La propagación acelerada de la covid-19 en las próximas semanas podrá forzar una salida, posiblemente traumática, para la conflagración política que atormenta Brasil y obstaculiza su lucha contra el coronavirus.
Brasil será el nuevo epicentro mundial de la pandemia, sucediendo a Estados Unidos, coinciden dos estudios de universidades brasileñas en colaboración con dos pares extranjeras afamadas: la estadounidense John Hopkins y la británica de Oxford.
También comparte esa evaluación el neurocientista Miguel Nicolelis, que coordina el Comité Científico que orienta las acciones contra la covid-19 en el Nordeste, la región que comprende nueve estados brasileños, cuyos hospitales están al borde del colapso en por lo menos cuatro capitales.
A los factores epidemiológicos se suman las turbulencias provocadas por el presidente ultraderechista Jair Bolsonaro que niega la gravedad de la pandemia, rechaza las medidas para su contención, ataca los poderes Legislativo y Judicial y persiste en actos considerados antidemocráticos.
Los datos de infectados (125 218) y muertos (8 536) del Ministerio de Salud brasileño, hasta miércoles 6, aún son inferiores a los de Estados Unidos y países europeos más afectados, pero crecieron exponencialmente durante los últimos días.
“Hasta ahora el SUS (Sistema Único de Salud) fue capaz de responder a la pandemia con una eficiencia sorprendente ante los escasos recursos de que dispone”, evaluó Francisco Campos, director del Núcleo de Educación en Salud Pública (Nescon) de la Universidad Federal de Minas Gerais.
El SUS es una articulación de los variados servicios sanitarios de todo el país, desde la atención básica a cirugías complejas, con el propósito de hacerlos universales y gratuitos. Nació dentro de la Constitución de 1988 y es considerada una ventaja brasileña contra epidemias por su adaptabilidad.
Pero su capacidad se agotó en varias metrópolis donde avanzó la pandemia, como Río de Janeiro, las capitales amazónicas de Manaus y Belém y las nororientales Fortaleza, Recife y São Luis.
El colapso se siente especialmente en la insuficiencia de centros de terapia intensiva (CTI), que en otros países se conocen como unidades de cuidados intensivos, y cuya demanda, disponibilidad y distribución por el país son el indicador crítico de la pandemia, según epidemiólogos.
Nescon desarrolló un modelo matemático para la gestión de los CTI, cuya carencia ya era previsible con el avance del coronavirus. “Faltan datos locales para las simulaciones que ayudarían la toma de decisiones de los gestores que enfrentan situaciones muy dispares”, lamentó Campos a IPS desde Belo Horizonte, capital del suroriental estado de Minas Gerais.
Se están construyendo hospitales de campaña donde se acerca el colapso, pero faltan respiradores mecánicos y personal capacitado para los CTI, además de equipos de protección.
Eso ocurre en un momento crítico, en que la propagación aún está en ascenso en términos nacionales y algunos gobernantes locales ya se arriesgan a flexibilizar las medidas de aislamiento interpersonal.
En casi todas las grandes ciudades brasileñas cayó la adhesión al confinamiento en las últimas semanas. El efecto se nota en el aumento de las muertes, que ya superó las 600 diarias.
Es la tragedia anunciada por epidemiólogos y autoridades que empiezan a imponer el bloqueo total en la circulación urbana, como ocurrió esta semana en Belém, São Luis y Fortaleza.
“La tragedia ya está en São Paulo, Río de Janeiro y otras ciudades por las muchas muertes que se podría haber evitado”, señaló Campos.
La tendencia es de un fuerte recrudecimiento de la pandemia. El Ministerio de Salud espera el llamado pico de contagios entre mayo y julio. El ministro Nelson Teich admitió que pronto habrá 1000 muertes diarias.
En fines de abril el índice de contagio en Brasil, 2,8 personas por cada infectado, era el más elevado entre los 48 países evaluados por el Imperial College de Londres, cuyas proyecciones orientan las acciones en varios países. Esa indica una progresión geométrica de la epidemia.
Los índices de Estados Unidos, 0,98, y de países europeos que fueron duramente castigados en marzo y abril, de 0,7 a 0,8, indican una propagación estabilizada o en descenso.
Una alta mortalidad es previsible también por la precariedad de los servicios médicos, evalúa el epidemiólogo Eduardo Costa, asesor internacional de la Escuela Nacional de Salud Pública, en Río de Janeiro.
Eso se debe en buena parte a un pecado original del SUS, concebido como un “sistema” con importante participación privada, que distorsiona su organización y naturaleza, perdiendo el carácter de “servicio público” que tiene el sector de salud en países europeos, opinó.
El SUS se convierte así en fuente de subsidios a empresas privadas y tiene su acción dictada por intereses particulares, incluso electorales de políticos locales, porque el sistema es fragmentado, “sin una línea de mando” ni una planificación central, acotó.
“La disciplina es fundamental en epidemiología, uno de los secretos del éxito asiático contra la pandemia. Es necesario un comando único luego de amplios debates, con sentido gregario”, sostuvo en su entrevista con IPS.
Otra de las consecuencias más negativas en esa pandemia es la falta de camas pre-intensivas, intermedias entre la atención común y el CTI, porque en la hospitalización privada no resulta atractivo brindar un servicio de bajo costo, ejemplificó.
“Pero el peor escándalo son las condiciones en que trabajan el personal de salud”, destacó. Un estudio apuntó que un tercio no recibe ningún equipo de protección individual y 69 por ciento de las enfermeras solo obtuvo “alguna información” sobre la covid-19, en su precaria capacitación.
Además el SUS carece de financiamiento para enfrentar esta pandemia, cuya propagación en Brasil es impulsada por la inmensa pobreza en las periferias metropolitanas y en sus barrios hacinados, la economía nacional debilitada, una cultura de afecto físico y, para colmo, un presidente que incita a no creer en sus impactos.
El aislamiento físico, adoptado por los gobernadores de estados y los prefectos (alcaldes) de los municipios desde mediados de marzo, perdió apoyo social al comenzar la segunda quincena de abril.
El éxito de la medida en evitar muertes desestimuló la continuación del esfuerzo. Solo un tercio de la población brasileña, de 211 millones de habitantes, conoce alguna víctima fatal, según una encuesta, lo que induce una subestimación del coronavirus.
En esa situación, volver a las actividades normales se hace seductor, especialmente para quienes dependen del trabajo diario para alimentarse. Bolsonaro recupera así alguna popularidad al defender la pronta reanudación de la actividad económica, aunque sea en desmedro de vidas humanas.
“El desempleo mata más que el virus”, suele argumentar.
El presidente se beneficia también de la ayuda de 600 reales (110 dólares) que el gobierno distribuyó en abril a cerca de 50 millones de trabajadores informales y otros que perdieron ingresos a causa de las medidas antipandemia. Deberá repetirlo en mayo y junio.
Eso ayuda Bolsonaro a mantener 30 por ciento de aprobación en las encuestas, aun después de haber destituido, en abril, a sus dos ministros más populares, el de Salud, Luiz Henrique Mandetta, y el de Justicia, Sergio Moro, famoso como juez que combatió la corrupción.
Ese castillo de respaldo puede derrumbársele al mandatario si se hace efectiva la mortandad proyectada por la covid-9 en las próximas semanas o meses. Sería difícil eximir Bolsonaro de la culpa por cifras exorbitantes de muertes y ella lo haría vulnerable a una destitución por un juicio parlamentario.
Brasil vive una crisis política sin salida, según coinciden analistas de todas las tendencias, con el presidente sin fuerzas para el golpe de Estado que parece desear y los opuestos incapaces de destituirlo. El virus puede facilitar tanto una solución institucional como el control de la pandemia.
Ed: EG