El asesinato de João Alberto Freitas el 19 de noviembre podría limitarse a tan solo otra agresión más contra los negros en Brasil, aunque esta vez de consecuencias fatales, pero su repercusión lo convierte en un hito que tiende a ampliar e intensificar la lucha contra el racismo.
La brutalidad con que dos guardias de un supermercado mataron a Freitas, repetidamente expuesta en imágenes por televisión y redes sociales, conmovió el país. Esa muerte sigue a otras de gran impacto nacional que evidenciaron la cuestión racial en la violencia brasileña y provocan crecientes protestas en el país.
Además ocurrió en medio a una amplia movilización internacional a causa del asesinato del negro George Floyd por la policía el 25 de mayo, en Minneapolis, Estados Unidos, que generó el movimiento #Blacklivesmatter (#LasVidasNegrasImportan).
Freitas, quien tenía 40 años, también fue muerto por asfixia, según la autopsia inicial, tras sufrir decenas de puñetazos en la cabeza y ser sujetado algunos minutos de cara al suelo por la rodilla de un guardia del recinto.
La red de supermercados Carrefour, en cuyo local de la ciudad de Porto Alegre, en el sur de Brasil, tuvo lugar la tragedia, se convirtió símbolo de la violencia racista. Otros casos protagonizados por la compañía francesa en Brasil, de agresiones, torturas e incluso el apaleamiento hasta la muerte de un perro fueron recordados en los medios y las redes sociales.
La imagen de Carrefour quedó “manchada de sangre”, reconoció el diario francés Le Monde el 25 de noviembre. Las protestas se repiten ante sus establecimientos en distintas ciudades brasileñas.
Compone el cuadro de la movilización antirracista en Brasil la amplia divulgación de datos sobre la situación de los negros en Brasil: son las víctimas de 75,7 por ciento de los numerosos homicidios, según el más reciente Atlas de la Violencia, un informe del Foro Brasileño de Seguridad Pública y el estatal Instituto de Investigación Económica Aplicada, con datos de 2018.
Es desproporcional, ya que la población afrobrasileña corresponde a 56 por ciento de los 212 millones de habitantes de este país sudamericano, según las estadísticas oficiales.
Mientras la tasa de asesinatos de población negra aumentó de 34 a 37,8 por 100 000 habitantes entre 2008 y 2018, la de población blanca bajó de 15,9 a 13,9 por 100 000. Entre los encarcelados, la población negra es muy superior también respecto a su proporción demográfica.
Sueldos menores aun ejerciendo las mismas funciones, más desempleo y pobreza, baja escolaridad y representación en las instancias de poder, sean políticas o empresariales, también sujetan los negros a la inferioridad en la jerarquía social brasileña.
Eso se refleja actualmente en una mayor incidencia de la covid y su mortalidad en la población negra.
Se trata de un “racismo estructural”, explica el afrobrasileño Silvio Luiz de Almeida, profesor universitario y doctor en filosofía y teoría general del derecho, cuyo libro con ese título sobre el tema, publicado en 2018, y sus charlas al respecto obtienen creciente audiencia y lectores.
La difusión del concepto de racismo estructural, que no es episódico ni “anormal” sino componente funcional, estructurador de las relaciones sociales del país, contribuye en mucho a la lucha e incluso a ampliar la respuesta judicial a los delitos de racismo, hasta ahora muy limitada a la injuria y ofensa racial, evaluó para IPS la socióloga Flavia Rios, profesora en la Universidad Federal Fluminense.
Ayuda también a deshacer el mito de la democracia racial que ha sido cultivado históricamente por el poder político y que “genera confusión sobre el motivo racial de la violencia” y traba las luchas por equidad, lamentó.
El presidente Jair Bolsonaro y su vicepresidente, el general retirado Hamilton Mourão, mantienen la prédica de la dictadura militar de 1964-1985 en que se formaron. “No hay racismo en Brasil”, sostienen. Las protestas por el asesinato de Freitas son “intentos de importar tensiones ajenas a nuestra historia”, acusó el mandatario ultraderechista.
Los que se reconocen como “pardos” (mulatos) en Brasil constituyen una mayoría de 46,8 por ciento, según las estadísticas oficiales, y ese gran mestizaje es la base de la supuesta ausencia de racismo.
Pero la opinión presidencial discrepa de la casi unanimidad nacional. Existe si racismo en Brasil, contestaron 90,6 por ciento de los 1764 entrevistados por Atlas Intelligence, consultora de São Paulo que ofrece información y análisis para empresas. Solo 5,7 por ciento discrepó.
Lo más curioso es que 97,5 por ciento dijo “no considerarse racista” en la encuesta denominada Atlas Político.
¿El racismo sería una práctica de solo 2,5 por ciento de los brasileños o se trata de un país de hipócritas?
Actitudes racistas, sin embargo, son frecuentes en todas partes, según Ricardo Lopes, actor y profesor negro que siempre vivió en los barrios pobres del centro de Río de Janeiro.
“Un día estaba en el cumpleaños de mi prima en el Aterro (una playa céntrica de Río de Janeiro), un hombre rubio apareció detrás de un árbol, con el pene al descubierto y llamando a las niñas. Cuando lo vimos, él huyó en bicicleta”, contó en diálogo telefónico con IPS.
“Lo perseguí a los gritos de ‘tarado’, pero cuando lo alcanzaba un policía militar me echó al suelo de un golpe, me aplastó la cabeza bajo su bota y dejó escapar al tarado. Solo me liberó cuando intervino mi madre”, acotó.
“En el siglo XIX surgió en Brasil el mito del ‘paraíso racial’, basado en observaciones de visitantes europeos sobre la convivencia entre blancos y sus esclavos negros, más amena que en Estados Unidos”, apuntó Rios, por teléfono desde Niterói, una ciudad vecina a Río de Janeiro y sede de su universidad.
En el siglo XX se difundió la creencia en la “democracia racial”, que se adoptó como “narrativa del Estado a partir de los años de 1940”, con adhesión incluso de intelectuales negros, aunque como un anhelo, una necesidad a perseguir, recordó la socióloga.
Pero ya en las décadas siguientes estudios sociológicos, especialmente en la Universidad de São Paulo, refutaron esa visión ideológica. La desmitificación en los medios intelectuales y universitarios, sin embargo, no impidió que la dictadura militar reafirmara la democracia racial, incluso como base del nacionalismo político, señaló.
La redemocratización de Brasil, en 1985, puso fin a esa narrativa oficial, pero para destacar el país como “pluriétnico”, como América Latina en general, acotó Rios.
Pero los datos estadísticos, las investigaciones y las informaciones periodísticas acumularon tantas evidencias de desequilibrios y conflictos, que hacen más que evidente la existencia del racismo estructural.
“El aumento de la violencia racial, como la ocurrida en el supermercado Carrefour, es reflejo de la militarización de la sociedad, con la proliferación de guardias para la defensa del patrimonio privado, en desmedro de las vidas”, según Walmyr Junior, un activista del movimiento negro, que dirige una escuela de fútbol para niños en la Maré, un conjunto de favelas cerca del centro de Río de Janeiro.
“El empresariado sostiene esa militarización” y la devaluación de las vidas negras. Eso se comprueba una vez más durante la pandemia, en que “vale mantener abierto el comercio, no importa que los negros sean los que más mueran”, señaló en diálogo telefónico con IPS.
Pero él no cree en protestas masivas a partir del caso Carrefour, porque ve el movimiento negro dividido en una gran “diversidad” de orientaciones. En su caso, defiende las denuncias y el boicot al supermercado, pero rechaza actos violentos.
“Es un negro que limpiará los vidrios rotos”, argumentó.
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