Estados cada día menos laicos, con adioses al aborto legal, al matrimonio homosexual, a otros derechos de géneros minoritarios y a la educación sexual, podría ser el futuro de muchos países en América Latina si sigue el ascenso político del fundamentalismo religioso.
Las iglesias, que en un reciente pasado regional se destacaron, al menos en sus bases sociales, por sus sectores progresistas en la resistencia a las dictaduras militares y la opción por los pobres, sobresalen ahora por la sed de poder de sus corrientes más conservadoras y la forma autoritaria como lo ejercen donde ya llegaron al gobierno, como Brasil.
Hay varios ministros evangélicos nombrados por el presidente de extrema derecha Jair Bolsonaro. El más reciente es Milton Ribeiro, titular de Educación, que en poco más de dos meses en el cargo ya está bajo investigación judicial, solicitada por la Procuraduría General por declaraciones catalogadas de homofóbicas.
La opción de adolescentes por la homosexualidad se debe a “familias desajustadas”, a la falta de atención de los padres, dijo el ministro, un pastor presbiteriano, en una entrevista al diario O Estado de São Paulo, el 24 de septiembre.
Otros dos ministerios, el de Justicia y el de Mujer, la Familia y Derechos Humanos, también están en manos de evangélicos.
Los evangélicos ultraconservadores, especialmente los pentecostales, empezaron a involucrarse en la política en los años 90, según Nicolás Iglesias, uruguayo especialista en religión y política que coordina los proyectos Fe en la Resistencia y Los Dioses están Locos.
Antes seguían la orientación de “no meterse en la política’, un “mundo contaminado” e identificado con el demonio, recordó en una entrevista telefónica con IPS desde Montevideo.
En Uruguay, sorprendió la irrupción del Cabildo Abierto (CA) en las elecciones generales de octubre de 2019, con 11 por ciento de los votos, al presentar “un discurso coincidente con el religioso conservador, aunque no se trata de un partido religioso”, destacó.
“Su origen en la derecha religiosa es el catolicismo integrista, más relacionado con el franquismo, el falangismo (de España)”. Familia y valores morales son sus temas centrales. La sorpresa es alcanzar tal votación, tras menos de un año de fundado y en un país reconocido por su laicismo, al menos hasta ahora.
El CA obtuvo así un lugar en la coalición del actual gobierno y su líder, el general retirado Guido Manini Ríos, excomandante del Ejército, se convirtió en cabeza de una corriente que “tiende al populismo nacionalista de tradición militarista”, definió Iglesias.
En otros países latinoamericanos el protagonismo religioso es más visible en la ola de gobiernos y fuerzas de extrema derecha en ascenso en la política regional.
Esa búsqueda del poder político ya le ha costado algunos reveses a las iglesias, especialmente las evangélicas.
En Brasil el alcalde de Río de Janeiro, Marcelo Crivella, un pastor neopentecostal, tiene su intento de reelegirse dificultado por un fallo de la Justicia Electoral, que lo inhabilitó por ocho años por improbidad. En 2018 puso personal y vehículos de la alcaldía en un acto de campaña electoral de dos candidatos a diputados, uno de ellos su hijo.
Su participación en los comicios de noviembre, en que buscaría un segundo mandato de cuatro años, depende de recurso que interpuso ante una instancia superior.
Otro pastor, este pentecostal, Everaldo Pereira, presidente del Partido Social Cristiano (PSC), está preso junto a dos hijos, desde 28 de agosto, bajo cargos de corrupción en el sistema de salud del gobierno del estado de Río de Janeiro.
En Costa Rica el candidato evangélico Fabricio Alvarado sufrió una abrumadora derrota en las elecciones presidenciales de abril de 2018. Dos años después su partido Nueva República, que creó luego de dejar el “cristiano” Reconstrucción Nacional, no logró elegir siquiera un solo alcalde.
En Perú una amplia unión conservadora de católicos, evangélicos, partidos y otras fuerzas, armada en 2016, interpuso ante la Justicia un reclamo contra el Currículo Nacional de la Enseñanza Básica, por incluir el enfoque de género. La inseguridad jurídica solo se despejó en 2019, cuando la Corte Suprema rechazó la demanda.
En el centro de esa ofensiva peruana estuvo el colectivo “Con mis hijos no te metas” que tiene como objetivo la llamada “ideología de género”, que a juicio de los fundamentalistas religiosos buscaría destruir la familia tradicional y promover la homosexualidad y el aborto, recordó Luis Yáñez, asesor de comunicación del Centro de Defensa de los Derechos Sexuales y Reproductivos.
El movimiento aparentemente perdió fuerza, se dividió y se hizo menos visible “quizás a la espera de las elecciones de 2021”, comentó en entrevista telefónica desde Lima.
La alianza con el fujimorismo y el escándalo de corrupción que involucró la constructora brasileña Odebrecht, cuatro expresidentes y otros políticos peruanos, con muchas prisiones, debilitaron también esas fuerzas religiosas, observó el también editor del portal La mala fe.
Tales adversidades no son un obstáculo para “el claro ascenso” de los sectores conservadores de las iglesias en la política latinoamericana, que “empezó hace mucho tiempo, se expande y los analistas distraídos tardan en advertir”, señaló la brasileña Sonia Corrêa, codirectora del internacional e independiente Observatorio de Sexualidad y Política.
En Brasil ocupan y dividen con los militares la mayoría de los ministerios y el gobierno tiene como consigna “Dios por encima de todos”, recordó.
Se trata de una articulación mundial que busca “la restauración o la preservación del orden sexual, que ataca el aborto y glorifica la familia” y que “proyecta un orden político antidemocrático, aunque no necesariamente totalitario”, aseguró.
“La inspiración viene de Estados Unidos, pero asume diseños distintos en cada país, con proyectos de poder en todas partes”, dijo por teléfono desde Río de Janeiro.
El movimiento tiene muchos segmentos que comparten intereses y “valores”, como los cristianos ultraconservadores, sean católicos o evangélicos, grupos neofascistas y otros que “rechazan los derechos de la mujer, el aborto, la educación sexual, los LGBTI”, sostuvo Diana Cariboni, periodista e investigadora de OpenDemocracy.
Los evangélicos especialmente, que se hicieron más presentes en América Latina desde los años 70 para “competir con el catolicismo y la teología de la Liberación, se hicieron más activos en política últimamente y están en un proceso de aprendizaje, en que el activismo feminista y del LGBTI son fuentes”, acotó en diálogo por teléfono con IPS desde Montevideo.
Errores iníciales ocurrieron, como “crear partidos propios que se malograron”, con votación insignificante en Argentina, por ejemplo. “Lo que quieren es gobernar”, aseguró Cariboni, quien tiene entre sus especialidades el seguimiento del ascendente nexo entre fundamentalismos religiosos y política en la región.
Mientras tratan también de organizarse internacionalmente. El Congreso Iberoamericano por la Vida y la Familia se reúne anualmente desde 2017.
En contrapartida en Brasil empezó a organizarse un movimiento de “evangélicos progresistas” en varios grupos. Un ejemplo es la “Alianza Nacional LGBTI+” que combate los prejuicios dominantes en las corrientes hegemónicas, como el “pecado de la homosexualidad” y la “cura gay”.
Es una acción “interesante y alentadora”, aunque con poca gente, porque rompe la inercia en que cayó la izquierda en Brasil, celebró Corrêa. Otra esperanza es la posible derrota de Donald Trump en su intento de reelegirse como presidente de Estados Unidos el 3 de noviembre, acotó.
ED: EG