Cada verano, los sacadores del Alentejo, una región del sur de Portugal, armados con hachas afiladas como cuchillas, se afanan en descorchar con esmero los alcornoques.
Una labor altamente cualificada, que emplea el mismo método artesanal, totalmente manual, desde hace cientos de años. Consiste en separar meticulosamente del tronco madre la corteza exterior, en planchas de corcho que luego se secan y procesan.
Un alcornoque puede vivir más de 200 años y se le puede cosechar una vez cada nueve años, a partir de los 25 años de edad.
Hasta hace unos años, la centenaria industria portuguesa del corcho declinaba ante la pujante popularidad de los tapones de botella sintéticos, de vidrio y de metal, impulsada por el temor extendido a que el ‘olor a corcho’ estropeara el sabor del vino.
Los tapones para botellas de vino representan 70% de las exportaciones de corcho de Portugal, país donde se fabrican diariamente unos 40 millones de tapones de corcho. La demanda de corcho —un material sostenible, reciclable y biodegradable— se ha ampliado mucho más allá de la industria del vino.
Portugal produce al año cerca de 100 000 toneladas de corcho, que hoy se utiliza para todo tipo de productos, desde una alternativa vegana al cuero hasta una opción natural para pavimentos. De Portugal procede 63% de la producción mundial de corcho, equivalente a unos 986,3 millones de euros (170 dólares).
Los defensores de esta industria destacan que proporciona empleos dignos, ecológicos y cualificados a miles de trabajadores, un ejemplo para otras industrias de transición hacia un futuro con bajas emisiones de carbono.
Corticeira Amorim es el mayor fabricante de productos de corcho del mundo y está desarrollando soluciones para construir viviendas a partir de corcho (únicamente), mediante un sistema de construcción modular. Mercedes-Benz fabricó un prototipo de automóvil ecológico, forrado completamente con corcho, desde el salpicadero hasta el volante.
El corcho se usa profusamente en la construcción, para juntas de dilatación, cámaras frigoríficas, tuberías de calefacción y aire acondicionado, o bases de maquinaria.
En la Universidad de Aveiro, el investigador Rui Novais y su equipo están desarrollando nuevas aplicaciones para el corcho, dirigidas sobre todo al sector de la construcción, como un cemento ecológico que contiene corcho, como material alternativo a los utilizados tradicionalmente para el aislamiento térmico.
Su equipo también investiga la producción de combustibles renovables con cerámicas basadas en el corcho, utilizadas como catalizadores para separar el dióxido de carbono con luz solar concentrada.
«Nos centramos en materiales enmarcados en la economía circular», explica Novais a Equal Times. «Es preciso un cambio de paradigma. El corcho se extrae cada 10 años a través de un proceso natural que no daña el árbol, y su capacidad de absorber CO2 (dióxido de carbono) lo hace doblemente ventajoso», dice.
Entre otras cosas, Novais y su equipo han descubierto que, añadiendo corcho a los eco-cementos, consiguen proteger eficazmente los edificios con un material que proporciona un buen aislamiento térmico y acústico.
«Tiene dos posibles aplicaciones: para proteger los edificios contra la contaminación por radiación electromagnética debemos añadir pequeñas cantidades de corcho pirolizado, mientras que para obtener aislantes térmicos y acústicos utilizamos grandes volúmenes de corcho (sin tratamiento previo)», añade Novais.
La gestión sostenible de los bosques
El creciente interés por la sostenibilidad ha propiciado una inversión sustanciosa en el desarrollo de nuevos e inesperados usos del corcho, pero la industria enfrenta la dificultad de mejorar la gestión de las 736 000 hectáreas de alcornocales que hay en Portugal.
«La ordenación forestal sostenible es muy importante», dice Ángela Morgado, directora ejecutiva de la Associação Natureza Portugal (Asociación de la Naturaleza de Portugal, o ANP), una organización no gubernamental sin ánimo de lucro dedicada a la conservación de la naturaleza y la protección del planeta, en asociación con el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).
«Cuanto mejor gestionada esté, mayor será su conservación. Sabemos que proporciona múltiples beneficios ambientales, como la retención del dióxido de carbono y la regulación del suelo», añade.
Como el cambio climático provoca períodos de sequía cada vez más largos, los alcornocales contribuyen a evitar incendios forestales como los que en 2017 asolaron Pedrógão Grande.
Hoy, el proyecto Corazón Verde del Corcho, patrocinado por WWF/ANP, pretende conservar la mayor superficie de alcornocales del mundo, situada en las cuencas del valle bajo del río Tajo y del Sado, compensando a los propietarios de tierras que contribuyan a las buenas prácticas agrícolas y forestales.
«Dado que los alcornocales son seminaturales esto hace que tengan que ser gestionados, de lo contrario podrían evolucionar hacia otro tipo de sistema», explica Rui Barreira, director de conservación de WWF/ANP.
La desertificación afecta profundamente a Portugal, debido en parte a su clima seco, y los alcornoques actúan como una salvaguardia importante.
Cuando se gestionan bien, los alcornocales multiplican la biodiversidad, mejoran la materia orgánica del suelo y contribuyen a la regulación del ciclo hidrológico.
La Escuela Nacional de Agronomía de Portugal (ISA) estima que los bosques de alcornoque pueden fijar alrededor de seis toneladas de CO2 por hectárea, lo que en Portugal se traduce en más de cuatro millones de hectáreas por año.
Por esta razón, WWF/ANP considera el alcornoque una «especie prioritaria» en la lucha contra la desertificación y el cambio climático.
Empleos dignos y verdes
Aunque el corcho se cosecha a mano con técnicas ancestrales, la tecnología está desempeñando un papel cada vez más significativo en esta industria.
Empresas como Corticeira Amorim están invirtiendo mucho en innovación. Por ejemplo, en la tecnología de control de calidad llamada Ndtech, que permite erradicar el TCA, uno de los compuestos químicos considerados responsables del olor a corcho del vino.
La industria del corcho también proporciona empleos directos a entre 12 000 y 14 000 trabajadores en Portugal, además de 6500 empleos en la extracción forestal y miles de empleos indirectos más, según el WWF/ANP.
A los descorchadores se les conoce como tiradors, y aunque su trabajo es de corta duración y estacional (la cosecha suele durar entre junio y julio) cobran cada día entre 80 y 120 euros, un buen salario para el Portugal rural. La mayoría de los descorchadores tienen cobertura médica, entre otras prestaciones.
Incluso los empleos administrativos de la industria del corcho tienden ofrecer una remuneración y las condiciones laborales por encima de la media, según el sindicato portugués SINDCES.
«Se trata de un sector dinámico porque está centrado en la exportación y se está adaptando a nuevos productos, más allá de la industria del vino, como la industria de la construcción, por ejemplo», señala Pedro Barqueiro, de SINDCES.
La principal asociación corchera de Portugal, APCOR, se muestra optimista respecto al futuro del corcho. En una declaración escrita enviada a Equal Times, afirma que el sector se benefició el año pasado de un aumento salarial medio de 2,4%.
Además, añade: «en los últimos años, la industria del corcho ha registrado un aumento anual medio de 4,5%, y alcanzó un valor de 1000 millones de euros en 2018. Ese valor subió levemente en 2019, situándose en 1064 millones de euros (1157 dólares): cifras que nos permiten mirar hacia el futuro con entusiasmo y optimismo».
Este artículo fue publicado originalmente por Equal Times.