilista.

Nicky Castelán, de 40 años, de joven tomó drogas y eso la llevó a las calles y al trabajo sexual. “Había mucho dinero, uno se acostumbra, y no me daba cuenta de los riesgos. Me golpearon, me violaron y vivo con VIH desde ese momento”, dijo.

Ahora Nicky se dedica a enseñar actuación a las más jóvenes “para que mis amigas cumplan con sus sueños” desde el albergue que lleva el nombre de Paola Buenrostro, seudónimo de una muchacha trans que hacía trabajo sexual cuando fue asesinada en 2016 por un cliente en una calle capitalina, a plena luz del día.

México, con 112 000 mujeres trans entre 15 y 64 años según la Secretaría de Salud, es el segundo país con la tasa más alta de transfeminicidios, 261 entre 2013 y 2018, solo por detrás de Brasil, de acuerdo con la red Transgender Europe.

Entre 2008 y 2019, en América Latina hubo 2608 asesinatos de personas trans, 78 por ciento de los cometidos en el mundo, según el observatorio Transrespect.org.

En México, las agencias del sistema de Naciones Unidas promueven la no discriminación y la protección de las personas LGBTI+ (lesbianas, gais, bi, trans e intersexuales y otros), y llaman repetidamente a poner fin a los crímenes de odio contra esa comunidad.

A-E/HM

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