Los monos verdes, originarios de África occidental y traídos al Caribe por colonizadores europeos en el siglo XVII, se han multiplicado hasta convertirse en un dolor de cabeza para los cultivadores en San Cristóbal, según han destacado autoridades de Agricultura de la pequeña isla.
Esos animales silvestres, “tanto los monos verdes como los cerdos salvajes, causan una pérdida considerable de rendimiento a la producción de alimentos cada año”, dijo el director de Agricultura de San Cristóbal y Nieves, Melvin James.
En 2018 “fue imposible comercializar 90 toneladas de alimentos, equivalentes a la producción de un mes, debido a la invasión de animales salvajes en las granjas de San Cristóbal solamente”, dijo James en la capital del país, Basseterre, a responsables del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma).
San Cristóbal y Nieves (St. Kitts-Nevis), independizado de Gran Bretaña en 1983, es el Estado más pequeño del hemisferio, tanto por su tamaño (267 kilómetros cuadrados, de los cuales 174 en San Cristóbal) como por su población, pues cuenta apenas con 58 000 habitantes.
Los monos verdes (Chlorocebus sabaeus) son superiores en número, pues se estima que existen más de 60 000, y son icónicos de las islas, que viven fundamentalmente del turismo, por sus playas paradisíacas y el desbordante verde de su bosque tropical.
Traviesos y fotogénicos, los monos son un entretenimiento para la vista de los turistas pero una amenaza para los cultivadores de frutos como mangos, bananas, sandías, calabacines y pepinos, en estas islas que durante la colonia cultivaron principalmente caña de azúcar.
Organizaciones reunidas por el Pnuma estudian la manera de gestionar la creciente población de monos verdes en San Cristóbal y Nieves, y además en Barbados y en la isla franco-holandesa de San Martín, donde también están presentes.
Las especies invasoras “son la principal amenaza para la biodiversidad en las islas. Nuestro objetivo es obtener los gobiernos necesitan para tomar decisiones que beneficien la salud ambiental”, dijo la antropóloga Kerry Dore, del Centro Internacional para la Agricultura y las Biociencias.
Los investigadores trabajan sobre unas 65 granjas de frutales, pero también sobre patios familiares en áreas urbanizadas que son frecuentadas por los monos.
En años recientes, como las fincas de frutales se vieron afectadas por el paso de huracanes, los monos avanzaron hacia las zonas residenciales, adaptando sus hábitos alimenticios a las disponibilidades y conductas de sus contrapartes humanos.
Por ejemplo, existen testimonios de granjeros que usan espantapájaros para ahuyentarlos, pero los monos aprenden pronto que se trata de inofensivos monigotes.
Algunos cultivadores emplean perros para espantarlos, pero al cabo de cierto tiempo los monos consiguen confraternizar con los canes que los persiguen.
El experto del Pnuma en biodiversidad, Christopher Cox, dijo que el objetivo final del programa, parcialmente interrumpido por la pandemia covid-19 y que se reanudará a finales de año, es arribar a una situación en la que monos, humanos y especies nativas de flora y fauna puedan coexistir sobre las islas.
“Al aumentar el comercio y el movimiento de personas a través de las fronteras, el riesgo de introducción de especies exóticas dañinas seguirá siendo alto. Pero un trabajo con enfoque humano y basado en la ciencia puede facilitar la coexistencia y que la biodiversidad de la región siga prosperando”, concluyó Cox.
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