Casi un tercio de todos los brasileños necesitaron ayuda para sobrevivir durante la pandemia, que está agravando la desigualdad social y la precariedad laboral como factores de mortalidad por la pandemia de covid-19.
El coronavirus desnudó de forma cruda, sin la frialdad de las puras estadísticas, los males crónicos de Brasil. Pero reveló también el escaso poder político del conocimiento científico.
El auxilio de emergencia que el gobierno ofreció a los trabajadores informales, desocupados y otros vulnerables, para compensar la pérdida de ingresos por la interrupción de las actividades económicas, alcanzó 67 millones de beneficiados, equivalentes a toda la población de Francia. Brasil tiene 212 millones de habitantes.
Fueron 600 reales (110 dólares) mensuales desde abril hasta agosto, que se redujeron a la mitad en los cuatro últimos meses del año. Después vendrá un nuevo drama, porque no se espera una recuperación económica que permita restablecer los ingresos de todos a partir de enero.
Los pobres son la mayoría de los más de 150 000 muertos por covid en Brasil desde marzo. Y esa mortalidad fue mayor en las ciudades donde hay más trabajadores informales, apuntó un estudio de la Universidad Federal de Río de Janeiro, en asociación con el Instituto de Investigación para el Desarrollo de Francia.
Para cada 10 puntos porcentuales de informalidad corresponde un aumento de 29 por ciento en el contagio y de 38 por ciento en la mortalidad, según el estudio aún no publicado, que tuvo algunas conclusiones adelantadas por el diario Folha de São Paulo el martes 13.
La comparación de los datos de los 5570 municipios brasileños permitió estimar una letalidad más fuerte todavía de la pobreza. A una diferencia de 10 puntos porcentuales en la cantidad de pobres corresponde un aumento de 73 por ciento en las muertes.
De la misma forma se observó que en ciudades donde el presidente ultraderechista Jair Bolsonaro obtuvo mayor votación, en las elecciones de 2018, hubo proporcionalmente más muertos por covid. Algo similar a lo que ocurre en los estados gobernados por republicanos “negacionistas” en Estados Unidos.
Ese “efecto Bolsonaro”, producto de sus actitudes y declaraciones que negaron la gravedad de la pandemia y la validad del aislamiento social, probablemente fue decisivo para hacer de Brasil uno de los países con mayor índice de muertos, 716 por un millón de habitantes el miércoles 14, superior al estadounidense.
Pero la covid se diseminó de forma muy variada en este país de dimensiones continentales y se encuentra en situaciones muy dispares en sus 26 estados y el Distrito Federal donde se asienta Brasilia.
La epidemia en Brasil tuvo un largo apogeo de cerca de 1000 muertes diarias desde fines de mayo hasta agosto.
“Ocurre una clara y persistente reducción hace unas 10 semanas, con la excepción de la región Centro-oeste donde la covid-19 llegó más tarde y sigue en expansión”, resumió el epidemiólogo Eduardo Costa, asesor de Cooperación Internacional de la Escuela Nacional de Salud Pública, en Río de Janeiro.
El especialista descarta comparaciones con Europa, que vive una segunda ola de contagios y de restricciones a la circulación de personas en varios países. “No sirven de modelo para nosotros de países grandes, Brasil se asemeja más a Estados Unidos, México y China”, sostuvo por teléfono a IPS.
En su evaluación, la tendencia de disminución de casos y muertes se mantendrá, bajó el riesgo de contagio y se debería reanudar las clases presenciales en las escuelas públicas. Eso viene ocurriendo en la mayoría de los 26 estados brasileños, pero limitado a parte de los alumnos y de las actividades.
Reabrir las escuelas es el gran dilema nacional en la fase actual de la pandemia, tras seis meses de cierre total y esfuerzos por desarrollar la enseñanza a distancia en clases virtuales. Los pedagogos lamentan las dificultades de estudiantes pobres y rurales, muchos sin acceso a computadoras y a internet.
Esa situación tiende a ampliar las desigualdades económicas y sociales más aún en el futuro, en desmedro especialmente de las poblaciones negras que componen la mayoría pobre.
Esa deficiencia en la educación a distancia es menor en el estado de Amazonas, según Dagoberto Albuquerque Júnior, biólogo y profesor de secundaria (enseñanza media, en Brasil) en Manaus, capital de ese estado.
Por ser el estado más extenso de Brasil y con una población muy poco densificada y dispersa en el interior, la Secretaria de Educación (Seduc) de Amazonas creó en 2007 un Centro de Medios con todos los equipos de televisión para grabar clases para las escuelas lejanas y aisladas.
“Además la Secretaria dispone de un canal de televisión para impartir las clases vía satélite a todo el estado”, destacó Albuquerque, en entrevista telefónica con IPS desde Manaus.
El gobierno determinó la vuelta a las clases presenciales en la enseñanza media desde el 10 de agosto, pese a las protestas de los profesores que temían el riesgo de contagio. Amazonas fue el primer estado a reabrir las escuelas, aunque dividiendo cada grupo en dos, uno para clases el lunes y miércoles, otro el martes y jueves.
“No había necesidad, los alumnos no perderían clases. Además la Seduc publicó ‘apostilas (especie de cartillas hechas en forma rústica y artesanal)’ con las lecciones para distribuir a todos los alumnos”, señaló el profesor.
Resultó que muchos profesores se enfermaron de covid y “algunos murieron”, dijo. El mismo Albuquerque estuvo entre los contagiados, luego de empezar las clases, pero sin mucha gravedad. Él imparte clases a ocho grupos en la tarde y otros ocho en la noche en un total de más de 500 alumnos.
No hubo información sobre estudiantes infectados, pero es posible que los haya asintomáticos o ausentes de la escuela, comentó el profesor.
Manaus ha sido un caso alarmante de covid, en abril y mayo, cuando fotos de cadáveres insepultos en los hospitales y sepulturas colectivas excavadas apuradamente mostraron el colapso del sistema de salud local y la proliferación descontrolada del coronavirus. Las muertes diarias superaron las 100 durante varios días.
En los meses siguientes cayeron el contagio y la cantidad de muertes. Como la población cumplía poco las medidas de prevención y protección, hubo especulaciones sobre la inmunidad colectiva que se habría alcanzado en la ciudad de 2,2 millones de habitantes.
Pero una reincremento de las muertes en septiembre generó una evaluación opuesta, la de una segunda ola de infecciones. Sin embargo, los datos, cuya precisión es dudosa, indican cierta estabilidad con tres a seis muertes diarias y más de 10 en días excepcionales.
Albuquerque, que sufrió la muerte de cuatro personas cercanas por covid, cree que la reapertura de las escuelas tiene que ver con la ligera alza del contagio y muertes en los dos últimos meses.
“Ahora está todo bien, la vida volvió al normal, con escuelas y centros comerciales en actividad, sin grandes temores de la población” que, aun en el período de gran mortalidad, poco siguió las recomendaciones de alejamiento interpersonal.
Otro problema brasileño son las creencias en medicamentos inadecuados. Empieza por el presidente Bolsonaro que defendió insistentemente la cloroquina, de uso contra la malaria, como un santo remedio para la covid. Ordenó que una fábrica del Ejército produjera millones de píldoras.
Las alcaldías de 10 ciudades brasileñas adoptaron la cloroquina o su variante hidroxicloroquina, el vermífugo ivermectina, el antibiótico azitromicina y algunas vitaminas para combatir el coronavirus, a veces distribuyendo unos u otros medicamentos a la población, contó la agencia A Pública, de periodismo investigativo, en una serie de reportajes con la colaboración de sus lectores.
ED: EG